Lo hacen perder tiempo a uno…
Humberto Seijas Pittaluga
Miércoles, 26 de octubre de 2011
Uno ya tenía la idea de atacar problemas actuales en el escrito y hete
aquí que aparece un trasnochado cantando loas a su adorado y mofletudo
comanpresi y criticando que uno haya opinado la semana pasada que
Genghis Khan lo hubiera hecho mejor que aquel.
Quería uno hacer comentarios acerca de cosas importantes y actuales: de
las declaraciones del trío de médicos desde el Hospital Militar; de los
más de $ 1,8 millardos que le han dado, de nuestros reales, a los
cubiches en escasos tres años; de los intentos de callar a Globovisión;
del trágico fin del hegemón libio; de lo que pudiésemos aprender de las
recientes elecciones argentinas, etc. O sea, cosas que ayuden a pensar
acerca de cómo mejorar la democracia en Venezuela.
Y sale un paniaguado a decirme que su jefecito lindo tiene una media
docena de doctorados concedidos por sus méritos y, por tanto, no puede
ser comparado con un salvaje que no sabía escribir. ¡Por amor de Dios!
Solo dos, —los venezolanos y los extranjeros— saben cuáles universidades
se los concedieron, en razón de qué, cuánto hubo pa' eso, cuán caros nos
salen a los venezolanos esos pergaminos, y que el tipo no tiene pasta de
doctor.
Por lo menos para mí, que alguien salga raspado en el examen teórico de
Táctica General en el curso para teniente coronel —y que después, cuando
intentó aplicar sus defectuosos conocimientos durante la asonada del
4-F, haya salido raspado otra vez en el examen práctico— no tiene
atributos, mucho menos aptitud, para un doctorado.
De las declaraciones del grupo de médicos que no tienen pacientes sino
negocios en el Hospital Militar ya se ha dicho mucho. No vale la pena
llover sobre mojado. Porque eso de afirmar que Navarrete no puede opinar
sobre la salud de El Poseso porque no fue su médico, lo que hace es
anular cualquier criterio que el trío exponga sobre lo mismo porque
ellos tampoco lo han siquiera auscultado. Lo que quería comentar es algo
que dijo alguno de ellos: que el tipo nunca había sido sometido a
tratamientos psiquiátricos. Dos acotaciones: primero, eso es falso
porque Edmundo Chirinos era su loquero de cabecera — posiblemente por
eso es que actúa con tanta vesania y depravación—, y segundo, quizás por
eso es que estamos como estamos: porque no lo ha revisado un alienista
serio y responsable.
De la muerte del libio, lo que quería decir es que eso de, en un
momento, creerse "rey de reyes" y, al ratico, su cadáver ser mostrado
¡sobre un refrigerador de supermercado!, es una medida de lo poco que el
poder, los millones y unos pocos seguidores enceguecidos valen ante un
pueblo determinado a quitarse de encima un yugo. A Mussolini le
correspondió un final igual de abyecto. De Hussein, ni se diga. Lo que
le toca a Libia ahora es arrancar de cero. Porque eso de pasar años y
años bajo la mera voluntad de un mandatario que no reconoce texto
constitucional tiene que socavar las bases de un país. Sin importar si
es uno tribal, nómada y recién inventado o es uno con más de 200 años de
tradición republicana y, mal que bien, estado de derecho.
De la reelección de KK, los venezolanos debemos entender que la
oposición no puede ir desunida en países donde impera el populismo más
orondo y el ventajismo oficial más descarado. A uno le tiene que llamar
la atención que Argentina —un país ilustrado, donde abundan las
librerías bien abastecidas y gente bien instruida— tenga una clase
política tan siglo XIX, con gobernadores que no son sino gamonales,
gavilleros a la orden y con sueldo del gobierno. Y con dirigentes que no
entienden que en la unidad está la salida de los gobiernos ladrones e
ineficientes.
De esas y otras cosas es que quería escribir. Pero tengo que replicarle
al gaznápiro rojo. ¡Mire, señor! Genghis no sabía escribir, pero se
rodeó de los ministros más eficientes (cosa que el de aquí no hace). Por
eso, el imperio mongol permitía y propiciaba la libertad de comercio.
Para eso, garantizaba la seguridad de los viajeros a lo largo de todo el
imperio; se apoyaba en papel moneda que era sólido y reconocido desde
Rusia hasta India y desde Persia hasta China; las tarjetas de crédito
—sí, las tarjetas de crédito fueron otro invento mongol— permitían
adquirir bienes bien lejos de la casa de uno. O sea, permitieron la
expansión del intercambio comercial. Todo lo contrario de lo que hacían
los supuestamente cultos señores europeos, que aislaban su feudo del
vecino y no dejaban que las mercaderías circulasen libremente. ¿Podría
su amado Elke Tekonté y su caterva de ineptos lograr algo parecido en
seguridad de circulación, respeto al signo monetario y libertad de
comercio? Ni de vainas…
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