Freddy Lepage Scribani
Sábado, 27 de agosto de 2011
Chávez le entregó la Espada de El libertador como signo de
reconocimiento a la labor cumplida a "favor" del pueblo libio y a la
lucha contra el imperialismo. Claro, como siempre, navegando contra la
corriente
El caso Gadafi ha puesto sobre el tapete la suerte de los dictadores
cuando caen en desgracia con sus pueblos. Se convierten, de un solo
porrazo, en una suerte de leprosos rechazados por los mandatarios que en
su momento los halagaban, y recibían con todas las pompas y honores
correspondientes a los jefes de Estado para así halagar sus egos y
sacarle provecho económico a las riquezas de los países que gobiernan
con mano de hierro.
Gadafi pasó de ser un maula terrorista internacional a un "líder" de una
pequeña nación, en población, pero muy rica en el tan deseado petróleo.
La mayoría de los presidentes europeos y de otras partes del mundo se
rindieron ante su avasallante y estrafalaria presencia.
Sin ir tan lejos, aquí mismo Chávez le entregó la Espada de El
libertador como signo de reconocimiento a la labor cumplida a "favor"
del pueblo libio y a la lucha contra el imperialismo. Claro, como
siempre, navegando contra la corriente y contra el beneficio de cada
nación, el líder único de la revolución bolivariana privilegió los nexos
político-ideológicos, ante las razones económicas y comerciales. Ahora,
el autócrata libio tiene orden de captura emitida por la corte penal
internacional.
Vale la pena recordar que el sanguinario déspota de Zimbabue, Robert
Mugabe, a pesar de la prohibición de la Unión Europea de viajar a
cualquier país de esa región, fue al Vaticano, en calidad de "invitado
especial", a la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II.
No obstante, no todos los sátrapas del mundo tienen esa suerte de la
dispensa papal...
El presidente de Sudán, Omar al Bashir, acusado de genocidio en Darfur,
sin embargo, fue recibido en junio por el presidente chino Hun Jintao,
en Pekín.
Igualmente, está el caso del depuesto Mubarak que no pudo salir de
Egipto. Ahora está siendo juzgado por acusaciones de corrupción y
asesinato por la propia gente que, por tantos años, lo mantuvo en el
poder. Cosas veredes, Sancho...
Los tiempos cambian y cada quien quiere salvar su pellejo.
No dudo que así pensaron los militares egipcios ante la caída de
Mubarak. Ahora son sus propios verdugos.
Retrocediendo un poco la historia, encontrémonos con Idi Amin Dada
(supuestamente analfabeto), terrible y extravagante, grotesco, ridículo
y sangriento autócrata de Uganda.
En 1979, huyó despavorido hacia Arabia Saudita donde murió no sin antes
desear volver a su suelo natal, aunque el Gobierno de Uganda le había
advertido que sería enjuiciado por los crímenes cometidos durante su
mandato. El ladronazo de Ben Alí, tirano de Túnez, también encontró
refugio en Arabia Saudita, luego de llevarse maletas llenas de dinero.
Mención aparte merecen los militares del cono sur, como el general Jorge
Rafael Videla, de Argentina, preso por secuestros, torturas y asesinatos
durante su permanencia al frente de la Junta de Gobierno. Al igual que
Videla, hay otros integrantes del cuerpo castrense que cumplen condenas
por sus actuaciones durante los gobiernos dictatoriales de la región.
De tal manera que en pleno siglo XXI no resulta fácil el oficio de
dictador. Estoy persuadido de que la suerte de Gadafi, posiblemente,
será muy similar al déspota de Irak, Sadam Husein, encontrado en
precarias condiciones en una cueva de su pueblo natal porque no tenía a
dónde ir...
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