Simón Boccanegra
Lunes, 31 de octubre de 2011
En el acto militar-musical del miércoles pasado, el Presidente anunció
un aumento salarial para los militares de 50% y, encima, les eliminó el
pago de cuota inicial para la adquisición de vehículos y de viviendas.
Este minicronista no ve mayores objeciones a este aumento de sueldos,
porque en un país inflacionario como éste, aunque los aumentos
salariales pronto se disuelven como sal en el agua, siempre ayudan,
aunque sea por un tiempito.
De modo que me alegro por los que recibieron ese preaguinaldo.
Pero siempre deja un escozor comparar ese aumento con el que reciben (o
no reciben, porque de lo contrario no habría tantos reclamos salariales
por todos lados, sin hablar de los cientos de contratos colectivos
vencidos que el gobierno se niega a discutir) todos los demás sectores
de la administración pública, que, desde luego, están bastante distantes
del otorgado a los hombres de uniforme.
A éstos, por cierto, en 2010 ya les habían subido un 40%. En dos años
casi se les ha duplicado el sueldo. De modo que no hay manera de
disimular la condición de sector salarialmente privilegiado. Tal vez
merezcan ese trato porque en principio se les supone, así desde la
Independencia no hayamos tenido guerras con nadie, gente que ejerce un
oficio más riesgoso que cualquier otro, vinculado, además, a la defensa
del país.
Pero, es imposible no observar que esa desproporción entre los aumentos
a los militares y los que reciben (o no reciben) los demás sectores
obedece a una razón política.
Chávez mismo la dijo: "Me le están calentando las orejas a los militares
para que me den un golpe". O sea, los aumentos y la eliminación de las
cuotas iniciales no son un acto de justicia sino responden al clásico
concepto del bozal de arepas, que para algunos tal vez funcione pero no
estoy seguro de que sea así para la mayoría.
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