Alexei Guerra Sotillo
Martes, 4 de octubre de 2011
Un frío abismo en el estómago. Un hormigueo que te paraliza y azota.
Temor, impotencia y shock conjugados en la eternidad de un segundo. Un
infame asomo a la muerte. La miserable y certera insignificancia de la
vida. Así podrían resumirse posiblemente las sensaciones de quienes
engrosan en nuestro país, día a día la lista de víctimas de la
inseguridad y el malandraje en todas sus formas (la callejera y la
institucional).
Vivimos una cotidianidad enjaulada, de encierro y vistazo de reojo en
cualquier sitio, en la cual lo único cierto es el desconcierto y el
desacierto de las autoridades policiales de cualquier nivel para
disminuir los índices de criminalidad y delincuencia.
La inseguridad es así algo abstracto, etéreo, virtual, leyenda urbana,
referencia de tal o cual conocido, una "sensación" artificial creada por
la exageración de los medios, inestable estadística roja, hasta que te
afecta. Hemos llegado a tal punto de deterioro social, de orfandad
institucional, jurídica, económica, de insalvable putrefacción en
quienes, impunidad de por medio, se lanzan a delinquir, que sólo nos
queda una frase como refugio: "Chico, te robaron" o "Ay mija, te
asaltaron…pero menos mal que no te hicieron nada."
Sí. Menos mal que recibiste un solo tiro en la pierna y no 30 en el
pecho. Menos mal que no te paso nada y solamente se llevaron el carrito,
que por supuesto jamás podrás volver a comprar y que te deja a pie a ti
y a tu familia. Al menos no te mataron, te cortaron la cabeza y jugaron
fútbol en la calle. O, al menos no te apuñalearon, te sacaron las tripas
y te hicieron una corbata como a fulano. El sadismo criminal y el
ensañamiento de los delincuentes aumentan ya a niveles de degradación
humana que son inequívocos síntomas de nuestra fractura ética y social.
Y sí, ciertamente el asunto es de contexto, la zozobra es nacional, y el
nivel de interés del gobierno en atacar el tema de la inseguridad es
directamente proporcional, por ejemplo, a la sinceridad con la cual el
Presidente ha informado al país de su salud, es decir, ninguna.
Uno imagina que el Presidente, o buena parte de su tren ministerial o de
"asesores" se despiertan tempranito y la primera idea que les llega a la
mente es: "¿A quién voy a jod…hoy? ¿A qué empresa expropiaremos? ¿A cuál
sector económico, social o productivo vamos a fregar hoy? Y es que
tenemos probablemente a una suerte de chefs del terror, que se empeñan
cada día en crear recetas para terminar con lo poco de país que va
quedando. Un toque de expropiación por aquí, cinco cucharadas de
intervención a empresas por allá, dos tazas rebosantes de Ley de
Alquileres, 30 gramos de control de precios, medio kilo de inflación
incontenible, una rodaja sustanciosa de control cambiario, caldo
concentrado de invasiones; mézclese todo bien, cocine a fuego lento
durante doce años y tendrá Ud. un suculento plato de destrucción
nacional en salsa socialista con anarquía salteada y arroz a la cubana.
El drama de la inseguridad nos remite, entre otros factores, al aspecto
ético, al quiebre profundo de valores y a la emergencia y exaltación de
antivalores que han sembrado la violencia, la división y el desamparo
jurídico en la nación.
Con su balurda cháchara "socialista" el gobierno pretende justificar el
fin de la propiedad privada, el fin, por ejemplo, de los inmuebles en
alquiler, el deterioro de vías, carreteras, autopistas, escuelas y
hospitales por el centralismo burocrático y la asfixia presupuestaria a
las regiones; la anarquía de unas cárceles donde el Estado tiene que
pedirle permiso a los presos y "pranes" para entrar; la conversión
mágica de empresas rentables y productivas a empresas quebradas e
ineficientes, una Ley de Costos y Precios "Justos" (tamaño exabrupto)
cuya única justeza radica en obligar a producir a pérdida a cualquier
empresario o industrial, o la confiscación o toma ilegal de casas,
edificios o inmuebles ante el fracaso de ese espejismo llamado misión
vivienda Venezuela.
Es mentira que la motivación ideológica que impulsa a Chávez y a la
élite que ha conformado a su sombra para el jalamecatismo, la alabanza
lisonjera y el enriquecimiento boliburgues sea la lucha contra el
Capitalismo y la construcción del socialismo. Lo único que persigue el
Jefe del Estado es aumentar su nivel de control sobre toda la sociedad
venezolana, exterminando cualquier atisbo de sector privado o libre
iniciativa de su seno.
Ante ese objetivo, la retórica social y a favor de los pobres y
excluidos es sólo conveniente fachada para alimentar el resentimiento
social, la estigmatización de la clase media y de los sectores
empresariales y propietarios como culpables de todos los males del país,
promoviendo de tal suerte leyes, acciones y omisiones que apuntan a
invadir, confiscar, robar o arrebatarle a esos sectores lo que han
construido y desarrollado durante años.
Amparado en la maquillada farsa devenida slogan del "buen vivir", el
único acierto de esta "revolución" ha sido todo lo contrario, a través
de dos palabras que resumen su fracasada obra por estos lares: Mal
ejemplo, y mal vivir.
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