Argelia Ríos
Domingo, 1 de enero de 2012
Receloso de las secuelas negativas a las que se enfrentaría si la
convocatoria resultara en un evento de participación masiva, el
comandante se entromete en el núcleo de un problema crucial que todos
conocen y que pocos denuncian: la ausencia de una campaña destinada a
animar una asistencia maciza a las urnas.
Los candidatos deberían estar interesados en impedir que febrero sea una
mueca democrática
Es sólo una intriga. Claro que, en este caso, sus maquinaciones están
basadas en un supuesto de origen razonable. Cuando Chávez insinúa que la
oposición podría desconvocar las primarias de febrero, no lo hace porque
crea que tal cosa ocurrirá. La escogencia de su competidor se hará
conforme a lo planeado, aunque la cita no logre descollar como el punto
de partida para garantizarle a sus contrarios un triunfo seguro en
octubre del año que está por iniciarse.
Receloso de las secuelas
negativas a las que se enfrentaría si la convocatoria resultara en un
evento de participación masiva, el comandante se entromete en el núcleo
de un problema crucial que todos conocen y que pocos denuncian: la
ausencia de una campaña destinada a animar una asistencia maciza a las
urnas, que le sirva al abanderado electo como un eficiente trampolín,
útil para ensanchar las expectativas de una victoria a la cual no se
llegará por la vía rápida de una autopista sin baches.
Enterado como
siempre se encuentra de los enredos de la unidad opositora, Chávez juega
en el bando de quienes están interesados en unas primarias desteñidas,
de las que surja un candidato débil y, por tanto, necesariamente
"manejable" y dependiente de los capataces de las maquinarias
partidistas. Su esperanza -inútil, por cierto- es que, bajo el pretexto
de una convocatoria que se asome desastrosa, algunos cuantos aventureros
de la MUD desestimen la pertinencia de las primarias, o de que, en su
defecto -y en virtud de una cita poco lustrosa-, el elegido se convierta
en una suerte de arlequín, reo de las pasiones de sus adversarios
internos, bien dispuestos a aprovechar la ocasión para aplicar el
chantaje que suele envolver el "reparto" del poder.
Ya no es ocultable
el hecho de que los jefes de los partidos "más populares y
tradicionales" de la oposición, compraron todos los tickets para apostar
a la derrota de quien, durante ya largos meses, se ha mantenido en la
cúspide de las preferencias; un derecho que le asiste -porque de eso se
trata la competencia-, muy a pesar de que un triunfo alcanzado en unas
primarias de participación deslucida, nada añadiría al cuadro del 7 de
octubre.
Sin embargo, aterrizados como estamos en el mes de enero, y
dicha sea la verdad, la responsabilidad va extendiéndose al universo
opositor en general... A estas alturas, todos los candidatos deberían
estar interesados en impedir que febrero se transforme en una mueca
democrática: de lo contrario, gane quien gane -incluyendo al notorio
representante de las maquinarias-, la tendrá muy difícil para hacer
creíble la posibilidad de su victoria sobre Chávez. Para ya, es tarde.
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