Ramón Peña
Martes, 27 de diciembre de 2011
El apoyo recíproco entre estos regímenes autoritarios es encubierto con 
la invocación de "la solidaridad entre los pueblos". Pero no es más que 
una caricatura del principio de solidaridad internacional socialista que 
algunos de sus líderes dicen cultivar
El respaldo manifiesto a los crímenes de Assad en Siria, antes a los de 
Gadafi en Libia  y a otros gobernantes forajidos por los gobiernos de 
países como Cuba, Nicaragua y, por desgracia también el nuestro, es 
expresión de esa nueva cofradía de regímenes autodenominados 
revolucionarios en estos inicios del siglo XXI. Casi todos presentan 
fachadas antiimperialistas, socialistas o marxistas, pero en realidad la 
argamasa que los une es abuso de poder, atraso y corrupción.
Esta hermandad la integran, entre otros; los Castro de Cuba, con 53 años 
de opresión, atraso y pobreza; Assad de Siria, cuya familia gobierna 
desde hace más de 40 años y asesina impunemente; Putín de Rusia, ex-KGB, 
artífice de crímenes,  corrupción y fraudes; Ortega de Nicaragua, 
acusado de delitos familiares y públicos, Lukashenko de Bielorusia, 
mejor conocido como "el último dictador de Europa"; la tenebrosa 
dinastía de Kim Il-sun con más de 50 años de satrapía en Norcorea; 
Robert Mugabe de Zimbawe, con 32 años en el poder, galardonado con la 
espada de Bolívar, y por supuesto, el auto-ungido con el legado del 
Libertador que ambiciona gobernarnos hasta morir.
El apoyo recíproco entre estos regímenes autoritarios es encubierto con 
la invocación de "la solidaridad entre los pueblos". Pero no es más que 
una caricatura del principio de solidaridad internacional socialista que 
algunos de sus líderes dicen cultivar. Fueron otros los tiempos en que 
los socialistas y marxistas del mundo se unían para luchar por los 
derechos de los trabajadores explotados, apoyaban la liberación de los 
pueblos sometidos al colonialismo y adversaban radicalmente el 
militarismo, como lo postulaba la Segunda Internacional Socialista a 
comienzos del siglo XX. Esta Internacional de ahora, se parece más a la 
Hermandad de las Espadas, aquella confraternidad que unía a las 
dictaduras de Latinoamérica a mediados del siglo pasado.
 
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