Alonso Moleiro
Domingo, 9 de octubre de 2011
Desplegado en toda su magnitud el planteamiento reeleccionista es
grotesco. Simplemente ofensivo
Incluso si fuese verdad que los postulados oficiales y la persona de
Hugo Chávez fueran, como pretende el oficialismo, absolutamente
irrebatibles, constituye, desde mi punto de vista, una auténtica
perversión proponerle a la nación, con la firme esperanza de que acate
esta voluntad, que una sola persona rija sus destinos durante 20 años de
vida republicana.
Desplegado en toda su magnitud el planteamiento reeleccionista es grotesco.
Simplemente ofensivo. Aunque el candidato se llame José Gregorio Hernández.
La alternabilidad política es una conquista del hombre y de la vida en
civilización y sobre ella es necesario plantear en Venezuela un exigente
debate. Una discusión en la cual, incluso, deberían ponerse a un lado,
por un momento, las diferencias programáticas y los enfoques históricos
que dividen a los dos bloques que se disputan el poder en Venezuela.
En el mundo desarrollado la alternabilidad política es un valor tan
apreciado que ni siquiera los partidos explícitamente comunistas,
marxistas o antisistema evaden sus imperativos. Es este, para el
universo de la izquierda, un legado directo de eso que se conoció como
el eurocomunismo a partir de la Conferencia de Berlín de 1976, palpable
en los partidos comunistas de Francia, Italia o la Gran Bretaña.
Palpable, además, en España: Santiago Carrillo, Julio Anguita y ahora
Francisco Frutos. Cada cierto tiempo, estas organizaciones celebran
convenciones, discuten tesis y escogen nuevos liderazgos.
La era de los dirigentes de mármol, el papado hecho gobierno, las
carantoñas al "máximo líder", las presidencias vitalicias de carácter
hereditario, constituyen un patrimonio del estalinismo, la malformación
más grotesca de la herencia de Lenin. El leninismo es, última instancia,
el verdadero cadáver que dejó como saldo la caída del Muro de Berlín.
Kim Il Sun, Tito, Stalin, Enver Hoxha y Fidel Castro.
En Venezuela la organización política de izquierda que se trazó
parámetros particularmente audaces para estructurar las relaciones entre
sus líderes y la militancia fue el MAS. Entre los años setenta y
ochenta, los masistas introdujeron dos cláusulas libertarias de un
enorme significado cultural, que algún día deberán ser patrimonio
genuino de las relaciones sociales y el sistema de libertades que habrá
que reconstruir.
Una de ellas era la "objeción de conciencia" parlamentaria: facultaba a
un diputado a salvar su voto, aún a costa de lo decidido por su
fracción, si sentía que quedaban lesionadas sus convicciones
fundamentales con la regla mayoritaria. La otra era la medida
estatutaria que le prohibía a sus dirigentes optar a la reelección en
más de una ocasión. Tenía el expreso objetivo de promover liderazgos
alternativos.
Ningún partido en Venezuela, ni AD ni Copei, ni ningún otro, llegó tan
lejos como el MAS en materia de vanguardia y democracia interna.
Las reflexiones programáticas del MAS tuvieron un impacto tan hondo
entre el progresismo y la relación con las masas que, con lo andado, le
sirvieron incluso a Hugo Chávez de referencia para escoger la vía
electoral y engatusar a la nación con una propuesta constitucional a
través de la cual ha intentado colar su proyecto político. Es gracias a
ese legado que el chavismo pudo prescindir de la impenetrable barrera de
la toma violenta al poder, y la crónica inviabilidad del foquismo, para
aproximarse a la nación con una propuesta concreta y un contenido
movilizador. Entre el guevarismo de los años sesenta y la política
venezolana de fines de siglo media una enormidad llamada el MAS. El
legado programático de uno de los experimentos políticos
intelectualmente más fecundos del siglo XX venezolano.
Regresemos al comienzo: incluso si fuera cierto, como creen sus
militantes, que los objetivos del chavismo son sagrados y sus tesis
programáticas son perfectas, para cualquier ciudadano digno y con
criterio tiene que ser absolutamente inaceptable la tesis de la
existencia de un liderazgo canonizado y eterno. Si el partido de
gobierno pretende que le creamos cuando habla de democracia e
instituciones debería ser un cuerpo saludable que estimule el debate,
con una dirección colectiva y liderazgos alternativos con corrientes
autónomas que aspiren legítimamente a darle continuidad al actual
presidente. Si el presidente Chávez no estuviera estafando al país
cuando habla de democracia debería ser el primero en estimular esta
circunstancia.
Sobre este principio están asentados los cimientos de la palabra
progreso. Por eso fue que el Bolívar de Angostura los hizo suyos cuando
afirmó que nada es tan peligroso como dejar a un mismo ciudadano
eternamente en el poder. Yo no quiero responsabilizar a la militancia
chavista por seguir de forma instintiva un liderazgo atávico y emocional
como el de Hugo Chávez. Acá habrá que labrar muy duro para construir una
noción de ciudadanía con autonomía de criterios: liberada del lastre de
un estado como el actual, que al invocar la justicia social pretende
secuestrar el albedrío de la población a punta de subsidios.
Lo que sí creo es que esta circunstancia interpela con mucha severidad
al chavismo ilustrado. Ciertos intelectuales y columnistas ligeramente
sinuosos y depurados, ilustres teloneros de ferias del libro, que alguna
vez entendieron lo que significaba la democracia, e hicieron suyas esas
tesis que describo, y hoy pretenden que toda la nación los acompañe en
la estafa de la tesis del "líder máximo" bendecido a perpetuidad por el
mandato popular. No en balde, algunos de ellos se pretenden humoristas.
Lo son: se imaginan que el país entero ingrese en el carrusel de la
obediencia debida en la cual ellos viven inmersos.
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