Wednesday, January 4, 2012

La danza de la muerte

La danza de la muerte
Antonio Sánchez García
Miércoles, 4 de enero de 2012

De allí que no sea el azar el que nos lleva a batir records de
inseguridad, brutalidad y violencia: es la economía del Poder rojo
rojito. En las ciudades de Venezuela se libra una guerra civil solapada,
propiciada y alentada desde el Poder. Ponerle un fin definitivo es el
imperativo moral de nuestra civilidad.

A Franklin Brito, in memoriam

"La violencia es la partera de la historia"
Carlos Marx

Un estudio estadístico demostraría sin duda que las casi 20
mil personas asesinadas en el curso de este año, que bate el record de
asesinatos civiles en tiempos de paz en la historia de la República,
pertenecen a las clases D, E y F. En el seno de las cuales se encuentra,
he allí el colmo de las contradicciones, el fuerte del respaldo político
al principal responsable constitucional por la inseguridad reinante,
cuya cosecha de muertes, en contra de lo que cabría esperar, ha sido
sistemáticamente alentada domingo a domingo por obligada cadena nacional.

Franz Fanon, en un famoso libro escrito en los años sesenta
que hiciera historia entre los seguidores del tercermundismo
revolucionario, Los condenados de la tierra, llamaba la atención sobre
el dramático efecto inducido por la violencia del colonizador:
introyectaba la violencia en el colonizado, que no encontraba mejor
escape que aplicarla contra sus semejantes. Algo similar ocurre con la
prédica de la violencia inducida por el presidente de la república: el
llamado tácito o explícito a aniquilar a la oposición, previamente
descalificada como escoria, basura o plasta y reducida a la mínima
expresión del escualidismo, ha conducido su política a la vía del
exterminio. Acompañada del robo sistematizado por medio de la violencia
del Poder de los bienes privados que le parecen apetecibles, el llamado
al asalto y al robo encuentra la alta legitimación de los fines del
Estado. De allí a que el mensaje de la acción directa encuentre oídos
atentos en el lumpen que prolifera en los sectores populares, degradados
a comparsa de la delincuencia gubernativa. Un ejemplo especular y digno
de ser imitado. El resultado: el robo a mano armada, el asalto, el
secuestro y el asesinato. Si el Estado se apropia de un canal de
televisión, de un banco, de una cadena de radios, de un predio, de un
edificio, ¿por qué no habría de apropiarme yo, que lo eligió y puso
donde había, de una cartera, un televisor, un celular, un vehículo, una
vida?

El salón de los turbios espejos del régimen complementa ese
llamado a la acción directa y a la gangsterización del colectivo.
Mientras más del 90 % de los asesinatos y seguramente el 100% de los
crímenes de menos cuantía permanecen en la absoluta impunidad, una jueza
es encarcelada por obedecer a los dictados de su conciencia y la ley que
está en la obligación de respetar y cumplir. Y mientras las decenas y
decenas de miles de asesinos y criminales de toda especie deambulan
impunes por las calles, decenas de inocentes se ven aherrojados a las
mazmorras políticas del régimen por mostrarse renuentes a someterse a su
arbitrio. El mensaje del Poder no puede ser más explícito: sigue tu
conciencia, oponte y vas preso. Sigue tus instintos, asesina y
respáldame. Serás premiado con la libertad.

La violencia, no es ninguna novedad, es causa y efecto de
la relación entre la sociedad y el Poder. Detrás de un monarca se
encuentra un mercenario, decía Voltaire. Detrás de una corona, la
espada. Como el sable, la lanza y el machete estuvieron detrás de la
clase dirigente surgida de nuestra Independencia. Es esa violencia, la
que impone la existencia de un árbitro mediatizador, el Estado, según
Hobbes. No es el espíritu, como creía Hegel, el que se apersona en la
figura del estado. Es la sangre derramada.

Pero esa función mediatizadora del Estado para impedir que
vivamos en una permanente guerra de todos contra todos desaparece con la
revolución, para la cual sólo la violencia arbitra. La dictadura como
máxima expresión del poder pretende el monopolio de la violencia en
estado puro. Y en su defecto, propiciarla y universalizarla hasta el
extremo de agotar a la sociedad y hacerla fácil presa del tirano. Es lo
que, según cuentan los testigos, le respondió Fidel Castro a Chávez en
uno de sus primeros encuentros luego de ser electo, cuando le preguntara
qué hacer con la delincuencia: "cuidado, podrían serte leales aliados en
la lucha por el control total del poder".

De allí que no sea el azar el que nos lleva a batir records
de inseguridad, brutalidad y violencia: es la economía del Poder rojo
rojito. En las ciudades de Venezuela se libra una guerra civil solapada,
propiciada y alentada desde el Poder. Ponerle un fin definitivo es el
imperativo moral de nuestra civilidad.

sanchezgarciacaracas@gmail.com

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/6903274.asp

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