Cómo explicar el caos
"Nos descuidamos". La frase parece que tomó desprevenido al Presidente.
Acudiendo a un inusual rapto de sinceridad, se estaba refiriendo a los
cortes eléctricos que a toda hora se registran en el país, imposible
como es ahora seguir empeñados en sostener la hipótesis de que estos son
productos de sequías, estragos del capitalismo o sabotajes de terceros
ALONSO MOLEIRO
"Nos descuidamos". La frase parece que tomó desprevenido al presidente
Hugo Chávez. Acudiendo a un inusual rapto de sinceridad, se estaba
refiriendo a los cortes eléctricos que a toda hora se registran en el
país, imposible como es ahora seguir empeñados en sostener la hipótesis
de que estos son productos de sequías, estragos del capitalismo o
sabotajes de terceros.
Fue más o menos lo mismo que dijo Haiman el Troudi, actual presidente
del Metro de Caracas, mientras él y su equipo corren a toda prisa para
intentar tapar las miles de goteras funcionales y administrativas que
transformaron a una de las empresas públicas más eficientes de este país
en el lamentable despelote actual. Ciertamente. Se descuidaron.
Todos los esfuerzos propagandísticos y de movilización que se avecinan
por parte de las fuerzas democráticas deberían estar orientados a
explicarle a la población la magnitud y la profundidad del estado actual
de destrucción. Esta es una circunstancia que supera con holgura
cualquier hipérbole preelectoral tradicional, portadora de un enorme
dramatismo y a la que es necesario aproximarse sin engañarnos. Puesto
que el padrón electoral nacional no es un kinder, y está integrado por
padres de familia que son mayores de edad, acá se impone hablarle claro
a la gente: o acá se articula un acuerdo genuino para iniciar un proceso
de reconstrucción o nos quedamos sin país.
Tenemos un gobierno particularmente inepto, dotado, como irónico
contrapunto, de una vocación de poder insaciable y presidido por un
astuto político que, entre una cadena y la otra, asistido por unos
ingresos petroleros exorbitantemente altos, ha desplegado un eficaz
programa propagandístico que le ha permitido salir, hasta la fecha,
relativamente indemne de cualquier juicio popular especialmente severo.
Venezuela es una nación en el cual se han triplicado los índices de
homicidios y donde las cifras de secuestro, que hasta 1999 prácticamente
no existían, han aumentado en un 300 por ciento. La era bolivariana es
un pavoroso desierto en materia de productividad. No hay un solo rubro
agrícola que pueda ser presentado como la bandera de la reconstitución
de la agroindustria.
Leche, carne, granos, maíz, caña de azúcar, sorgo: todos los capítulos
de la producción nacional están estancados o en retroceso. El entorno
industrial de Guayana, que alguna vez fuera motivo de orgullo, está
convertido en chatarra. Tenía Venezuela unas 12 mil industrias al
momento de asumir Chávez la presidencia. Hoy tiene poco más de siete mil.
El estado de desinversión del aparato industrial y de servicios de
Venezuela es escandaloso. Los volúmenes de inversión extranjera en el
país son sobrepasados por naciones como Colombia, Uruguay y Perú. Tiene
el país en la actualidad niveles de inversión en capital extranjero
similares a las de una nación centroamericana. Las causas son más que
evidentes: nadie que no esté loco se animaría a colocar un medio en un
país en el cual su presidente puede disponer cualquier tarde, en un
arranque de mal humor, que sus activos serán expropiados. No hay, entre
tanto, salvo contadas excepciones, empresas que no hayan quedado
destruidas o severamente lastimadas una vez nacionalizadas.
Las redes viales se deterioran; los proyectos de infraestructura se
retrasan; los problemas de servicios se multiplican; los programas de
vivienda se crean, se disuelven y se vuelven a crear. No agreguemos, por
esta vez, nada sobre el desmantelamiento institucional y la chatarra en
la cual se ha convertido la administración de justicia. Todo esto ocurre
con un ingreso petrolero que supera unas siete veces la media de los
años 90, fruto de la enorme presión energética china y la correlativa
escasez universal de refinerías.
http://talcualdigital.com/Nota/visor.aspx?id=60599&tipo=AVA
Tenemos un país drogado de petróleo; adicto a la producción petrolera.
