Saturday, August 27, 2011

El deterioro

El deterioro
Eduardo Mayobre
Sábado, 27 de agosto de 2011

El problema es muy simple, a pesar de que se le quiera interpretar con
explicaciones rebuscadas. Consiste en que las economías no pueden
basarse solamente en estímulos externos. Cuando no tienen un desarrollo
propio, si el estímulo externo pierde dinamismo, bien sea porque se ha
debilitado o porque el propio crecimiento de la economía lo hace
insuficiente, se inicia un proceso de menor crecimiento y retroceso.

L a situación que vive actualmente Venezuela es de deterioro. Una de sus
expresiones más visibles es el estado de calles y caminos.

Vista con una perspectiva de largo plazo, esta condición comenzó en los
últimos años de la década de los setenta del siglo pasado, según
muestran las cifras de crecimiento económico. De manera que no puede
atribuirse exclusivamente al actual Gobierno, aunque durante éste haya
llegado a su máxima expresión. El deterioro, considerado con una visión
amplia, es la misma experiencia que vivió la mayoría de los países
latinoamericanos.

El problema es muy simple, a pesar de que se le quiera interpretar con
explicaciones rebuscadas. Consiste en que las economías no pueden
basarse solamente en estímulos externos. Cuando no tienen un desarrollo
propio, si el estímulo externo pierde dinamismo, bien sea porque se ha
debilitado o porque el propio crecimiento de la economía lo hace
insuficiente, se inicia un proceso de menor crecimiento y retroceso.

En nuestro caso, el estímulo externo ha sido la demanda por nuestra
riqueza petrolera.

Durante décadas fue suficiente para impulsar el progreso y la
modernización, pero llegó un momento en el cual se hizo insuficiente.
Quizás porque la economía era más grande o porque no nos habíamos
diversificado lo necesario para tener estímulos propios.

Eso mismo sucedió en otras naciones de la región con productos tan
diversos como café, trigo, azúcar, cobre, salitre, guano y estaño. Y una
vez que comenzó la decadencia se hicieron presentes todos los demonios.
Cada quien consideró que el deterioro en sus niveles de vida era culpa
de otro, lo que provocó mutuas recriminaciones y la pérdida de la
cohesión social, o mejor dicho, la etapa de los enfrentamientos.

A la que invariablemente sucedió la de las improvisaciones.

Eso es lo que nos está sucediendo y, para mostrar que no se trata de un
caso aislado, voy a ilustrar esta evolución con la de Chile, uno de los
países más desarrollados de América Latina hasta finales de la primera
mitad del siglo XX.

Los gobiernos del partido radical, social demócrata introdujeron grandes
avances sociales, y modernizaron y diversificaron el aparato productivo,
pero la decadencia del salitre y la insuficiencia del cobre, sus
principales estímulos externos, condujeron a una etapa de deterioro que
se reflejó en una inflación crónica y una disminución de las tasas de
crecimiento.

Ante tal situación se recurrió a todos los extremos para volver a la
época de prosperidad. El partido radical, algo así como la Acción
Democrática austral, comenzó a decaer y se apeló a un viejo militar,
Carlos Ibáñez; a un gerente conservador, Jorge Alessandri; a un
reformista demócrata cristiano, Eduardo Frei Montalva, y a un
socialista, Salvador Allende, para probar todas las fórmulas posibles de
enfrentar la decadencia. En este proceso, que no daba resultados, se fue
agudizando la crisis económica y la confrontación hasta culminar en un
golpe militar que produjo uno de los regímenes más crueles y retrógrados
de que tenemos memoria en esta parte del mundo. El deterioro terminó en
tragedia. Y dio fin a una de las tradiciones de civismo más largas de
América.

Es eso lo que tenemos que evitar. El deterioro nos ha llevado a que la
democracia sea cada vez más una ficción y a que el ensañamiento se
apodere aun de los espíritus más serenos. Hemos probado diferentes
enfoques y nos hemos sometido a las improvisaciones más peregrinas, pero
sigue avanzando el deterioro. Tanto el físico, que es fácil de observar,
como el espiritual que se presenta en la animosidad y el odio.

Se han intentado muchas fórmulas para enfrentar el deterioro, menos la
de la conciliación. Y mientras continuemos culpándonos por una
decadencia, que en buena parte nos es ajena, difícilmente podremos
superar el mal que nos aqueja. Los desplantes revolucionarios son fuegos
de artificio que intentan esconder la incapacidad para resolver
problemas reales. Los señalamientos de la indudable ineptitud del
Gobierno eluden pronunciarse sobre la manera de evitar el desastre. Por
eso hace falta un mensaje de unidad y amplitud que permita detener el
deterioro.

emayobre@cantv.net

http://www.analitica.com/va/economia/opinion/1503924.asp

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