Viernes, 14 de octubre de 2011
La lección que nos deja Steve Jobs es que hay que saber que nadie, por
importante que sea o se considere, es indispensable y que cuando la hora
final se acerca hay que retirarse con dignidad
Nadie puede negar que la manera como manejó su enfermedad Steve Jobs fue
ejemplar. El discurso que dio en Stanford refiriéndose a la muerte fue
aleccionador. Decir que la muerte es una liberación porque le abre las
puertas a la renovación no lo dice cualquiera. La mayoría de los seres
humanos atesoramos la vida cual avaros. No queremos pensar que pronto,
en términos históricos, nos alcanzará, muchos viven de una ilusión de
eternidad.
La lección que nos deja Jobs es que hay que saber que nadie, por
importante que sea o se considere es indispensable y que cuando la hora
final se acerca hay que retirarse con dignidad.
Estas reflexiones no sólo son aplicables a la muerte biológica sino
también a la política. La grandeza reside en saber retirarse a tiempo
antes de que las circunstancias lo echen al despeñadero del olvido.
Lamentablemente en nuestro país casi nadie quiere abandonar la política
como forma de ser. El poder parece ejercer una maligna atracción de la
cual resulta difícil desprenderse. Tal vez sea hora de escuchar lo que
dijo Jobs cuando recordó lo benéfico que resulta que a la sociedad la
irrigue sangre nueva. Por eso es una aberración aferrarse para siempre
al poder y si de verdad queremos salir del atolladero en que estamos
metidos, debemos comprometernos a hacer todo lo que esté en nuestras
manos para desterrar para siempre de nuestra vida política la reelección
presidencial.
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