Rafael Díaz Casanova
Miércoles, 12 de octubre de 2011
Para mantener el país hace falta importar casi todo. Toda la industria y
los servicios se suministran con equipos fabricados en otras latitudes,
todos esos equipos requieren de un mantenimiento prescrito por sus
fabricantes, que necesitan ingente cantidad de repuestos que es
necesario pagar con divisas
Tan pronto como el 19 de julio de 1977 tuvimos el privilegio de que uno
de nuestros escritos apareciera, por primera vez, en las páginas de
Opinión de EL UNIVERSAL. Regentaba esos predios el recordado periodista
don Guillermo José Shael y fue gracias a la introducción que a él nos
hizo nuestro apreciado y recordado amigo Luis Henríquez Cedraro la que
nos permitió este privilegio. Traemos a colación este recuerdo pues
aquella columna tenía como título "Mantenimiento, necesidad nacional".
Hoy, nos vamos a ocupar del mismo mantenimiento, que no se hace con la
rigurosidad debida, pero enfocado desde su relación con el acceso a
monedas duras que nos impide, regula y explota este perverso régimen que
nos destruye el país.
No disponemos del espacio necesario, ni del conocimiento, para analizar
la triste y tortuosa senda, o más bien el despeñadero, que hemos
recorrido, especialmente desde febrero de 2002, cuando el dólar
norteamericano ya se había valorizado ante el bolívar de la época hasta
un valor muy cercano a los mil bolívares por dólar. El cambio actual
(oficial) es de 5,6 veces el que sufríamos hace menos de diez años.
Para mantener el país hace falta importar casi todo. Para importar esos
elementos imprescindibles, hace falta dólares u otras monedas fuertes.
Mantener al ciudadano requiere tanto de medicinas como de equipos
médicos. Estos requieren repuestos y tecnología. Todos exigen una
disposición oportuna de monedas extranjeras.
Venezuela ha agravado su condición de agricultor y criador de puertos.
Para importar los alimentos hace falta monedas extranjeras.
Toda la industria y los servicios se suministran con equipos fabricados
en otras latitudes, todos esos equipos requieren de un mantenimiento
prescrito por sus fabricantes, que necesitan ingente cantidad de
repuestos que es necesario pagar con divisas.
Tanto el nefasto RECADI que se puso en funcionamiento como consecuencia
del viernes negro de febrero de 1983, como el infausto CADIVI que se
instituyó en febrero de 2002, han sido los mecanismos que han impuesto
los burócratas para intentar, dicen ellos, una sana administración de
las divisas. La realidad es que ese objetivo no se logra y a cambio
tenemos la mayor fuente de corrupción y una de las más importantes
causas de la inflación nacional.
En estos últimos días hemos visto en la prensa y todos los medios de
información y comunicación que se han sucedido accidentes graves en
naves aéreas y en el único ferrocarril que sirve a la capital.
Escuchamos que el ferrocarril que une los valles del Tuy con la capital,
está funcionando sin varios sistemas necesarios para su seguridad,
especialmente el sistema de protección de aproximaciones.
También somos testigos de la degradación tanto de las vías de
comunicación terrestre como del parque automotor de la sociedad. Todo
ello acontece, entre otras causas, por la férrea restricción de divisas
a cada uno de los sectores.
Escuchamos que CADIVI se toma hasta siete meses para aprobar una
solicitud de divisas de la industria de transporte aéreo. No es
descabellado suponer que las aeronaves que dan servicio a los ciudadanos
de Venezuela, no han cumplido con los dispositivos de mantenimiento
especificados por sus constructores.
Dios quiera que no se produzca un accidente con víctimas en ningún avión
venezolano. Los responsables se encontrarán, sin menoscabo de otras
personas, en la junta directiva de CADIVI y en los burócratas que
administran, sin criterio, la disposición de divisas.
Este análisis se puede extender a casi todas las actividades nacionales
pues el régimen que destruye el país se ha encargado de que toda
actividad requiera divisas y estas llegan muy tarde y aliñadas con una
alta dosis de corrupción.
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