Vladimir Villegas
Miércoles, 26 de octubre de 2011
Por fortuna, nos esperan unas elecciones y no una guerra como la que hoy
desangra a Libia, lo cual tampoco nos libera definitivamente de esa amenaza
Las imágenes del cadáver de Gadafi están recorriendo el mundo.
Ya han pasado varios días desde su ejecución por parte de miembros del
Consejo Nacional de Transición libio y todavía impacta el macabro
espectáculo, alimentado por las más disímiles versiones en torno a la
forma en que perdió la vida el otrora hombre fuerte de Libia.
Viendo estas fotografías y videos es inevitable pensar en los casos de
Sadam Hussein y Osama bin Laden. Uno, ex hombre fuerte de Irak, ahorcado
luego de una sangrienta invasión sustentada en la falsa versión de que
ese país estuvo involucrado en los atentados terroristas del 11 de
septiembre de 2001, y que en su territorio había armas químicas. El
otro, un ex aliado de Estados Unidos convertido en jefe de la
organización terrorista Al Qaeda. Pues bien, se hizo costumbre mostrar
los cadáveres de estos personajes, bien bañados en sangre o luego de ser
ahorcados. El método no importa, sino la lección que se pretende dar.
La lección es que los enemigos de Occidente terminarán tarde o temprano
de esa manera. Cosidos a tiros o pendiendo de un grueso e implacable
mecate. No es esa la justicia internacional que uno desea, no es la que
parece coherente en un mundo como el actual, en el cual existen en el
papel tratados, convenios, convenciones y normas para regir las
relaciones internacionales.
No podemos acostumbrarnos ni a las dictaduras mesiánicas, autoritarias,
sanguinarias que se llenan la boca con discursos antiimperialistas pero
que terminan siendo semejantes a las de Pinochet o Somoza, para hablar
de dos asesinos que actuaron en estas latitudes. Tampoco podemos
acostumbrarnos a la idea de que las grandes potencias económicas y
militares invadan, ejecuten o protejan a tiranuelos de acuerdo con sus
conveniencias e intereses. En el mundo de hoy reinan la doble moral y la
fuerza. La ONU luce cada vez más decorativa.
Entonces a uno no pueden obligarlo a escoger entre dos alternativas que
son francamente perversas. O estás con el tirano que justifica su poder
omnímodo con el argumento de que el imperio está al acecho, o callas en
forma cómplice frente a las bárbaras intervenciones militares que se
hacen en nombre de los pueblos sometidos, y terminan siendo estos los
que ponen la sangre y los muertos.
La ejecución de Gadafi, o la presunta ejecución, para ser más cautos, ha
generado suspicacias en el mundo, y ya se escuchan pronunciamientos
exigiendo que se aclare este hecho. Sinceramente deja muchas dudas y
muchos temores que un nuevo gobierno, nacido de la resistencia contra un
dictador, y con el apoyo innegable de Occidente, tanto en lo económico
como en lo militar, comience sus primeros pasos llenándose las manos de
la sangre de un prisionero, lo cual no puede justificarse ni siquiera
porque se tratara de un sanguinario.
Y cuando uno ve estas muestras de salvajismo y de sadismo, como la larga
fila para exhibir ante niños y adultos el cadáver congelado de Gadafi,
es imposible no pensar en Venezuela y en lo que puede ocurrir si unos
siguen ejerciendo el poder de la forma como lo hacen, con prepotencia,
con alevosía y ventaja, con la bandera de la exclusión y de la
criminalización de la disidencia; y otros sólo esperan el momento en que
la tortilla se dé vuelta, como tarde o temprano ocurrirá, para poder
usar el grueso talonario de facturas que tienen guardado.
Por fortuna, nos esperan unas elecciones y no una guerra como la que hoy
desangra a Libia, lo cual tampoco nos libera definitivamente de esa
amenaza. Sólo estaremos a salvo si de todos nosotros se apodera una sana
reflexión en torno a los peligros que nos acechan.
No somos Libia, pero tampoco Suiza...
http://www.analitica.com/va/internacionales/opinion/1689987.asp
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