Eso no impide que sus proyectos de expansión gasíferos se aplacen una
vez tras otra y que la producción de crudo a duras penas mantenga las
mismas cotas de hace diez años.
El gobierno, claro, tiene dinero. Tiene a su disposición una cesta
petrolera que rasguña los cien dólares el barril, dígito jamás visto en
la historia nacional. Con eso tapa parches, multiplica subsidios, compra
cocinas y lavadoras para vender a bajo costo. Tiene una manguera de
recursos para repartirla a un pueblo pobre y necesitado como el nuestro.
Como se mortifica ante la posibilidad de perder el poder, decreta el
"reimpulso" en todos lados. Relanza, dos y hasta tres veces, las
misiones que ya alcanzaron un estancamiento crónico, e intenta desplazar
su responsabilidad intransferible sobre terceros.
El chavismo no tiene logros. El chavismo tiene plata. En Venezuela no
hay una sola realidad consolidada palpable, un solo dato estimulante que
no sea producto de un chorro de dinero, una sola suma de siglas sobre la
que valga la pena acordarse.
Salud pública, escasez de alimentos, inflación, estancamiento económico
e incertidumbre. Es imposible no advertir las consecuencias: el número
de venezolanos que han emigrado ya alcanza el millón de personas; la
mitad del estamento científico ya no trabaja en el país y unos siete mil
médicos se han marchado a Europa en los últimos años.
El alto gobierno, entretanto, no parece afligido o avergonzado ante la
pavorosa cadena de desaciertos que nos han dejado en la penosa situación
actual. Pretende quedarse y convertirse en inevitable. Podemos verlos,
en sus alocuciones, serenos, con sensación de control, aparentemente
orgullosos de lo que están haciendo. Ni a ellos, ni a sus operadores
políticos, ni a sus risibles periodistas y formadores de opinión parece
indicarles nada especial que cualquier egresado de una universidad
prefiera marcharse para tener vida profesional, no en los Estados
Unidos, sino en naciones que antes superábamos con claridad, como
Colombia, o países de menor calado, como Panamá, si con eso pueden
colocar a sus familias a salvo del estado de anarquía actual. Que el
flujo migratorio ha quedado invertido: antes la gente venía y ahora la
gente se va. Todos siguen anestesiados, defendiéndose de la realidad con
abstracciones, debatiendo estupideces superadas en todos lados,
masticando consignas para reforzar su ánimo militante.
Así está este país hoy. El foso es profundo, es doloroso, pero es
remontable: otras naciones –el Perú del primer Alan García, la Colombia
post Gaviria, el Panamá posterior a Noriega– con problemas bastante más
graves, pudieron hacerlo a la vuelta de pocos años.
Los candidatos de la Unidad están en la calle. El país no es el de 2004.
Hay proyecto, hay plataforma, hay acuerdos, hay consciencia de la
gravedad del problema y hay unidad. Estamos, además, a un paso de ser
mayoría. ¿Cómo le explicamos al país lo que sucede? ¿Cómo hacemos
universal el juicio crítico, cómo expandimos el diagnóstico, como
hacemos para terminar de despertar? ¿Cómo le graficamos al venezolano
corriente, en términos convincentes, que el actual estado de cosas
podría agravase aun más, que nos estamos quedando atrás en la región,
que no puede acostumbrarse a vivir así, que se han burlado de su
voluntad traficando con sus necesidades?
Pienso que ha llegado la hora de olvidarnos por una vez de las elipsis
argumentales, las estrategias de mercadeo, los artificios demoscópicos y
las reflexiones subordinadas. Ha llegado la hora de ir al grano: el
tiempo de decirle a los venezolanos la verdad. El que logre hacerlo de
la mejor manera habrá desatado el nudo gordiano que lo separa de la
conquista del poder.
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