Dos opciones
Trino Márquez
Viernes, 15 de junio de 2012
El régimen bolivariano, desde 1999, ha intentando imponer un esquema
decadente que fracasó en todo el planeta. La presencia desmedida del
Estado en la economía, el cerco a la propiedad privada, los controles
exacerbados, el autoritarismo y la socialización de los medios de
producción, provocaron la ruina de las naciones donde tales medidas se
aplicaron.
El domingo 10 de junio y el lunes 11 se inscribieron en el CNE Henrique
Capriles y Hugo Chávez. Fue una medición de fuerzas en la que el
candidato elegido en las primarias logró despertar el entusiasmo de un
volumen mayor de simpatizantes. Sin coacción, sin presión compulsiva,
Capriles consiguió que las calles de Caracas se desbordaran. El
comandante atrajo a los seguidores de siempre. A los mismos que durante
catorce años le han seguido ciegamente. Ahora se han formalizado dos
opciones para los próximos comicios presidenciales.
El 7 de octubre Venezuela se verá obligada a optar entre la
vida y muerte. No lo digo porque estará comprometida a escoger entre un
candidato vital, capaz de recorrer caminando más de diez kilómetros a
pleno sol en medio de las expresiones de afecto de un pueblo que reclama
cambios urgentes y un aspirante a reelegirse, a pesar de la grave
enfermedad que padece, sino porque –además- el país enfrentará la
disyuntiva de elegir entre un proyecto que propone profundizar el morbo
del colectivismo e intervencionismo estatal y otro que plantea estrechar
la colaboración entre el Estado y la sociedad.
El régimen bolivariano, desde 1999, ha intentando imponer un
esquema decadente que fracasó en todo el planeta. La presencia
desmedida del Estado en la economía, el cerco a la propiedad privada,
los controles exacerbados, el autoritarismo y la socialización de los
medios de producción, provocaron la ruina de las naciones donde tales
medidas se aplicaron. El imperio soviético fue una farsa. El gigante
estaba construido con plastilina. Bastó el pavor provocado por la Guerra
de las Galaxias, estratagema diseñada por Ronald Regan, el magnetismo de
Juan Pablo II y la globalización de las comunicaciones impulsada por los
satélites espaciales, para que el endeble edificio se derrumbara. Los
comunistas, después de más de setenta años en el poder, lo único que
lograron fue sustituir la autocracia zarista por un sistema aún más
despótico, corrupto e inepto. El comunismo soviético no corrigió las
injusticias ancestrales de Rusia, solo las profundizó.
El caduco esquema leninista y stalinista, que Francis Fukuyama
creyó desparecido luego de la caída del Muro de Berlín y la implosión de
la URSS, intentó renacer en Venezuela una década después, impulsado por
la fuerza de los petrodólares. Desde hace catorce años Hugo Chávez ha
tratado de reeditar la fracasada experiencia socialista y mantener viva
la llama del comunismo. En Venezuela debía ensayarse de nuevo el modelo.
Esa antigualla que es el chavismo se resiste a aceptar que el sueño de
Marx y sus seguidores fue derrotado por la historia. La izquierda
nostálgica mundial, agrupada en el Foro de Sao Paulo, continúa pensando
que el comunismo puede triunfar. Que los descalabros de Rusia, Europa
Oriental, China, Vietnam y Cuba –el socialismo real- únicamente
representan obstáculos en la larga marcha hacia la Tierra Prometida.
La nueva búsqueda de la utopía comunista emprendida por el
autócrata crioolo nos ha costado enormes dosis de frustración y
sufrimiento. Millones de empleos han dejado de crearse, miles de
fábricas han cerrado, la pobreza no ha retrocedido, las empresas
estatizadas han fracasado, la inflación se ha disparado, en medio de la
abundancia de dólares han aparecido la escasez y el desabastecimiento de
productos básicos, los capitales han emigrado o no han venido.
Simultáneamente, la espiral de violencia no ha dejado de aumentar, miles
de talentos han huido del país y la infraestructura parece haber sufrido
los efectos de un terremoto de grandes proporciones. Hemos vivido en
carne propia lo que hace algunas décadas veíamos por televisión o
leíamos a través de la prensa. El comunismo, que antes nos era tan
ajeno y distante, ahora lo padecemos a diario.
Esta muerte, algunas veces lenta y otras acelerada, que
provoca el socialismo, fue lo que el candidato-Presidente ofreció
mantener en su discurso de proclamación para reelegirse una vez más. No
le basta con la destrucción hasta ahora desatada. Quiere seis años más
para que la nación continúe retrocediendo y arruinándose. Desea seguir
con las expropiaciones, las confiscaciones, los despojos, mientras
fortalece -mediante las importaciones- el empleo y las economías de los
países a los cuales les transfiere las divisas.
Ante este afán por reeditar el esquema anacrónico y fracasado
del comunismo, el país democrático reclama un cambio de modelo basado en
un proyecto incluyente y ampliamente compartido, alejado del sectarismo
y la hegemonía prepotente. Ninguna sociedad progresa con las divisiones,
lucha de clases y confrontaciones que fomenta el chavismo.
Henrique Capriles está asumiendo la reconstrucción del país a
partir de la recuperación de la democracia, con economía de mercado,
protección a la propiedad privada, reconciliación nacional, Estado de
Derecho, descentralización, equidad e inclusión social. Será el progreso
frente al atraso. La paz frente violencia La vida frente a la muerte.
trino.marquez@gmail.com
http://www.analitica.com/va/politica/opinion/8142406.asp
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