Alberto Rodríguez Barrera
Martes, 27 de diciembre de 2011
"Que en un Estado bien ordenado los ciudadanos deben tener ocio
y no tener que proveer sus diarios deseos es generalmente reconocido,
pero hay dificultad en ver cómo este ocio debe ser obtenido."
Aristóteles
Lo contrario del término ocio es negocio, y a veces el negocio se desvía
como tiempo libre, no ajustado a la legalidad. Se ha dicho con acierto
que "una revolución es un movimiento de contestación que consigue tomar
el poder". No se debe tomar el poder para el ocio y el negocio, ni
aplicar el facilismo de gobernar rudimentaria y centralizadamente. Como
en las estructuras de las grandes obras de arte literario, los
fundamentos deben impregnarse de complejidad y coherencia.
La guerrilla urbana, que a ratos nos insinúa el chavismo en su gesta
regresiva, es una contestación que nada tiene que ver con revolución; es
una intensificación –no una mutación- de su forma de accionar, de
contestatarios belicosos, como los anarquistas de fines del siglo 19 que
mataban a bombazos a los consumidores en los cafés de Paris. No hay peor
cosa que el acceso al poder por la nulidad. Y no podemos quitarle el ojo
a los deseos descontrolados del chavismo para permanecer en el poder
exacerbando el fanatismo hacia una guerra civil. Para y por el cambio,
no es el momento de permanecer como una mayoría silenciosa.
A las Fuerzas Armadas y a la Policía hay que reimplantarles
rigurosamente las conveniencias del consenso constitucional, por encima
de las hipótesis novelescas con que la SS nazi hizo historia, junto con
la muerte en masa del stalinismo. Además, no están dadas las condiciones
sociológicas para tan simple locura, aunque locos siendo psíquicamente
manipulados hay. La conveniencia de ajustar a tiempo el desplazamiento
es fundamental para el cambio; puntos previsivos de control para evitar
el desborde violento en el juego político democrático, cuyos muertos no
son generalmente puestos en la cima sino en los de abajo, cruel y
estúpidamente, camaradas.
La lucha de "clase contra clase" no es una lucha de clases, sólo es un
maniqueísmo operando en la imaginación díscola de algunos engordados por
el ocio de los negocios, lejos de ser "víctimas del capitalismo".Cuando
impera la miseria en medio de la abundancia, hay que estremecer con
fuerza el optimismo de una legalidad que supera a la muerte. Debemos
modificar la placentera cama en que retoza el oficialismo, desdeñando la
pobreza con peligrosos mareos y armas de represión. Revísense las
tácticas para incrementar los pobres tras cortinas de hierro. El
problema de la pobreza no coincide con el de las minorías oligárquicas
del chavismo. Si la partida para frenar el cambio se juega en el terreno
de la pura violencia, sin ningún código subyacente, la pérdida es para
todo el pueblo venezolano.
Las revueltas deben circunscribirse a la cima, donde los políticos –si
lo son de verdad- no tienen otra salida que emplearse a fondo dentro de
las nada despreciables posibilidades de la participación democrática,
que van poniendo en jaque al chavismo, cuya no integración por el bien
nacional adquirirá entonces títulos o estatus de criminalidad,
mercadería vendida al mejor postor. Aquí la lucha es codo a codo, con
los vientos todos soplando hacia la Venezuela querida; esta es una
solidaridad no opcional.
Cuando no se juega y juzga limpiamente, la democracia es "abstracta" y
el servilismo gana apelativos y acciones más fuertes. Los mochos que se
aparten, por favor, cuando se pase a medir "la tasa de funcionamiento de
la legalidad existente"; y que no haya "directivos" escondiéndose tras
"masas silenciosas que gritan". Esa tasa debe conducir a modificar la
apreciación y la acción de los recursos inherentes a cada situación. El
"mojoneo político" que ocupe su lugar en la poceta de la historia.
Cuando en la década de los 70s las Panteras Negras gringas se pusieron
en armas contra su gobierno en norteamérica, tenían libertad incluso
para ofrecerle al gobierno norvietnamita un voluntariado que tomaría
parte en la guerra y ayudaría a combatir "al cobarde agresor
norteamericano". Aquí por una huelga se apresa y condena al Presidente
de la Confederación de Trabajadores de Venezuela. No se puede pretender
que –además de no permitir otras panteras- las Panteras Rojas del
chavismo sean las únicas reinas del patio. La cobardía es algo muy
difícil de oficializar, ya que enseguida se traduce en asesinato con
premeditación y alevosía, como hemos visto.
La acción armada como "única acción revolucionaria" es ruptura contra el
sistema establecido, y sin esperanza de negociar la paz, sólo el "vencer
o morir", que fue el esquema del siglo 19 de los regímenes autocráticos,
allá atrás en la historia. Los negros norteamericanos no hubieran podido
salir adelante con este esquema. Nosotros tampoco. El marxismo-leninismo
y el maoísmo proceden de análisis falsos. La historia de los fracasos
está bastante documentada. Venezuela no puede candidatearse para revivir
las "glorias" de los guetos, encantados por la hediondez perfumada de
una "revolución bonita".
Nuestros "revolucionarios" son como los hippies de Mao (los hippies
norteamericanos fueron más revolucionarios en su nota trascendente de
paz y amor). Impregnados de vagos slogans carentes de análisis serios,
Mao también se perfumaría con consejitos prudhomianos: "Se progresa
cuando se es modesto", "Lo difícil es actuar bien toda la vida", y
perogrulladas: "Un ejército sin cultura es una ejército ignorante", cosa
que un alcalde rojo engorda: "la sangre es roja". Pero bajo la panza
roja estaba el "gusto por los placeres" y la fenomenología suprema de
que "nuestras tropas se dirigen hacia las grandes ciudades". Como
siempre con estos especimenes, la grandeza estaba en otra parte...
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