Sunday, October 30, 2011

Colombia para chavistas

Colombia para chavistas
Alonso Moleiro
Domingo, 30 de octubre de 2011

El más somero análisis indicaría a quien quiera verlo. Hemos perdido un
enorme peso específico en América Latina. No se trata exclusivamente de
que transitemos una autocracia jaquetona e indigesta que ha desmantelado
nuestro aparato institucional

Crecí en una nación que tenía una percepción satisfactoria de sí misma.
Un país relativamente despoblado, que había completado casi un siglo de
envidiable estabilidad económica, con una moneda fuerte, al cual
migraban personas de todos lados porque era relativamente sencillo hacer
dinero.

Un país con entramado industrial relativamente apreciable; casi
totalmente electrificado y excelente vialidad; que llegó a tener el
ingreso per cápita más alto de la región. Claramente más desarrollado
que sus vecinos. Con algunas de las obras de infraestructura más
importantes del entorno latinoamericano Con un entramado cultural no
demasiado grande, pero muy fuerte: una red de museos que llegó a
producir envidia continental; dos fondos editoriales estatales
respetados en todos lados y un Festival de Teatro que produjo el asombro
de los entendidos.

No quiero escribir una nota destinada a emanar suspiros inútiles en
torno a lo que pudo haber sido y no fue. Es una ridiculez construir
artificios en torno a nuestro pretérito bienestar con el objeto de
consolarnos. Para mí, como para muchos, está claro que en la Venezuela
actual aterrizamos una vez que se desmoronara el sueño de la Venezuela
del pasado. Dicho de otra forma: que la mentada crisis del modelo
petrolero que acabó con la democracia representativa, último eslabón que
nos hizo desembocar en la realidad, segregó los demonios actuales. El 27
de febrero no fue ninguna piñata. Ya veníamos mal.

El más somero análisis se lo indicaría a quien quiera verlo. Hemos
perdido un enorme peso específico en América Latina. No se trata
exclusivamente de que transitemos una autocracia jaquetona e indigesta
que ha desmantelado nuestro aparato institucional. Tenemos un gobierno
con mucho dinero y escasas virtudes, que trabaja duro para quitarle
oxígeno a la sociedad civil y no es capaz de producir nada útil por
cuenta propia.

Un excelente ejercicio para medir la profundidad de nuestra decadencia
consiste en calibrar el paso actual de Colombia, nuestra nación hermana.
El país vecino, al cual, por décadas, consideramos más pobre y bastante
menos afortunado, vive en estos momentos un interesantísimo
relanzamiento y expansión. Una especie de "renacimiento" que toca todos
los órdenes de su cotidianidad.

Los colombianos siguen teniendo problemas severos de pobreza y unos
niveles de violencia que, si bien han descendido con claridad, continúan
siendo inaceptables. Muchos elementos de su vida cotidiana, sin embargo,
vistos desde acá, producen una sana envidia. Las ciudades colombianas
han experimentado un integral proceso de renovación: están planificadas,
surcadas de parques, se pueden caminar de noche, tienen adecuadas redes
de transporte y unos niveles de seguridad personal incomparablemente
superiores a las nuestras.

Festivales, charlas, encuentros literarios, congresos de gerencia,
conciertos internacionales. La vida cultural colombiana en este momento
es asombrosa. Es tan fuerte que nos convoca, también, a nosotros: todo
el mundo acá está al corriente del Festival del Malpensante, la Feria
del Libro o de la Fundación de Nuevo Periodismo Latinoamericano. Su
industria editorial, como la televisiva, es robusta; las iniciativas
ciudadanas, independientemente de su orientación, reciben el auxilio de
un Estado responsable. Su desarrollo industrial, que estaba claramente
atrás hace unos años, ya ha sobrepasado el nuestro. La economía
colombiana, en claro proceso de diversificación, logra abastecerse en
varios rubros fundamentales, especialmente en la agroindustria, y ya
ocupa en tamaño el lugar que ocupábamos nosotros en la región, el
cuarto. Su producción petrolera se ha duplicado, con el auxilio de mano
de obra venezolana por cierto. Su inflación es mínima; la oferta de
productos, amplísima; sus niveles de inversión, espectaculares; su
ingreso per cápita a punto de sobrepasar al nuestro, si ya no lo hizo.
El bolívar valía mucho más que el peso: ahora el peso vale más que el
bolívar. La balanza comercial hace rato que les pertenece.

Los colombianos presentaban un rezago en materia de infraestructura y
tenían índices sanitarios y de cobertura educativa mucho más modestos
que los de Venezuela. En ambos aspectos vienen avanzando a muy buen
paso: ya nos pisan los talones. Porque también allá, como aquí, se han
desarrollado programas de subsidios relativamente aceptables. Ahí están,
para quien quiera verlos, los resultados de los Juegos Panamericanos: al
escribir esta nota están duplicando, sin ejercicios patrioteros ni
propaganda inútil, nuestra cosecha de medallas de oro.

No es necesario anotarlo, porque es demasiado obvio: el chavismo le
rehúye a cualquier comparación con Colombia. El chavismo, que se protege
de los hechos a punta de consignas y artificios emocionales, sólo sabe
hablar mal de Álvaro Uribe.

No hablamos sólo del gobierno: también sus articulistas y dolientes en
general. El parámetro que tenemos más cerca, el ejemplo que más podría
servirnos para evaluar con objetividad nuestro progreso, es abordado de
mala gana, con renuencia y mal humor. Con una cierta prepotencia
patriotera que evoca una superioridad que ya es inexistente.

La vocería económica y doctrinaria de este gobierno prefiere enfilar sus
baterías en torno a temas convenientemente lejanos y nada
comprometedores, como Grecia e Irlanda. En lo tocante al contexto
latinoamericano, en cuyo análisis podría entrar, también, un país como
el Perú, se hacen los locos con especial talento.

Los países no se desarrollan con consignas. A mí Uribe no me interesa
­de hecho tampoco me gusta. A mí me interesan los hechos. Resultó que
esos gobiernos colombianos, patiquines y conservadores, antipáticos,
tradicionalmente aislados de la realidad, han hecho bastante más por su
país que nuestro elenco heraldo de la esperanza de los pueblos. Colombia
es, en este momento, el parámetro perfecto para medir la profundidad de
nuestra decadencia. El espejo que tienen a la mano, esperando por
ustedes el día que decidan dejar de engañarse.

Una reportera amiga me contó una vez lo que le dijo un ciudadano de
Medellín cuando ésta le manifestara su asombro ante la objetiva mejora
de la calidad de vida en Colombia. "Es que acá hemos sufrido demasiado.
Ya no podíamos bajar más". Aunque me entristece profundamente comprobar,
viendo a Colombia, la postración estructural de nuestro país, yo tengo
que decir que me alegra mucho contemplar cómo han mejorado las cosas en
la nación hermana.

Porque lo que les está sucediendo lo único que indica es que no hay mal
que dure cien años, ni cuerpo que lo resista.

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/7559725.asp

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