Cuando cae un dictador
Rebeldes libios sacan cajas de municiones de un almacén militar del
régimen de Kadafi en Trípoli, el domingo pasado.
Rebeldes libios sacan cajas de municiones de un almacén militar del
régimen de Kadafi en Trípoli, el domingo pasado.
Daniel Berehulak / Getty Images
Jorge Ramos
Cuando cae un dictador, otros dictadores tiemblan. Saben que, tarde o
temprano, caerán ellos. Pocos son los que desafortunadamente mueren en
el poder, como Francisco Franco en España, o que se traspasan el poder,
como los Somoza en Nicaragua. El destino de un tirano es caer.
La caída de Moamar Kadafi en Libia envía el clarísimo mensaje de que
ninguna dictadura, por más férrea y sangrienta que sea, aguanta la
rebeldía de un pueblo dispuesto a morir antes que seguir igual. Es
difícil pensar en otro tirano con un control más represivo sobre su
gente que Kadafi y, sin embargo, cayó y calló.
Fueron 42 años que se sintieron como 84 y que Kadafi, con sus
operaciones plásticas, su megalomanía y su culto a la personalidad,
intentó (sin éxito) hacer eternos. ¿Se fijan que los tiranos, cuando se
sienten todopoderosos, hablan de sí mismos en tercera persona, llenan de
sus fotos y efigies al país, y se comparan con Jesucristo, Mahoma y
cualquier dios a su alcance?
La llamada "primavera árabe" –que ahora se ha extendido al verano y
ojalá continúe en otoño e invierno– comenzó en Túnez con una revolución
twitera. Las redes sociales permitieron coordinar la rebelión a los
jóvenes tunecinos burlando la censura mediática del régimen.
Y luego "la primavera árabe" arrasó Egipto. Todavía me entusiasmo al ver
la fotografía del dictador Hosni Mubarak tras las rejas. Ese debería ser
el destino final de todos los dictadores, de izquierda o derecha: la cárcel.
Tras la caída de Kadafi seguramente se vendrá abajo la dictadura en
Siria. ¿Se pueden exportar las revoluciones? La experiencia de los
últimos meses nos dice que sí, siempre y cuando esos regímenes compartan
geografía, abusos y la absoluta certeza de que nada cambiará si esperan.
A través de la televisora Al Jazeera un rebelde en Egipto o Túnez pudo
haber inspirado a otro en Libia y Siria. Twitter y Facebook son más
peligrosos que las metralletas para una dictadura. Las ideas básicas de
libertad de expresión y movimiento han contagiado a quienes crecieron
asustados y reprimidos. Y la revolucionaria idea de igualdad, que
permitió la creación de naciones como Francia y Estados Unidos, se
enfrenta en emails y celulares a la prepotencia de los caudillos
antidemocráticos que se sienten indispensables e insustituibles.
Ahora, ¿pueden exportarse los movimientos rebeldes del mundo árabe a
Cuba y Venezuela? La pregunta no es para los estudiantes de posgrado en
relaciones internacionales de las universidades de Harvard, Columbia y
Princeton. Es para los cubanos y venezolanos de a pie.
Cuando caía Kadafi en Trípoli, yo manejaba por la Pequeña Habana en
Miami. El entusiasmo del corresponsal de guerra de la estación de radio
de NPR contrastaba con el silencio de la esquina de la Calle 8 y la 13
Avenida.
Tenía tiempo y me bajé a caminar. Pedí un jugo de naranja con zanahoria
en una cafetería que olía a un fortísimo café recién colado (que me
hubiera dejado despierto por días) y recorrí, sin prisa, los monumentos
erigidos por el exilio cubano junto a un impresionante árbol con unas
gigantes y espectaculares raíces.
El primer monumento, con una llama ardiente, era para "los mártires" de
la Brigada 2506 que participaron en la fallida invasión de Bahía de
Cochinos. Pasos más atrás, junto a una virgen de mármol, está el mural
que recordaba en 1995 el centésimo aniversario de la muerte de José
Martí. Y al fondo, bajo un mapa de Cuba, una dura frase de Martí: "La
patria es agonía y deber".
Exacto, pensé. Agonía es lo que se sentía en ese vacío y húmedo lugar.
La agonía de los que perdieron su casa y su tierra por un dictador y,
todavía, no han podido recuperar su nación. Libia hervía y, al mismo
tiempo, en Cuba y en ese rinconcito de Miami no pasaba nada.
La agonía también se siente en Venezuela, donde hay un hombre que decide
por todos los demás. Los venezolanos, contrario a los cubanos, pueden
salir de su país y votar en elecciones multipartidistas. Pero el resto
de su vida está limitado por un aprendiz de dictador que controla
soldados, jueces, comunicadores, funcionarios públicos, contadores de
votos y hasta a los que escribieron a la medida de Chávez una
constitución reeleccionista.
Hugo Chávez ha calificado como "hordas" a los rebeldes libios, llama
"hermano" a Kadafi y dijo que no reconocerá en Libia a otro gobierno.
Kadafi dejó el poder huyendo por túneles debajo de Trípoli y si Chávez
sigue ese curso antidemocrático pudiera tener un destino similar. Están
en dos extremos del mundo pero es un caudillo protegiendo a otro.
La pregunta es ¿cómo transformar esa agonía y desesperanza en Cuba y
Venezuela en un movimiento que, eventualmente, reemplace a esos
regímenes antidemocráticos? No es un asunto académico. Es simplemente
una cuestión de libertad. Tunecinos, egipcios y libios lo supieron
hacer. No hay ninguna razón para que cubanos y venezolanos no puedan.
Los tiranos están temblando y tambaleando. Solo falta el empujón.
Twitter: @jorgeramosnews
http://www.elnuevoherald.com/2011/08/29/v-fullstory/1013909/jorge-ramos-avalos-cuando-cae.html
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