Thursday, October 13, 2011

¿Perdimos la libertad?

¿Perdimos la libertad?
Eliécer Calzadilla
Jueves, 13 de octubre de 2011

Cuando miro mi círculo familiar, a mis amigos, a la gente con la que me
relaciono y a mi propia realidad, observo cómo se nos va encogiendo la
vida a la mayoría de los que vivimos en tierras venezolanas. Noto que
nuestras vidas se van empobreciendo, no solo porque el dinero ganado con
el trabajo -que antes servía- ahora no alcanza, sino porque en muchos
sentidos el ancho de la vida se nos adelgaza, y las opciones para
construir como uno quiera su propia vida se hacen cada vez más penosas y
difíciles. El asunto, a mi entender, va más allá de que nos hayan
confiscado desde el poder los retazos de democracia que habíamos
conquistado luego de una larga y tardía jornada; se trata de que poco a
poco nos han ido incautando, y hemos consentido en entregar, la
libertad. No hablo de alguna o algunas de las libertades políticas,
sociales y económicas, cuya confiscación es evidente, sino de la
libertad para vivir.

Hay, de hecho -¿quién se atreve a negarlo?- una limitación impuesta por
la delincuencia a todos los ciudadanos.

Hay un regreso al medioevo: las ciudades son fragmentadas en guetos
fortificados, enrejados, para protegerse un poco de las acciones
criminales. Hemos perdido las noches para la vida y las hemos dejado
para el encierro y el miedo. Venezuela se ha transformado en uno de los
países más inseguros del mundo, es decir, ocurren aquí más asesinatos,
robos, hurtos, secuestros y violaciones que en la mayoría de los casi
doscientos estados que constituyen la comunidad mundial. Nadie en este
clima de criminalidad puede sentirse libre. Pocos, muy pocos, han
escapado en este país de alguna acción delictiva. Vivir con el miedo
permanentemente pegado a las vísceras no es vivir en libertad.

El presidente y otros connotados representantes del régimen pregonan a
diario que su proyecto revolucionario es "hegemónico". Eso traduce en
buen castellano que el grupito político que gobierna, ejerce y ambiciona
ejercer por siempre la "supremacía" sobre los demás. Ese concepto del
poder como "hegemonía" subvierte íntegramente la noción de ciudadanía y,
en consecuencia, la noción de igualdad que le es inherente. De la noción
de supremacía de los que ejercen el poder han derivado las fascistas
listas de Tascón y Maisanta, que excluyen de los cargos de la
administración pública y de la posibilidad de contratar con ella a más
de tres millones y medio de venezolanos que ejercimos un derecho
constitucional relacionado con la soberanía popular. Y eso no es vivir
en libertad.

Además del hampa y de las prácticas fascistas del régimen, una serie de
leyes y decretos han ido reduciendo poco a poco el ámbito del libre
desenvolvimiento de cada una de nuestras vidas. Las leyes y decretos
"hegemónicos" que por goteo han ido cayendo y ya hacen un río de
represión, prohibiciones, censuras y sanciones penales, limitan la
libertad de expresión, las libertades económicas, la libertad de viajar
(control de divisas), la libre empresa… Todas las actividades del
quehacer humano están amenazadas porque una alocución presidencial
cualquiera puede determinar que es "estratégico" el cultivo del café,
del cacao, la siembra de yuca, la actividad deportiva y la confección de
disfraces para los diablos de Yare o para el carnaval de El Callao. Y
eso es limitar libertad, es impedir la libre construcción de la propia
vida de cada quien.

En este desdichado país llamado Venezuela, el régimen chavista ha
trastocado la base donde se apoyan las más novedosas doctrinas del
constitucionalismo contemporáneo, que hizo necesario que se limitaran
rígidamente las facultades de los gobiernos y las posibilidades de
reformar las normas que consagran los derechos fundamentales, para que
no fuera posible que un mandatario carismático repitiera -basado en
"leyes" y "el supremo interés del pueblo"- las atrocidades de Hitler o
de Mussolini. Es al poder al que hay que limitarle las facultades y no a
los ciudadanos como ha ocurrido y sigue ocurriendo aquí en Venezuela. En
la historia, son los gobernantes, legisladores y generales los que han
consumado los crímenes atroces contra la humanidad; de esos es que hay
que cuidarse. En Venezuela es al revés, toda ley nueva limita lo que
podemos hacer los ciudadanos y acrecienta el ya ilimitado poder del
régimen y sus organismos. Siempre es oportuno citar a Cervantes -que no
era, capitalista ni aliado del imperio- en la célebre frase en la que
don Quijote alecciona a Sancho Panza sobre la libertad: "La libertad,
Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los
cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra
ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y se
debe aventurar la vida, y por el contrario, el cautiverio es el mayor
mal que puede venir a los hombres".

En esas andamos.

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/1178298.asp

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