Luis Ugalde
Viernes, 26 de agosto de 2011
La democracia, con todas sus limitaciones, es un invento maravilloso de
las sociedades solidarias modernas para transformar el Estado-dictadura
en instrumento democrático controlado por los ciudadanos, respetando la
naturaleza de la autoridad política que es mandar (y a veces imponer);
pero mandar para el bien común obedeciendo: con gobernantes, servidores
públicos elegidos para períodos cortos, sometidos a la Constitución, con
controles sociales, división de poderes, contrapesos y descentralización
del poder.
Mi amigo Emeterio Gómez se preocupa porque yo considero que se puede
hablar de economía capitalista, pero no de sociedad capitalista. "¡USA e
Inglaterra son -dice- sin la menor duda Sociedades Capitalistas!" Sí y
no. No tengo la menor duda de que la economía capitalista, como el
totalitarismo estatista, son invasores y tratan de apoderarse de toda la
sociedad e imponer su yugo económico o político. Pero no es menos cierto
que en esas sociedades cientos de millones aman y viven con sentido y
afectos no reducibles la economía.
Desde el Estado se construyen gallineros de felicidad donde a las aves
no les falte comida, orden y abrigo, en espacios protegidos del zorro.
¡Hasta les dan veterinario gratis! A cambio de tanta felicidad, sólo se
les pide sumisión.
Pero un día derrumban el muro de Berlín, perdón la cerca del gallinero,
y las gallinas salen felices a correr riesgos y buscar la libertad que
les pertenece. También la economía capitalista, invasora y absolutista,
dice que la felicidad está asegurada con tal de que, con egoísmo, todos
busquen maximizar su ganancia, elevar su consumo y responder sin
resistencia a los estímulos económicos.
Economicismos y dictaduras convencen a no pocos, pero un día aparecen
multitudes frustradas, aunque bien alimentadas, que quieren bajarse del
sistema, o muchedumbres carentes y excluidas que se rebelan contra esos
"paraísos".
Estados Unidos e Inglaterra son mundos ricos en humanidad, con millones
de centros y vidas donde se vive con valor humano, la dignidad y
solidaridad, más allá y a pesar de la política y de la economía. En la
crisis aparece su indignación, su hambre de libertad, de dignidad y de
solidaridad (¿por qué no decir de fraternidad y de trascendencia?),
dejando al desnudo las falsas promesas de la granja, porque los humanos
somos más que estómago lleno y orden.
Para hacer prevalecer los valores humanos y la vida con sentido, la
sociedad necesita un "nosotros" con su fuente de solidaridad manando
agua viva, que el totalitarismo político-económico no la puede secar.
Pero tras décadas de siembra del individualismo y del utilitarismo más
groseros, hay debilidad para resistir a los totalitarismos economicistas
y estatistas. No basta la indignación, ni la denuncia; la solidaridad de
millones es el único jinete que puede controlar los caballos desbocados
de la economía y la política, hacerlos solidarios y construir, con
moral, leyes e instituciones, un mundo para la dignidad y libertad
humana de todos, compartido en paz.
La democracia, con todas sus limitaciones, es un invento maravilloso de
las sociedades solidarias modernas para transformar el Estado-dictadura
en instrumento democrático controlado por los ciudadanos, respetando la
naturaleza de la autoridad política que es mandar (y a veces imponer);
pero mandar para el bien común obedeciendo: con gobernantes, servidores
públicos elegidos para períodos cortos, sometidos a la Constitución, con
controles sociales, división de poderes, contrapesos y descentralización
del poder.
Análogamente la sociedad solidaria necesita una economía de mercado (no
hay otra exitosa) pero con metas sociales nacionales y globales claras,
con límites legales para que el pez grande no se coma al pequeño y para
evitar la destrucción del hábitat. Una economía donde los factores
productivos, sobre todo los humanos, cuenten como sujetos y el capital
no sea dictadura sin límites. Hay una diferencia feliz: en el gallinero
no mandan las gallinas, pero en economía y política quienes actúan, con
tendencia a establecer tiranías economico-políticas, son miembros de
sociedades urgidas de solidaridad con aspiraciones y sentido, con
afectos, valores e ideales humanos y espirituales. Los monstruos
dictatoriales del poder y del dinero antes de serlo son (o eran)
humanos, y eso cuenta.
La sociedad no necesita un colectivismo aplastante, sino un bien común
efectivo que no ahoga, sino que ofrece las condiciones para el bien
individual, donde la realización de unos contribuya a la de los otros.
Para lograr una sociedad solidaria se requiere sembrar visión,
espiritualidad y organización donde con espíritu fraterno afirmemos al
otro como libre, con los mismos derechos y oportunidades. Solos no
podemos; somos "nosotros" los que estamos en juego.
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