Los límites de la mentira
Trino Márquez
Viernes, 1 de junio de 2012
El diseño de la campaña electoral del teniente coronel tiene el
epicentro en un punto nada convencional: su enfermedad. Su padecimiento
evoluciona en el reino de la incertidumbre. Siembra la duda y crea
expectativas difusas con la finalidad de que la situación personal del
caudillo sea la comidilla cotidiana de los venezolanos. La última
jugarreta consistió en poner a Diosdado Cabello a sugerir que Chávez no
se inscribiría personalmente ante el CNE.
Los regímenes autoritarios suelen diseñar estrategias publicitarias que
desbordan los cánones convencionales. En algunos casos, apelan al
cinismo; en otros, mienten descaradamente. En la antigua Unión
Soviética, la única línea aérea -por supuesto, estatal- que cubría la
ruta entre Moscú y Liningrado –ahora, San Petesburgo- terminaba los
vuelos con la voz melodiosa de una dama que decía algo así como:
esperamos que el vuelo haya sido de su completo agrado y que la próxima
vez que viaje escoja de nuevo nuestros servicios. El martirizado
pasajero había pasado meses esperando un cupo, había aguantado
interminables horas en el aeropuerto y, finalmente, durante la travesía
lo único que había recibido era la sonrisa amable de una aeromoza.
El diseño de la campaña electoral del teniente coronel tiene el
epicentro en un punto nada convencional: su enfermedad. Su padecimiento
evoluciona en el reino de la incertidumbre. Siembra la duda y crea
expectativas difusas con la finalidad de que la situación personal del
caudillo sea la comidilla cotidiana de los venezolanos. La última
jugarreta consistió en poner a Diosdado Cabello a sugerir que Chávez no
se inscribiría personalmente ante el CNE, sino que lo haría a través de
Internet Ocurrió que la noticia fue tan desconcertante que confundió
hasta a sus propios seguidores. El hombre está en cámara de oxígeno, se
nos muere antes de tiempo, fue el temor que invadió a los devotos. Era
necesario corregir inmediatamente. La presentación del Plan de Seguridad
de Henrique Capriles y el extraordinario discurso de Antonio Ledezma a
favor de la tarjeta unitaria y la unidad, obligaron al teniente coronel
a disipar las angustias. Apareció al día siguiente en un Consejo de
Ministros bufo, contando las mismas historias insípidas de siempre y
formulando las mismas promesas después de catorce años gobernando.
Aprovechó de desmentir a Diosdado y dejarlo, otra vez, guindado de la
brocha. Afirmó que irá con sus propios pies a dar la cara ante el
organismo electoral. El juego macabro mostró sus límites. No debe
abusarse de él.
Dentro de la campaña engañosa y fraudulenta del oficialismo, las
encuestas ocupan un lugar especial. Para un candidato que ha perdido
todo contacto directo con su electorado desde hace muchos años, y que
solo se comunica con las masas a través de la televisión, la radio y
los twitst, por supuesto que las encuestas constituyen un mecanismo
fundamental de propaganda. ¿De qué otra manera puede medirse la
"popularidad" de un aspirante que no recorre los pueblos del país, no
convoca mitines, marchas ni concentraciones, que no besa viejitas ni
carga niños, que no se toma un cafecito en casa de doña Petra, ni juega
una partidita de bolas criollas con los hombres del barrio? La única
forma de mantener la imagen del héroe es simulando proezas e inventando
encuestas ficticias, cuyos trabajos de campo y muestras no se conocen.
Sacar de la manga porcentajes extravagantes que exhiben diferencias
insalvables, forma parte de una estrategia electoral que adolece de una
falla estructural: la salud del abanderado.
El artificio oficialista ha sido ineficaz, luego de haber creado una
tormenta pasajera. El mandatario se dio cuenta. Sabe que los efectos
favorables de la "misión lástima" se desvanecen. La gente quiere tocar
al candidato y ver resultados concretos. Espera que sus problemas reales
se resuelvan pronto. La preocupación llevó a Chávez a ordenar estar
alerta frente al triunfalismo y llamó a redoblar esfuerzos para tratar
de ganar los comicios del 7-O. Las páginas electrónicas del oficialismo
muestran esta inquietud. Aporrea, una de las más conocidas, evidencia
esta inquietud. Los mercaderes de los sondeos de opinión se habrán
embolsillado una fortuna gracias a la generosidad del Gobierno con los
reales de todos los venezolanos, pero no lograron convencer a nadie con
sus trampas. Los números verdaderos del Gobierno revelan una batalla muy
reñida entre Capriles y Chávez, con una tendencia del primero a subir y
desprenderse, y del segundo a bajar y desplomarse.
Esta es la propensión que muestran los números de Varianza, la
encuestadora de Rafael Delgado, y los de Consultores 21, firma
caracterizada por su seriedad. Ahora la obligación de la alternativa
democrática consiste en lograr que esa inclinación se desarrolle y
consolide. La mentira está mostrando sus límites.
trino.marquez@gmail.com
http://www.analitica.com/va/politica/opinion/3291443.asp
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