El dilema de la oposición democrática en Venezuela
No basta con tener la razón para triunfar en política
Eugenio Yáñez, Miami | 12/10/2011
Dentro de un año deben realizarse elecciones presidenciales en
Venezuela, y aunque las encuestas con tanta anticipación no son
confiables para imaginar resultados finales, en estos momentos el
presidente Hugo Chávez ronda el 60 % de aceptación entre la población
venezolana.
Factores políticos y emocionales se han conjugado para que las encuestas
muestren estas cifras: a pesar del amplio descontento de la población
con la inseguridad ciudadana y la escasez, el cáncer que padece Chávez
ha activado en gran cantidad de venezolanos un sentimiento de admiración
por la "valentía" con que ha enfrentado el combate frente a la enfermedad.
Aunque algunos han dudado que tal cáncer exista y no hay información
médica suficiente —ni insuficiente— para afirmarlo o negarlo
rotundamente, es evidente, por las fotos que se publican, que Chávez ha
recibido gran cantidad de esteroides y anticancerígenos que han
transformado radicalmente su fisionomía. No tiene sentido suponer que
reciba tal severo tratamiento solo para justificar algo que no existe,
con el pueril objetivo de ganar favor y fervor popular.
Lamentablemente, la oposición venezolana no parece comprender totalmente
el fenómeno político-social que se está produciendo en estos momentos, y
aunque ha tenido y mantenido la entereza moral de no utilizar la
enfermedad del caudillo como factor de politiquería o agitación, tampoco
ofrece a los venezolanos una alternativa a la vez sólida, realista y
pragmática.
Su fortaleza perspectiva, con un candidato único opositor para las
elecciones presidenciales del próximo año —que deberá ser producto de
elecciones primarias en febrero del 2012—, resulta en este momento un
handicap a favor de Chávez, pues mientras sus números suben por la
percepción de que el presidente actúa con coraje y realismo frente a la
terrible enfermedad, la oposición, enfrascada en campañas de los
pretendientes a la candidatura opositora única, todavía no muestra
capacidad para enfrentar los posibles escenarios: Chávez totalmente
recuperado y en plena actividad, Chávez compitiendo, pero físicamente
disminuido, o una situación donde Chávez no pueda presentarse como
candidato y las banderas del oficialismo las asuma otro —o varios— desde
las filas del chavismo, o lo que quede de eso, si no estuviera Chávez.
Naturalmente, es mucho más fácil de mi parte plantearlo, que de parte de
la oposición resolver la tarea. Pero que sea complicado y difícil no le
exime de su responsabilidad.
Las elecciones, no es un secreto para nadie, tendrán toda la maquinaria
del chavismo al servicio del candidato del "socialismo del siglo XXI",
esa entelequia que nadie sabe exactamente lo que es. El Consejo
Electoral, aunque se jure y perjure lo contrario, está al servicio del
chavismo, así como el poder judicial, que no escatima en inhabilitar
candidatos opositores, y toda la maquinaria estatal y burocrática
"bolivariana".
Por si fuera poco, sectores de la Fuerza Armada han amenazado
abiertamente con desconocer cualquier resultado electoral contrario al
chavismo. Y los aparatos "bolivarianos" de orden interior, bajo
fraternal asesoría de La Habana, con sus controles de identidad,
inmigración-emigración, y entregando ciudadanía venezolana hasta a
marcianos si fuera necesario para que participen en las elecciones,
apuestan abiertamente al triunfo "revolucionario" de la boliburguesía
venezolana, pretendiendo presentarlo como triunfo del pueblo.
Con tantos factores en contra, en la típica pelea de león contra mono y
con el mono amarrado, la oposición democrática venezolana necesita un
triunfo electoral contundente y absoluto, para conjurar el espectro del
pucherazo militar contra la voluntad popular, y garantizar que el deseo
de los votantes se establezca como gobierno venezolano.
Mientras Chávez, sus acólitos y demagogos, prometen lo imposible —pero
que resulta demasiado atractivo y tentador para los desposeídos—, el
mensaje de la oposición democrática tiene que referirse a realidades que
la población pueda palpar, "tocar" y sentir. De lo contrario, no podrán
derrotar a la camarilla oficial. Además, todo esto se basa en
optimistamente suponer que no surgirá en algún momento un "iluminado"
candidato opositor que presente su candidatura por su cuenta,
desconociendo al designado por la Mesa de Unidad Democrática tras las
primarias. Incluso discreta o secretamente fomentado desde el oficialismo.
En la oposición democrática venezolana hay personas muy honestas,
capaces, inteligentes, abnegadas y visionarias, que pueden perfectamente
estructurar un programa alternativo comprensible, atractivo, realista y
aplicable para las grandes masas venezolanas. Pero si demoran demasiado
en definirlo, hacerlo de todos, y dárselo a conocer a los venezolanos de
a pie, o si, en aras del consenso, lo elaboran tan abstracto que solo
resulte comprensible en las altas esferas del olimpo caraqueño, el
chavismo seguirá siendo en Venezuela por quién sabe cuantos años más, a
pesar del desastre político, económico y social que ha significado para
la nación.
Hugo Chávez alcanzó la presidencia en 1998 por la incapacidad de las
élites venezolanas de ofrecer a su pueblo una alternativa mucho más
atractiva y creíble que la del militarmente derrotado teniente-coronel.
De entonces hasta aquí, se ha mantenido —ganando elecciones una tras
otra— por esa misma incapacidad política de sus opositores para liderar
a los venezolanos.
Que la elección presidencial de 2012 termine definitivamente con la
demagogia y la locura del socialismo del siglo XXI o que ratifique
indefinidamente tanto al proyecto como al caudillo, depende únicamente
de la capacidad de los opositores para derrotarlo en las urnas. Porque
ya en el 2018 no habría otra oportunidad.
Y no debemos olvidar, nunca, que no basta con tener la razón para
triunfar en política.
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