Wednesday, October 12, 2011

Miseria

Miseria
Juan Guerrero
Miércoles, 12 de octubre de 2011

Los tiempos que vive la sociedad venezolana son realmente difíciles y en
esta dificultad se evidencian rasgos de miseria. Y esta miseria no es
tanto material, alimentaria como espiritual

Esto es triste y desolador porque, de superar la condición material en
el mediano plazo, las consecuencias, las secuelas que deja en el alma la
miseria espiritual no pueden ser superadas jamás. Habrá que esperar el
advenimiento de nuevos ciudadanos, de nuevas generaciones para superar
la ruina espiritual en la que hemos caído absolutamente todos los
venezolanos. Los hay quienes directamente están involucrados en hechos
punibles, de crímenes atroces y actos de corrupción.

Pero también aquellos que, conociendo de estos hechos, callan por
intereses políticos, económicos o por creencias religiosas, ideológicas,
o también aquellos por filiaciones consanguíneas o de compadrazgo. Pero
también quienes a diario nos enteramos de la violencia que de mil
maneras se manifiesta en la cotidianidad de la vida, bien por este
gobierno obsceno y corrompido y que nos corrompe cada vez que puede, o
por las relaciones familiares, de amistades o por la misma dinámica
social que nos lleva a delinquir y cometer faltas, como adquirir bienes
de dudosa procedencia, infringir las normas de tránsito, irrespetar el
derecho del semejante cuando espera ser atendido en una oficina pública.
Son estos y otros muchos, hechos cotidianos donde los rasgos de
corrupción nos han alcanzado y son tan comunes que nos hemos
acostumbrado a ellos y lo que más asombra, somos usuarios de ellos.

El Estado a través del gobierno y sus instituciones, se ha erigido como
el principal modelo de miseria espiritual al permitir, por omisión,
descuido o porque abiertamente lo propicie, la cada vez más cercana
violencia que nos cerca y aprieta la garganta. Esta violencia aparece,
entre otras razones, por tanta permisividad y ausencia de controles por
falta de aplicación de las leyes o por carencia de autoridad de familias
que no orientan a sus hijos. Ya no son las noticias sobre un robo o
asesinato o secuestro o agresión física a un lejano pariente o conocido.
Ahora la violencia con saña, el crimen con ventaja y alevosía, y la
miseria espiritual tocan a nuestra puerta.

Ahora es el hijo de un apreciado amigo, el robo o secuestro de un
familiar. Ya está instalada esa miseria, esa actitud en nuestra propia
sala de la casa. Ahora se habla, se comenta, se dan detalles. Escuchamos
esos espeluznantes detalles contados por sus protagonistas, por la
madre, el padre, el hermano, el mejor amigo, quien, entre lágrimas y con
la voz entrecortada, nos narra esos momentos espantosos que debió
experimentar cuando le rompieron el vidrio del carro y vio el rostro del
asaltante.

También cuando la joven cuenta, aún con el trauma presente, cuando el
criminal la obligaba a besarlo mientras este le manoseaba sus partes
íntimas. O el anciano que en su imposibilidad veía cuando su propio
nieto le robaba sus ahorros para comprar droga.

O la normalidad de vernos frente a la autoridad, quien nos detiene
para solicitarnos los documentos del vehículo y no tener alguno de
ellos, y tener que "mojarle" la mano para no ser retenido. O cuando el
docente acepta del estudiante quien le propone el negocio de "una ayuda"
para su maltrecho sueldo, si le aumenta la nota para pasar la materia. O
la enfermera que extrae del centro hospitalario materiales y equipos
para revenderlos.

O el médico que recomienda una operación sin existir esa necesidad para
obtener dividendos. O los cientos de miles de pordioseros y pedigüeños
que desdoblan sus cuerpos, hacen malabarismos, enternecen sus rostros y
miradas para dar lástima haciendo de ello su modo de vida. Esa es la
miseria en la que todos hemos caído.

Esa es la triste y dantesca realidad de una sociedad mal acostumbrada a
esperarlo todo del Estado. Un Estado que también se acostumbró, a través
de los diferentes gobiernos, a ser paternalista y que ahora abandona a
los ciudadanos o los somete a la más obscena agresión y manipulación,
corrompiendo lo poco de decencia que queda en la intimidad del ser
venezolano.

camilodeasis@hotmail.com

http://www.analitica.com/va/economia/opinion/7646636.asp

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