Monday, October 24, 2011

El fracaso intelectual bolivariano

El fracaso intelectual bolivariano
Tulio Hernandéz
Lunes, 24 de octubre de 2011

Primero creyó que Ceresole era Gramsci. Después, hasta que Boris
Izaguirre se lo aclaró, que el Oráculo del guerrero resumía la ideología
del Che Guevara. Más tarde que Juan Carlos Monedero era Rosa Luxemburgo,
y Hans Dieterich, Carlos Marx. Hoy deambula de un enamoramiento
conceptual a otro

Los regímenes autoritarios, sea en su versión ruda del siglo XX o
edulcorada del XXI, ya comunistas, ya de derecha, son maquinarias
implacables que le temen al pensamiento libre. Por eso tratan de
convertir a sus intelectuales en jarrones chinos, útiles para adornar
eventos o para firmar comunicados de apoyo, mas no para debatir modelos
de gestión, aciertos, defectos y fracasos, o para intentar un diseño
concertado del futuro.

Y está claro: los intelectuales no domesticados son incómodos. El
pensamiento libre suele transitar sin miedo el camino de los matices y
la complejidad. El discurso totalitario, en cambio, requiere del blanco
y negro, de lo evidente y lo elemental. Porque el totalitarismo
generalmente parte de la existencia de un proyecto ya acabado, un
destino manifiesto y una teoría cerrada que no es necesario enriquecer,
revisar o actualizar. Sólo aplicar.

Por esa misma razón, en el mejor de los casos, en los regímenes
autoritarios a los intelectuales con prestigio se les convierte en
distinguidos predicadores del dogma en curso, ya se encuentre éste
resumido en un texto clásico como El manifiesto comunista, un catecismo
personal comoEl libro verde de Gadafi y El libro rojo de Mao, o en la
acumulación de frases-órdenes del tipo "¡con la revolución todo, contra
la revolución nada!" que el jefe único suele repetir en sus abluciones
de masas. Lo anunció años atrás Ludovico Silva, el refinado ensayista de
El estilo literario de Marx: "Si los loros fueran marxistas serían
marxistas dogmáticos".

Esta condición totalitaria es lo que explica que en Cuba, un país que
mucho antes del comunismo fue pródigo en producir grandes narradores
como Cabrera Infante, ensayistas de la talla de Lezama Lima, o pioneros
mundiales de la antropología como Fernando Ortiz, no tenga en todo este
largo medio siglo de revolución un solo pensador social cuya obra pueda
ser citada como referencia teórica por los defensores del socialismo del
siglo XXI.

Todo lo contrario. Los más refinados de los intelectuales seguidores de
la revolución bolivariana no cuentan con un teórico cubano, coreano,
iraní, boliviano, nicaragüense o libio ­los modelos políticos socios del
chavismo­ a quien citar. Tienen que abrevar en las páginas de Chomsky,
Negri, Ramonet, Vattimo o, los más atrevidos, del antiestatista Edgard
Morin, para darles una cierta aura internacional a sus argumentos. Es
decir, los intelectuales criollos que justifican la revuelta de los
tenientes no tienen más opción que reforzarse conceptualmente con el
aporte de pensadores que realizan su trabajo académico no en los campus
vigilados de La Habana, Trípoli o Teherán sino en la libertad
democrática de los cubículos de Boston, París o Roma.

Pero a la inversa ocurre igual.

Contraviniendo lo que decían los viejos marxistas, en estos doce años
del autodenominado socialismo del siglo XXI no hay nada ni remotamente
parecido a una "teoría revolucionaria" que le dé sustento a la "praxis
revolucionaria". Y los pocos intentos, el que realiza mi estimado
profesor Rigoberto Lanz en las páginas de un periódico capitalista
conocido como El Nacional, o el que intentaron con prístina honestidad
intelectual investigadoras como Margarita López Maya antes de ser
eyectada por el militarismo, les importan un bledo a los hombres armados
y a caballo que dirigen el país.

Por eso el pensamiento de la revolución bolivariana hecho en Venezuela o
es un bostezo o un libro vacío, y la biografía intelectual del proceso,
la misma del jefe único que desde 1999 hasta hoy deambula de un
enamoramiento conceptual a otro. Primero creyó que Ceresole era Gramsci.
Después, hasta que Boris Izaguirre se lo aclaró, que el Oráculo del
guerrero resumía la ideología del Che Guevara. Más tarde que Juan Carlos
Monedero era Rosa Luxemburgo, y Hans Dieterich, Carlos Marx.

Era un hombre inteligente que, por desgracia para todos, ocupado por las
conspiraciones cuartelarías, no tuvo tiempo de cultivarse con solidez y
la vida lo condenó a la condición de apresurado lector de solapas que se
ve a sí mismo como un gran intelectual. El Madame Bovary de la política
venezolana.

hernandezmontenegro@cantv.net

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/1482762.asp

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