Laureano Márquez
Sábado, 22 de octubre de 2011
Ni a Nerón se le habría ocurrido imponer una multa de 9 millones de
denarios a los cristianos al culparlos del incendio que él mismo había
ocasionado
El Dr. Pedro Martínez, profesor de introducción al Derecho, decía
siempre que en Venezuela no había estado de derecho, sino estado de
torcido. Si este punto de vista era válido antes, cuando se hablaba de
tribus, lo es mucho más ahora cuando la tribu es una y uno el cacique.
Los estudiosos del fenómeno jurídico tendrán que desarrollar una nueva
teoría del Derecho que sirva para entender las decisiones judiciales de
este tiempo en el cual la pirámide de Kelsen está de cabeza y, por
tanto, la Constitución en el último lugar. Ya son tan comunes sus
violaciones que es hasta tedioso llevar un registro de las veces que se
mancilla, porque se le iría a uno el día en ello. Así, pues, si antes se
hablaba en materia jurídica de positivismo o iusnaturalismo, debería
instaurarse una teoría para este tiempo denominada el iuspersonalismo.
Son los malabarismos jurídicos y no la razón los que conducen al derecho
y lo ponen al revés. Y es que ni Amurabí el del código, ni Justiniano el
de las XII tablas, habrían podido imaginar, por ejemplo, que alguien
tenga derecho para concurrir a unas elecciones y no para ganarlas. Hay
que reconocerlo: el ejercicio de hacer racional el absurdo es como para
hacer "plop" al estilo Condorito.
El viejo maestro nos enseñaba que justicia, bien común y seguridad
jurídica estaban entre los fines del Derecho. En los tiempos que corren,
hay un solo fin: la expresión de la voluntad del líder. Para ello hay
que hacer algo que tantas veces denunció el Supremo cuando era
candidato: usar el derecho en propio beneficio, para fines torcidos; no
para la justicia, sino para el ventajismo; no para el bien común, sino
para el provecho propio y, naturalmente, no para la seguridad jurídica,
sino para generar un estado de miedo colectivo.
Ulpiano, el jurista romano, decía que el derecho procura tres cosas: ·
Honeste vivere: vivir decentemente.
· Alterum non laedere: no ladillar demasiado a los a otros.
· Suum cuique tribuere: dar a cada quien lo que le corresponde.
Vivir honestamente no se puede en un país en el cual la corrupción es la
norma y la ideología es amparo del robo. No dañar es impensable cuando
dañar es "justamente" el propósito. Dar a cada quien lo suyo es
imposible cuando la justicia, no sólo está sin venda, sino que usa
lentes y de marca, eso sin contar que la "balanza" tiene un solo plato.
Es que ni a Nerón se le habría ocurrido imponer una multa de 9 millones
de denarios a los cristianos al culparlos del incendio que él mismo
había ocasionado.
Bueno, existe todavía la posibilidad de decirlo, de ejercer la libertad
de expresión que, como dijo Zapata, nos queda sólo a los opositores,
porque los partidarios del proceso hace tiempo que la perdieron: sólo
pueden decir, pensar y hacer lo que el cacique de la tribu ordene. En
verdad, tiene que ser muy duro vivir con miedo de seguir los dictados de
la conciencia, como diría el maestro: "cada quien vive su propio
desgarramiento como si fuese su propia reconciliación".
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