Emilio Nouel V
Martes, 25 de octubre de 2011
En los días que corren, las encuestadoras, en general, han recibido de
parte de algunos analistas y/o articulistas, una severa e inusual
andanada de cuestionamientos. Hasta retos han recibido, como el de
nuestro amigo, el profesor Antonio Paiva Reinoso, quien las invita a
debatir sobre el tema metodológico y a dejarse auditar.
¿Por qué se da en estos momentos tal debate?
Obviamente, por los resultados polémicos que en los últimos meses tales
sondeos arrojan en el campo de lo político-electoral, los cuales, según
una opinión, no serían reales, dados la crisis y el deterioro general de
la situación económica y política del país. Y en este ámbito entran no
sólo el tema de la popularidad del gobierno y los políticos y la
intención de voto para el año entrante, sino también la disputa que se
da en el sector opositor de cara a las primarias.
Para algunos, aquellas resultas no se corresponderían con la "realidad"
que los cuestionadores palpan por experiencia, "olfato" o percepción
propia, amén de que sería legítimo y natural dudar de ellas, habida
cuenta de ciertos aspectos a considerar a la hora de conferirles
credibilidad.
Así, las encuestas adolecerían, por un lado, de errores de metodología o
muestras engañosas, y por otro, estarían sesgadas por quienes las pagan.
Dos asuntos éstos, ciertamente, que podrían ir juntos o separados. Las
fallas metodológicas, por sí solas, pueden conducir a resultados
equivocados. Pero en el caso del sesgo de quien paga, también. En el
primero, está presente una carencia técnica involuntaria, y en el
segundo hay una intención deliberada de mostrar un producto con miras a
lograr ciertos efectos, en nuestro caso, políticos.
De modo que para saber a ciencia cierta frente a cuál de los dos casos
estamos, habría que hacer una investigación exhaustiva que eventualmente
realizaría una empresa independiente, imparcial, a la que se le
permitiera una auditoría.
En las circunstancias actuales, este examen, a mi juicio, es de
improbable realización, en el sentido de que no están obligadas a
hacerlo, digo, legalmente. Por otro lado, ninguna encuestadora lo
permitiría, no sólo las que supuestamente sesgan sus resultados
respondiendo a los intereses del que la sufraga.
Quien escribe estas líneas, no es proclive a que se imponga una
obligación legal de esta naturaleza para este tipo de firmas. Por sus
obras los conoceréis, y el mercado, a mi modo ver, se encargará de
ellas tarde o temprano.
Ahora bien, otro asunto ligado íntimamente al tema es el de los
exégetas, glosadores y demás intérpretes de los resultados presuntamente
sesgados o no de las encuestadoras; me refiero a los que hemos llamado
"los oráculos". Aquí, principalmente, están personas de las mismas
encuestadoras o no, que en su afán, legítimo por demás, de "vender" su
marca y a ellos mismos, acostumbran ir a los canales de tv o radio, o
utilizan las redes sociales, para emitir sus opiniones políticas o sus
apreciaciones sobre lo que podría pasar en lo electoral -¡los
escenarios¡-, incluidas las recomendaciones a las fuerzas políticas
sobre lo que deben o no hacer, o en qué se equivocan o aciertan.
Estos pareceres los exhiben en tanto que opinadores fundamentados, por
supuesto, en los resultados de las encuestas de sus respectivas
empresas. De allí que éstas hayan corrido con la suerte de las críticas
que se hace a sus técnicos.
Es en este rol de opinadores en el que los encuestólogos, por lo
general, se han excedido, y los ha colocado en el blanco de los que hoy
los objetan. Y el que se mete al candelero pasional de la política, que
no espere que le lancen sólo flores.
Así las cosas, se habla de encuestocracia, de la dictadura de las
encuestadoras, las que por su proyección mediática influyen, sin lugar a
dudas, en el ánimo o la voluntad del votante.
Claro, esto no es exclusivo de nuestro país. Lo que pasa es que en el
nuestro, a diferencia de otros países, por la alta exposición mediática
de sus representantes en los programas más vistos u oídos, se ha vuelto
el de las encuestadoras un factor político de mayor influencia, lo que
las hace susceptibles de las críticas señaladas más arriba.
En la materia de encuestadoras y analistas de opinión pública, hay de
todo. Los hay más o menos confiables. Siendo un venezolano de a pie, me
inclino por confiar más en las encuestadoras que menos salen en los
medios, en las que sus técnicos no andan todo el tiempo pontificando y
han demostrado seriedad, ponderación, cuyos resultados pasados, por
cierto, han estado más cerca de la realidad.
Pero hasta allí. En política, creo que si bien esos datos estadísticos
son muy importantes a considerar a la hora de las decisiones, no pueden
ser los únicos a tomar en cuenta. Lo que si me queda claro es que ellos
no pueden dirigir o determinar la acción política. Y en el campo de la
valoración y el análisis, la experiencia, el "olfato" y la intuición,
aspectos más o menos "irracionales" de la política, también aportan lo
suyo, a veces más de lo que solemos creer. Lo mejor que podrían hacer
los opinadores y exégetas pertenecientes a las encuestadoras es ser más
comedidos, más profesionales y transparentes. Lo que sería por el bien y
el prestigio de las empresas. No es mentira que algunas tuercen los
resultados para favorecer una determinada opción política. Es verdad,
igualmente, que los "oráculos" o exégetas, en lo individual, también lo
hacen, aplicando su "olfato" y también sus preferencias personales o
ideológicas.
Aquí reivindicamos el trabajo serio, científico, low profile y
responsable de las encuestadoras. La que no quiera chamuscarse que no se
arrime a la candela.
EMILIO NOUEL V.
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