Carlos Raúl Hernandez
Domingo, 27 de noviembre de 2011
La barbarie atentó contra la vida de nueve candidatos de la Unidad. Van
más de ciento cincuenta mil muertos por la violencia hamponil en trece
años, víctimas de una guerra civil de baja intensidad. Esa información
helaría a cualquier ciudadano de un país civilizado, incluidos vecinos
de Colombia, Ecuador y Perú. ¿Por qué no actúa el gobierno contra el hampa?
Si la mayoría de los afectados fueran las clases medias o los ricos "de
antes" -los nuevos magnates son revolucionarios-, podría captarse alguna
sórdida racionalidad en el asunto. Pero es en los barrios populares
donde los fogonazos se llevan vidas a montones y los pobres son los que
más muerden el asfalto en esta terrible carnicería
Algo se intuye si un mandatario llama a los criminales "buenandros".
Dicen que el ministro del ramo tiene formación académica al respecto,
pero luce de los más afectados por el daño cerebral severo que producen
las ideologías revolucionarias y escupe veneno de serpiente contra la
ciudadanía y no contra el hampa, a la que trata con sorprendentes
consideraciones.
Una revolución no es más que la estrategia de acumular fuerza dentro o
fuera de las instituciones para derrocar el Estado de Derecho por un
Estado de Delito e imponer su ideología. Para eso cuenta con la
sacralización de la "teoría revolucionaria", lo que logra que, contra
toda evidencia, se considere diferentes a Chapita Trujillo y Fidel
Castro. El régimen se autoriza a sí mismo para robar, secuestrar y
asesinar a sus enemigos -"expropiaciones", "juicios revolucionarios" y
"ajusticiamientos"- como hicieron Stalin, Hitler o Mao.
La vía del autoritarismo plebiscitario del Siglo XXI es más complicada y
mientras logra la "hegemonía" convierte la violación de las leyes en un
modelo de imitación social. Se crea la idea colectiva de que los ricos
son perversos por antonomasia, los "blancos" son enemigos, los
políticos, sinvergüenzas (un aporte de la babosada antipolítica) los
profesionales "elitescos" y los que arriendan un cuarto "es- peculan" a
los que viven en él.
El padre Sosa pensaba que la democracia estaba podrida por la "anomia".
Lamentablemente en su actual silencio no analiza las consecuencias de la
"moral revolucionaria", la amoralidad máxima, porque en ella las
acciones humanas se juzgan buenas o malas no en sí mismas sino en
referencia a "los intereses de la revolución", es decir, la voluntad del
caudillo, demiurgo del encono social entre los ciudadanos.
Miles de horas de porquerías ideológicas, vaciedades y resentimientos
por televisión, "la hora del odio" orwelliana, no podían dejar otra cosa
que la guerra civil de baja intensidad. Cada discurso tóxico se lee
colectivamente como una autorización para destruir "el enemigo". Entre
los derrelictos teóricos marxistoides, el criminal no es responsable de
lo que hace sino "víctima de la sociedad", incluso héroe como el
pirómano, perdedor, de la UCV.
Según Marcuse y Fanon un marginado, un delincuente, incluso un demente,
eran mucho más revolucionarios que un pequeño burgués, al estar
colocados "objetivamente contra la sociedad capitalista". Los
antisiquiatras pensaban que no había ninguna razón para readaptar un
sicópata al mundo que había que destruir. Fanon cuestionaba la noción de
delito porque el oprimido, para liberarse síquicamente, para "hacerse
humano" debía asesinar un opresor.
Los terroristas árabes, los irlandeses y los serbios han usado con
frecuencia los servicios del hampa para volar cafeterías en la
tradición. El primer comunista alemán, el sastre Wilhelm Weitling se
autoproponía para organizar el ejército de "valientes e inteligentes"
criminales y decía que la revolución "debía soltar a los delincuentes y
las furias del infierno en la tierra" para hacer lo que quisieran con
"la burguesía".
Otro revolucionario alemán, Karl Heinzen decía que el asesinato estaba
permitido en la política. Bakunin que repudiaba a los moderados tanto
como los actuales antipolíticos, creía que los únicos revolucionarios
sinceros, sin fraseología, sin inducción, sin vanidad, era los
delincuentes, enemigos par exellence del Estado.
Lenin habló de una alianza "campesinos obreros y soldados" y Bakunin de
"obreros campesinos y delincuentes". Los Panteras Negras y el Ejército
Simbionés -más recordado por la película de Paul Schrader sobre el
secuestro de Patty Hearst- contrataban asesinos y drogadictos. No hay
nada que extrañar. Betancourt con sabiduría hablaba de "hampa política y
hampa común". La revolución bolivariana, la anomia máxima, ¿como integra
su alianza?
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