Monday, December 26, 2011

Detrás de las rejas

Detrás de las rejas
Un preso político, sin importar razones, no tiene derechos. No los hay
mejores ni peores
VÍCTOR MALDONADO C. | EL UNIVERSAL
lunes 26 de diciembre de 2011 12:00 AM

En Venezuela es fácil entender por qué se pronunció aquella
bienaventuranza. Hambre y sed de justicia padecen un cierto tipo de
presos que no tienen derecho al debido proceso, ni a la presunción de
inocencia o el respeto a la reputación y a sus propiedades. Están
condenados de antemano porque nadie, ningún Juez en el país será capaz
de contravenir la suprema voluntad del líder, quien anticipándose a
cualquier procedimiento previsto en el ordenamiento jurídico,
simplemente los condenó al olvido. Algunos de ellos son la excusa que el
régimen necesita exhibir para justificar la masacre ocurrida durante los
sucesos de abril. Otros son simplemente la consecuencia de viejas
rencillas y miedos inconfesables. Unos pocos representan la humillación
de deberles el favor del regreso al poder. Están los que han tenido el
coraje de contradecirle y de creer que por encima de la voluntad del
Mandatario había que acatar el imperio de la ley. Y finalmente están el
grupo de empresarios que representan todo lo que él no quiere para el
país: éxito, emprendimiento y libertad.

A todos ellos, sin importar la causa, la maquinaria propagandística del
régimen les ha masacrado su buen nombre. En eso consiste el trapiche de
insultos seriales, procedimientos retardados y trámites complicados que
los hace estar uno, dos, tres o mil años esperando que se desate todo el
andamiaje institucional del país que por ahora obedece la orden
implacable que les ha sido dada. Nadie duda. Allí están los propios
presos como prueba de que la intimidación es en serio. Aquí la cárcel es
la mejor señal de que el que no está con la revolución, tarde o temprano
termina sin libertades o derechos. Para estos, la tradición caudillista
latinoamericana ha creado su propio adagio: "... para los enemigos, la ley".

Un país no puede ser democrático si tolera que entre los suyos haya
conciudadanos privados de libertad porque el régimen les inventa un
delito para poder procesarlos.

Tampoco lo es aquel país que tenga a algunos ciudadanos en la disyuntiva
de exiliarse porque el Gobierno los persigue y los acosa hasta que no
tienen más remedio que preferir sufrir el extrañamiento que enfrentar
aquí una causa de antemano perdida. Las paredes no olvidan con
facilidad. Algunas de ellas todavía registran el gusto que se da el
régimen sometiendo al oprobio a hombres y mujeres de bien. Cuesta
entender ese tipo de gustos por los graffitis del odio, como si no fuera
poca cosa la hegemonía comunicacional que repite incansablemente quiénes
son y lo que supuestamente hicieron todos y cada uno de los que hoy
están presos o en el exilio. Y, sin embargo, mucha gente duda, como si
fueran ellos los designados por alguna deidad a separar la paja del
trigo, y decir cuáles de los perseguidos son inocentes y cuáles otros
merecen la pena impuesta con tanta severidad. Todos ellos, los que
dudan, participan en la hoguera circense donde se cuece poco a poco el
caldo espeso de la tiranía y no dejan de ser cómplices de esta trama tan
absurda como cruel. Un preso político es aquel que sin importar razones,
no tiene derechos. No los hay mejores ni peores. Si alguien cree en el
Estado de Derecho sabe que todos ellos deberían estar libres, y que los
empujados fuera del país deberían estar en medio de nosotros,
compartiendo nuestras luchas y nuestra suerte.

El comunismo tiene el atributo de corroer las entrañas de la
institucionalidad republicana. Lo hace envileciendo todo aquello que
resulta valioso para el ejercicio legítimo de las libertades y derechos.
Lo intenta mediante el establecimiento de una legalidad espuria y
confusa que alegando intereses supremos del pueblo va esquilmando poco a
poco todo lo que resulta valioso para la realización autónoma de los
hombres dentro de una sociedad abierta. Y el éxito del proceso
revolucionario que se adelanta sin prisa, pero sin pausa, depende de esa
gran matriz de indiferencia, sumisión y conformidad que caracteriza a
los pueblos devastados porque ya no creen en el futuro. El comunismo
tiene el encanto de las promesas irrealizables y de los presentes
irresponsables. No hay nada que narcotiza más al venezolano que la
ilusión de los bolsillos llenos. Lástima, porque gracias a esa ceguera
nuestros presos y exiliados seguirán siéndolo por mucho tiempo, mientras
el resto contempla en sus mesas de fin de año ese pernil regulado con el
que el Gobierno quiere atragantarnos las conciencias. ¿Feliz Año?

cedice@cedice.org.ve

@cedice

http://www.eluniversal.com/opinion/111226/detras-de-las-rejas

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