Monday, October 24, 2011

El chavismo y el diagnóstico del doctor Navarrete

El chavismo y el diagnóstico del doctor Navarrete
Manuel Malaver
Lunes, 24 de octubre de 2011

Debe gozar de mucha consideración y respeto el doctor, Salvador
Navarrete, entre miembros del alto gobierno y dirigentes y cuadros del
chavismo, para que no salieran a desmentir sus declaraciones al
periodista, Víctor Flores García, de la revista "M Semanal" de México la
semana pasada, afirmando que el presidente Chávez "padece un tumor muy
agresivo de muy mal pronóstico" y que su expectativa de vida puede "ser
de hasta dos años".

Pero es que ni siquiera "insultadores de oficio" como Andrés Izarra,
Cilia Flores o Tareck El Aisami salieron a decir "esta boca es mía", y
mucho menos los que de alguna manera ostentan la vocería oficial sobre
la salud del presidente, como podrían ser el vicepresidente, Elías Jaua,
el canciller, Nicolás Maduro, o la ministra de Salud, Eugenia Sader.

Todo lo cual, no puede sino llevarnos a la conclusión de que, para el
chavismo, la opinión del doctor, Navarrete, es la de un dirigente o
militante revolucionario con una hoja de servicio intachable, y que,
como médico, no podría sino expresar una opinión autorizada,
responsable, y que comparte, sino todo, si un sector numeroso y no
desestimable del conglomerado bolivariano y socialista.

¿Dónde está ese conglomerado, quiénes son, quién los dirige y por qué
salta en este momento, y no en otro a la palestra, y a revelar lo que es
un sentimiento nacional sobre la salud presidencial y la inquietud de
hacia dónde la puede conducir un tratamiento inadecuado, que le oculta
verdades vitales al país y al paciente, y todo para sacarle ventajas
políticas y económicas a un jefe de Estado que, lógicamente, dadas las
tareas demiúrgicas y fundacionales que se ha autoimpuesto como caudillo
político y revolucionario, quiere oír hablar de cualquier cosa, menos de
su muerte?

El doctor Navarrete da en su entrevista algunas pistas para la respuesta
a estas preguntas, cuando dice: "Hace un mes nos reunimos con gente muy
cercana al Presidente y les dije lo mismo que le dije a él una vez en
Miraflores, cuando fue mi paciente: que no hay conciencia del impacto
político nacional del tema de la salud de Presidente. La respuesta de
estas personas de su entorno fue la misma: que a él no se le puede decir
nada sobre su salud, que no le hace caso a nadie y mucho menos a los
venezolanos".

En otras palabras: que "hay gente cercana al presidente" que no cree, ni
está satisfecha con los reportes que periódicamente trasmite en cadenas
de radio y televisión de su tratamiento en Cuba, le pide opinión a un
médico que ya una vez trató al enfermo, y admite que, ostensiblemente,
está enloquecido o mal de la cabeza, por cuánto no quiere oír nada sobre
su salud que no sea el diagnóstico complaciente, politizado e
ideologizado de los médicos cubanos.

También cita, Navarrete, a la familia Chávez, de Barinas, sin duda sus
familiares más cercanos, de la cual es médico tratante porque ya una vez
operó a la madre del presidente, la señora Elena de Chávez, y que, dadas
la circunstancias, no solo expresa su angustia por la salud
presidencial, sino que le da al doctor, Navarrete, su versión sobre el
estado y la naturaleza del mal que padece el jefe de Estado:

"Voy a ofrecer la información" dice al periodista "que tengo sobre esa
base que usted me propone. El presidente Chávez tiene un tumor de la
pelvis que se llama sarcoma. Esos son tumores retro-peritonales, del
suelo de la pelvis. Desde el punto de vista embriológico pueden ser de
tres tipos: del mesodermo, del ectodermo o del endodermo. La información
que yo tengo de la familia es que él tiene un sarcoma, un tumor muy
agresivo de muy mal pronóstico y estoy casi seguro que esa es la
realidad. Por eso le están aplicando una quimioterapia tan agresiva,
porque si fuera un cáncer de próstata, le pones hormonas y ya, ni te das
cuenta que está tomando tratamiento".

