Luis Ugalde
Viernes, 4 de noviembre de 2011
En Venezuela han crecido los números universitarios por encima de 2
millones de estudiantes, pero se ha empobrecido y envilecido la calidad
universitaria, con un crecimiento teñido de rojo, de ignorancia y de
incompetencia demagógica
Las grandes protestas estudiantiles de Chile arrojan importantes luces
para las urgencias educativas venezolanas. En mediciones internacionales
Chile está a la cabeza de América Latina, pero los estudiantes y
familias exigen calidad y protestan porque cuanto más mejoran, más se
miden con los países avanzados. En los niveles pobres hay el peligro de
conformarse pensando que sus niños están en la escuela que ellos no
tuvieron.
En la competencia empresarial los perdedores cierran el negocio y punto;
los estímulos son para los ganadores: es lógico. Es fatal trasladar esta
lógica a la escuela, y es lo que en parte ocurre en Chile con escuelas
de pobre rendimiento, que por ello son castigadas por el semáforo rojo y
el recorte de dinero público. Al contrario, en educación el
financiamiento público debe dar prioridad a las escuelas básicas de
menor calidad y apostar doblemente a favor de las familias y alumnos más
débiles, para nivelarlos hacia arriba.
Las escuelas que menos tienen necesitan más para llevar los mejores
maestros y directores, y contar con apoyos para que demuestren sus
potenciales a los que se creía derrotados. Para reforzar al 30% más
pobre de las escuelas y poner en movimiento sus comunidades hay que
combinar recursos públicos, iniciativas educadoras sociales y maestros
solidarios con opción por los más débiles. Con prioridad financiera
pública enfocada a las instituciones educativas más pobres hacia una
educación básica de calidad para todos.
En la educación superior ni las sociedades más ricas cometen la
insensatez de la "gratuidad" total. La educación de alto nivel es muy
costosa y requiere de una gran inversión. La "gratuidad" total de los
titulados beneficia de forma diferenciada y privilegiada a una minoría:
20% con todo pagado (con muy pocos pobres) y 80% nada. En Venezuela han
crecido los números universitarios por encima de 2 millones de
estudiantes, pero se ha empobrecido y envilecido la calidad
universitaria, con un crecimiento teñido de rojo, de ignorancia y de
incompetencia demagógica. Urge la apuesta por una educación superior de
calidad y equidad y ésta pasa por un cambio radical en su financiamiento.
Para empezar:
1- Crear un Fondo Nacional de Jubilaciones separado del presupuesto
universitario, liberándolo del terrible peso actual de la doble nómina
(activos + jubilados). Con edad de jubilación de 65 años. 2- Establecer
el crédito educativo con subsidio oficial para aquellos cientos de miles
que hoy, con gran sacrificio, tienen que pagar 100% de su educación
universitaria. 3- Establecer políticas de solidaridad
intergeneracional, en la que el egresado-empleado vaya devolviendo, con
un porcentaje pequeño de su sueldo, algo de lo mucho que recibió. Pero
es totalmente inaceptable que, quienes por necesidad estudiaron con
crédito, salgan (como ocurre en Chile) endeudados y con una cuantiosa
hipoteca sobre su sueldo. 4- La educación no es para hacer negocio,
pero tampoco para perder. Además de los recursos públicos, hay que
atraer a las universidades iniciativas innovadoras e inversiones. Las
empresas se benefician de los buenos egresados y deben invertir en casas
de estudios con proyectos significativos para lograrlos. Por el
contrario, si reina el afán de negocio, se recortan los costos e
inversión necesarios, se mutila la formación integral, se impone un
estrechamiento utilitario y se elimina la investigación. 5- El mejor
antídoto contra abusos en el cobro educativo es la buena calidad de la
educación de financiamiento público al alcance de quienes ni pueden ni
deben pagarla. Para lograr calidad es prioritario el financiamiento
educativo oficial, e iniciativas educativas sociales; unidos en favor de
la calidad. Sin financiamiento preferencial atado a la calidad educativa
de los más humildes, la pobre escuela sirve para perpetuar la pobreza.
Para atraer a buenos directores y maestras a estas escuelas y programar
refuerzos, hace falta una decidida política de financiamiento público
diferenciado. Cuando la escuela pública no tiene dolientes en el
gobierno, porque sus hijos no están ahí, se ignoran la pérdida de
clases, el pésimo aprendizaje y la corrupción e ineptitud en el servicio
de la comida escolar. Los dolientes están lejos, el financiamiento sigue
deformado y la escuela sin calidad.
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