Thursday, June 28, 2012

El uso de los refranes

El uso de los refranes
leopoldo Tablante
Jueves, 28 de junio de 2012

La periodicidad de Aló, Presidente se ha visto perjudicada con la
enfermedad de su estrella principal y, a diferencia del Sábado
Sensacional animado por Amador Bendayán, no hay por los alrededores
ningún Gilberto Correa que le haga el quite para, a última hora,
apoderarse del vodevil.

La distancia forzosa que Chávez ha tomado de la tribuna pública ha hecho
depender las manifestaciones de su voluntad política de los remedos de
ministros y simpatizantes. Así, por ejemplo, Andrés Izarra, Jorge
Rodríguez o Mario Silva hablarán del "majunche" al término de un
intervalo en que el recuerdo del Presidente de la República brota de su
ausencia, de la peor conjetura sobre su estado de salud o del éxito de
convocatoria de un evento organizado por la oposición.

La periodicidad de Aló, Presidente se ha visto perjudicada con la
enfermedad de su estrella principal y, a diferencia del Sábado
Sensacional animado por Amador Bendayán, no hay por los alrededores
ningún Gilberto Correa que le haga el quite para, a última hora,
apoderarse del vodevil.

Aquel chistecito mustio del comandante Chávez contra la oposición
­canturreando en su programa la balada "¿Qué tal te va sin mí?", de
Raphael­, parece haberse vuelto en su contra. El chavismo como
movimiento depende de un presidente candidato que se ha consumido hasta
los límites del enigma. Y el espíritu militarista de una revolución
pacífica pero armada parece ser su primera debilidad.

El ciclo que comenzó el 4 de febrero de 1992 depende sólo de Chávez,
jefe de campaña y líder espiritual. Sin embargo, entre círculos
bolivarianos y PSUV, la estructura del chavismo está lejos de ser tan
dura como la cultura de cuartel en que se inspira. ¿A qué me refiero
cuando hablo de "estructura"? En Los orígenes del totalitarismo, Hannah
Arendt señala que "uno no debería olvidar que sólo un edificio puede
tener una estructura, pero que un movimiento (...) sólo puede tener una
dirección".

La lógica de los sistemas totalitarios depende del conjunto de ideas
simples que articulen una línea de transmisión de poder y del discurso
de una "personalidad autoritaria" que, como la de Chávez, nunca sea
puesta en duda por sus seguidores: "La dominación totalitaria ­escribe
Arendt­ busca abolir la libertad, incluso eliminando la espontaneidad
humana en general, sin que importe la existencia de una restricción
tiránica de la libertad.

Técnicamente, esa ausencia de autoridad o de jerarquía del sistema
totalitario es mostrada por el hecho de que entre el poder supremo y los
gobernados no hay niveles intermedios fiables. Cada uno de esos niveles
actuará en función de la respectiva cuota de autoridad y obediencia que
le sea concedida".

Esto es lo que sucede con la Asamblea Nacional, con el Tribunal Supremo
de Justicia o con cualquier funcionario que, ante las consecuencias de
un rabipelado ensañado contra un cable de alta tensión, deje sin luz a
un país entero: la estructura del Estado chavista sólo existe para
encontrar chivos expiatorios que libren de culpas al líder máximo.

¿Quién podía heredar el nacionalsocialismo tras el suicidio de Hitler?
¿Y quién, dentro del organigrama bolivariano, puede heredar el chavismo?
¿Diosdado, Jesse, Nicolás? ¿Cómo? ¿Con un chavismo duro que se cuadra
con el viejo convencimiento de Lina Ron, quien llegó a su última hora
perjurando "con Chávez todo, sin Chávez nada"? Chávez es su mismo vector
y su misma dirección: la obstinación de una personalidad que ha
fluctuado de masa adiposa, de masa muscular, de equilibrio celular,
aunque nunca de obsesión ni de insomnio. Sin embargo, no hay nada en el
ciclo histórico chavista que no haya funcionado por imponderables:
fracaso y aclamación, autoritarismo y distancia no han sido
necesariamente productos de una estrategia sino más bien "compromisos
del destino".

El comandante hiberna mientras otros se pronuncian en su nombre tratando
de perpetuar la tradición de sus ofensas. Los ciclos de vida del
Presidente sirven para describir el metabolismo de un país que, a pesar
de sus alardes democráticos, optó por retornar a su naturaleza: la misma
que reaccionó contra la tecnocracia de comienzos de los noventa para
empecinarse en vivir, pero sobre todo en morir, según los raptos ­hoy
menos urgentes que ayer­ de un refranero recio.

tablanteleopoldo@gmail.com

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/7313631.asp

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