O sea: que alguien está engañando al presidente sobre la situación real
de su salud, virtualmente, preparando "su asesinato", y creándole
ilusiones sobre sus expectativas de vida basadas en razones, quizá no
científicas, sino religiosas (o seudoreligiosas), y apartándolo de un
tratamiento cuidadoso, calculado y prudente que podría ser la única
garantía de que recupere su salud en el mediano plazo.

Pero ¿quiénes son, y dónde están estos "médicos asesinos" y por qué
ensañarse con el presidente Chávez aplicándole prácticas iniciadas
universalmente por la KGB (la policía de Stalin) en los años 30 del
siglo pasado, cuando envenenaron al escritor, Máximo Gorki, le
inocularon un virus que le provocó la muerte a la viuda de Lenin,
Nadezhda Krupskaya, y dicen pudo causarle el derrame cerebral que
liquidó al propio Stalin, y de la cual han resultado tan conspicuos
alumnos los agentes del G-2 cubano?

Dejemos, de nuevo, que sea Navarrete, quien nos ofrezca algunas pistas
al respecto: "El Presidente decidió cambiar de rumbo radicalmente meses
después del golpe de Estado en su contra. Abandonó a todos los médicos
venezolanos y se puso absolutamente en manos de los médicos cubanos…No
confía en nadie que no sean los médicos cubanos. En Venezuela el
presidente Chávez no confía en nadie, sólo en los cubanos. De hecho, en
el Hospital Militar hay actualmente un piso preparado por si le pasa
algo al Presidente y todo el personal es absolutamente cubano. Ni
siquiera los camilleros son venezolanos".

O sea, que no solo el país, sino también el gobierno y el partido de
gobierno, tienen que resentirse de la situación extremadamente irregular
de que un problema de estado, que incumbe a la seguridad y defensa de la
nación, como es la vida o la muerte del presidente en ejercicio, la
manejen médicos extranjeros sin ningún reconocimiento internacional,
habitantes de un país con uno de los peores índices de salud en el
mundo, y, lo más grave, que no le deben obediencia a las autoridades
médicas venezolanas legalmente establecidas según la Constitución de la
República.

Y eso en circunstancias de que, como dice Navarrete: "Nosotros pensamos
que el pronóstico del presidente Chávez no es bueno. Y cuando digo que
el pronóstico no es bueno, significa que la expectativa de vida puede
ser de hasta dos años. Esto explica la decisión de adelantar las
elecciones".

La pregunta última, y quizá clave aquí es: ¿Por qué? ¿Qué impulsa a un
país extranjero a sacar ventajas de la vulnerabilidad del presidente
enfermo de otro país, a aprovecharse de la seducción que sobre él ejerce
su caudillo mayor (un octogenario que está más enfermo que Chávez), o
del fanatismo con que ciertas ideologías taladran a espíritus
adolescentes e inmaduros, para imponerle soluciones a sus problemas de
salud contrarios al interés de Venezuela, de su gobierno y del propio
enfermo?

Indiscutiblemente que una buena respuesta puede ser esa que en criollo
se llama "raspar la olla", y que se grafica en la prisa de quien sabe
que un bien se le acabará, y antes que suceda, efectúa una razzia de
modo que al suceder lo inevitable, no haya nada que llevarse, porque ya
"el vivo" se lo llevó todo.

Otro despeje de la (o de las) incógnitas, podría venir por el lado de
que el gobierno cubano, y en especial Fidel y Raúl Castro, están jugando
fuerte a la sucesión de Chávez, ligando la apuesta de que su heredero
sea el hombre que les garantice, o les genere, menos problemas en la
continuidad del dominio de una colonia que les es imprescindible hasta
tanto el pueblo cubano no se sacuda la dinastía castrocomunista y
emprenda la vía de restaurar el sistema de libertades, de democracia y
de estado de derecho que perdieron hace 55 años.

Preocupaciones que parecen no son solo de los demócratas cubanos, sino
también de la comunidad internacional que observa como las dictaduras de
los enfermos Fidel Castro y Hugo Chávez se retroalimentan, y de los
venezolanos de todas las clases, colores, partidos e ideologías que
sospechan, aterrados, cómo los autócratas cubanos parecen estar
cocinando un nuevo capítulo en su historia de la dominación de
Venezuela: el "Después de Chávez".

manumalm912@cantv.net

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/3628132.asp

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