Ramón Peña
Lunes, 24 de octubre de 2011
Continúa la saga de la enfermedad del caudillo. Con visos de acertijo,
el caso sigue envuelto en misterios, especulaciones, mentiras y
nigromancias. Faltaba la infidencia médica de esta semana. Es toda una
realización original de realismo mágico: una versión novelada del
presente histórico en tiempo real.
Esta narración engañosa se crea por omisión. Su autor es el Silencio
Oficial. Sin embargo, este es sólo un apodo, su nombre verdadero es el
Miedo Oficial.
Miedo a reconocer que su Yo el supremo es vulnerable, que el guía que
habla, inventa, miente, abusa y ordena por ellos -y al único a quien se
le obedece- pudiera tener sus días contados. Miedo porque sin él
desaparece una fantasía ideológica que muchos creen y otros desean
seguir creyendo.
Miedo porque miles de horas de estridentes discursos y de tantas medidas
improvisadas y arbitrarias durante doce años, no han sembrado un plan
coherente, sólo dejan la oquedad de la ambición de poder de un iluminado
charlatán. Sus seguidores lloran anticipadamente su orfandad al
proyectarse con las manos vacías. Muy distinto habría sido un proyecto
viable con los mejores hombres y mujeres del país; pero se prefirió a
quienes practicasen la sumisión, la adulancia y el culto; por eso, este
proceso deja la más pobre huella de realizaciones de gobierno alguno en
nuestra historia. También hay miedo porque sin el caudillo quedarían
unos segundones que no se respetan ni entre ellos mismos, sitiados por
una sociedad indignada que exige cuentas por los abusos de poder y el
desperdicio de la mayor riqueza que jamás tuvo la nación. Triste
balance. La historia lo registrará como un movimiento que no tuvo
–utilizando el título de un ilustrativo libro de Elías Pino iturrieta-
Nada sino un hombre.
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