Monday, October 3, 2011

El poder destructivo del populismo

El poder destructivo del populismo

Falta aún entender que esta larga lucha no es contra un gobierno, sino
contra el comunismo
MARISOL GARCÍA DELGADO | EL UNIVERSAL
lunes 3 de octubre de 2011 12:00 AM

Que los sistemas políticos y las formas de gobierno se consolidan y
fortalecen con el tiempo, es una falsedad que obstinadamente ha
demostrado la historia mundial, aunque no deja de ser la ilusión que
sostienen principalmente los demócratas, quienes encuentran en la
libertad un espacio para el hedonismo, entregando su destino, con fe
ciega, a la institucionalidad política, económica y social.

Sería un contrasentido obstaculizar la infinita expansión de los
espacios de libertad, en todos los órdenes; pero eso no significa
abandonar la acción preventiva contra los virus y la descomposición que
amenazan permanentemente a todo sistema o mecanismo abierto.

Esa labor defensora no puede recaer sólo en los poderes públicos ni en
las comunidades organizadas, porque a ellos se dirigen las más feroces
embestidas, desde todos los ángulos, franca o solapada, directa o
indirectamente.

Para el autoritarismo y la arbitrariedad es muy fácil defenderse, tanto
de los supuestos como de los verdaderos enemigos, y hasta de los simples
adversarios, pues su sola ocupación es sostenerse en el poder, y en ese
único empeño no repara en límites morales para el ejercicio de la fuerza
ni de la injusticia, en tanto que el ensañamiento y la crueldad en el
castigo, el espionaje, el chantaje, y la violación de los derechos
humanos, de la ley y de las normas constitucionales, bien que debilitan
a las democracias, pero cómo amurallan a las dictaduras.

Una vez instaurado el virus de la autocracia comunista en una sociedad,
que por su propia fuerza devastadora de la seguridad y de la
subsistencia de poblaciones enteras, debería incluirse entre los
crímenes de lesa humanidad, es muy difícil que la fiesta electoral, el
sagrado acto del voto y la consecuente proclamación e investidura
presidencial, actúen como una especie de unción mágica de sanación nacional.

En nuestro caso, escándalos aparte, es muy probable que las
instituciones públicas venezolanas no estén tan corrompidas como
aparentan, pero es seguro que sí están más corroídas de lo que apenas
imaginamos. Un signo inequívoco de ese profundo deterioro es la
permanente violación de las normas por parte de las autoridades o la
resignación, de las menos viciadas, frente a la infracción legal de
particulares o de otros funcionarios públicos.

Los ciudadanos más son las veces que se abstienen que las que actúan en
defensa de sus propios y más elementales derechos. Cuantos menos son
quienes reaccionan en protección de los intereses ajenos, por vitales o
esenciales que ellos sean para la supervivencia de la sociedad de la que
forman parte, con lo cual cada vez se degrada más no solo la calidad de
vida, que parece un concepto incomprensible por estos lares, sino la
civilidad misma entendida como el estadio mínimo superior al salvajismo
total.

En este escenario apuntalado por la ignorancia, la marginalidad, la
delincuencia, la pobreza, el desorden y la impunidad, ninguna ley ni
decreto tiene la fuerza suficiente para contener el descontento y la
anarquía. Utilizar el poder de fuego del Estado puede conducir al
círculo vicioso de la violencia y la represión. A la temida
ingobernabilidad.

Ya se dice: hay que equipararse en populismo, como si por años, por
períodos de gobierno completos, de todo signo y color, buena parte del
presupuesto y del esfuerzo nacional no se hubieran orientado,
permanentemente, a acciones de mera asistencia social y al impulso de la
economía por medio del gasto público. Tal ha sido su incidencia, que
mucha gente cree que sin Estado no somos nada, mientras el discurso
populista trata de fijar en sus mentes un dilema semejante a qué fue
primero: el huevo o la gallina. Disyuntiva que es muy profunda para
resolverla ahora y que, además, no se refiere a los verdaderos problemas.

En realidad no hay tal dilema. No es el Estado el que crea y sostiene a
la sociedad; es la sociedad quien crea y sostiene al Estado. Pero el
populismo y el asistencialismo, como la gota de agua continua sobre la
piedra, socavan el entramado social y derriban las primeras líneas de
defensa de la libertad y la democracia. Luego se instala el comunismo.

Más de un precandidato -de indiscutible valía personal y profesional-
tiene una plataforma política, pero no una malla social. Nuevamente su
único asidero podría ser el populismo o el asistencialismo.

Falta aún entender que esta larga lucha no es contra un gobierno, sino
contra el comunismo. Ello exige unidad política con base social.

cedice@cedice.org

@cedice

http://www.eluniversal.com/opinion/111003/el-poder-destructivo-del-populismo

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