Rafael Poleo
Jueves, 12 de enero de 2012
El retorno de Diosdado Cabello corresponde a un cambio drástico en el
proceso revolucionario que dentro del estamento militar comenzó a
fraguarse en los años ochenta y tuvo su primera explosión el 4 de
febrero de 1992.
Ante la alta posibilidad de que Chávez, urgido por su enfermedad,
imponga cambios estructurales a través de la Asamblea Nacional, los
militares imponen a su hombre. Diosdado Cabello, al frente del Poder
Legislativo, en lo que se presenta como una reorientación del proceso
revolucionario hacia sus objetivos originales, muy lejos del comunismo.
El retorno de Diosdado Cabello corresponde a un cambio drástico en el
proceso revolucionario que dentro del estamento militar comenzó a
fraguarse en los años ochenta y tuvo su primera explosión el 4 de
febrero de 1992. Este cambio supone un retorno a la idea original del
movimiento que en aquella fecha reveló el profundo disgusto del
estamento militar ante el curso que había tomado el sistema democrático
instaurado cuando los militares derrocaron al dictador Perez Jiménez en
1958.
Cabello, a quien Chávez había marginado luego de llamarlo incapaz y
ladrón ante las cámaras, representa el sector nacionalista de esa
revolución, el cual ha enfrentado de forma sorda pero tenaz el proyecto
castro-comunista de Chávez.
Debe recordarse que el movimiento de oficiales medios promovido por
Chávez dentro de las Fuerzas Armadas con la protección de varios
generales, estaba muy lejos de ser comunista, aunque Chávez ocultamente
lo fuera. Las figuras más prominentes de ese movimiento – Urdaneta
Hernandez, Arias Cárdenas, Gruber, Baduel y otros – eran y son, en todo
caso, socialcristianos, además de nacionalistas. Para desarrollar su
alianza con Cuba, Chávez tuvo que deshacerse de oficiales como los
mencionados.
El propósito original del movimiento que emergió con el golpe del 4 de
febrero de 1992, tenía mucho de utópico. Consistía en establecer un
régimen nacionalista con una economía ordenada con función social y
manejada por factores distintos de la oligarquía financiera que dominó
la vida nacional hasta el colapso del sector bancario en 1994. Chávez
tenía objetivos distintos, pero los ocultó colosalmente hasta que se
deshizo de sus compañeros militares y montó la alianza estratégica con Cuba.
Desde que a partir de 2001 Chávez mostró su intención de cubanizar a
Venezuela, el estamento militar ha venido sosteniendo una tenaz
resistencia, acatando, pero no cumpliendo, aparentemente las ordenes del
Presidente. En este sentido ha llegado a actitudes de sistemático
fingimiento, con exageración de sus expresiones de lealtad. A esto hemos
llamado el síndrome de Rosendo, por el general que, mientras aparecía
como el más leal y elocuente defensor del Presidente, era uno de los que
fraguaba el movimiento del 11 de abril de 2002, cuando el alto mando
brevemente depuso a Chávez.
Aquel movimiento del 11 de Abril se frustró porque un segmento mínimo de
la Fuerza Armada, lo que hoy podemos ver como la derecha militar, bajo
la figura de Carmona Estanga, se hizo con el poder a espalda de la
mayoría de los oficiales medios, quienes no buscaban un retorno al
antiguo régimen, sino una reorientación hacia los objetivos originales.
Fue entonces cuando los generales Baduel y Garcia Carneiro movieron
hacia Fuerte Tiuna los tenientes coroneles que comandaban los
batallones, revirtiendo la situación.
A partir de entonces y por unos meses Chávez fingió reconsiderar la
alianza con Cuba. Para restaurarse aprovecho la fisura que el movimiento
de abril había provocado entre los militares y pronto retornó a su
proyecto comunista, imponiendo en los mandos a oficiales que le
expresaban lealtad. Pero basado hasta en la experiencia de su propia
conducta como conspirador, Chávez comprende que nunca podrá confiar en
los militares, por lo que ha adelantado un plan para sustituir las
Fuerzas Armadas por una milicia políticamente comprometida. Mientras ese
plan avanza, oficiales cubanos son los verdaderos jefes en puntos
nodales del sistema de defensa nacional. Esta presencia de extraños
causa tensión permanente en los establecimientos castrenses, con grave
perjuicio para la solidaridad de los oficiales con el presidente.
El deterioro de la salud de Chávez y la duda razonable sobre su
capacidad para seguir en el mando ha sido, por supuesto, el tema de
discusión en todos los niveles militares durante el último año. La
posibilidad de un vacío de poder es vista con especial preocupación por
quienes tienen razones para temer que un desmoronamiento del régimen los
arrastre como chivos expiatorios engordados por la percepción común de
que "a Chávez lo sostienen los militares".
Frente a este cuadro que los ubica como las victimas propicias, los
militares han decidido tomar el control, arrancándolo de las manos, no
muy firmes, del confuso funcionario político del PSUV. La imposición de
una de sus fichas más importantes en la Presidencia del Poder
Legislativo bloquea la intención de cambios institucionales que Chávez,
a su vez urgido por su declinación física, impondría en su marcha hacia
su objetivo comunista. Debe recordarse que los militares ya han
frustrado cambios estructurales que alterarían la naturaleza de la
sociedad venezolana como hicieron cuando obligaron a Chávez a aceptar su
derrota en el Referéndum Constitucional del 2004, el cual hubiera
capacitado a Chávez para establecer de una vez la dictadura comunista
según el modelo Cubano.
En que medida los militares han tomado el control de la situación es
algo que veremos en las próximas semanas -o días. De manera inmediata no
hay duda de que a Chávez le han impuesto el sucesor que menos hubiera
deseado, el mismo cuyo liderazgo sistemáticamente había desmontado,
dejándolo sin recursos para repetir como gobernador de Miranda,
anulándolo políticamente en un cargo administrativo, destruyendo su red
de recursos financieros y, lo más dramático, acusándolo en televisión y
en su presencia de corrupto e incapaz. Todo lo cual fue asimilado por
Diosdado con la serenidad que un siglo antes Juan Vicente Gomez se tragó
las humillaciones a que le sometió Cipriano Castro, para luego
desplazarlo cuando Cipriano perdió la salud.
Este cuadro objetivo no es necesariamente agradable para los partidos
políticos y el empresariado tradicional, a quienes han estado dirigidas
las frases amenazantes con que Diosdado Cabello asumió el jueves la
presidencia de la Asamblea Nacional. El plan es desplazar a Chávez y a
los cubanos, consolidar al PSUV como gran partido nacional – más
adelante se decidirá si de su nombre se elimina la palabra socialista –
normalizar las relaciones con Occidente y establecer una sociedad con
nuevos factores de poder en la cual tendrían protagonismo quienes para
1992 podían considerarse excluidos.
Es un juego nuevo sobre el mismo tablero. Las reglas de ese juego son
las establecidas por la Constitución y Diosdado tiene la misión de
impedir que esas reglas se cambien en dirección del comunismo, como
Chávez tenía planeado. Pero faltan pasos importantes. El Articulo 233 de
la Constitución establece que si Chávez desaparece antes de terminar el
actual mandato, este lo completaría el Vicepresidente, Elias Jaua, quien
en las Fuerzas Armadas es peor visto incluso que el pro-Cubano Nicolás
Maduro. De manera que faltan cambios.
Es un proceso dentro del proceso pero un proceso decisivo.
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