Aníbal Romero
Jueves, 24 de noviembre de 2011
En medio de una generalizada crisis capitalista los pueblos votan contra
la izquierda y por los conservadores. Entretanto los partidos de
izquierda, que se presume deberían al menos sostener el principio
leninista de la "primacía de la política", se dedican más bien, como en
Italia y Grecia, a llevar al poder gobiernos tecnocráticos, incoloros,
inodoros e insípidos
Desde su apartado rincón en el infierno, Carlos Marx observa estupefacto
el curso de los eventos en la Europa actual y se pregunta: ¿Qué pasó con
mis profecías? Tiene razón al sorprenderse. El escenario europeo no
podría contradecir de modo más flagrante la ortodoxia marxista. En medio
de una generalizada crisis capitalista los pueblos votan contra la
izquierda y por los conservadores. Entretanto los partidos de izquierda,
que se presume deberían al menos sostener el principio leninista de la
"primacía de la política", se dedican más bien, como en Italia y Grecia,
a llevar al poder gobiernos tecnocráticos, incoloros, inodoros e
insípidos, para que realicen la tarea inequívocamente política de
imponer la austeridad y someter a los trabajadores y la clase media a
una severa reducción en sus niveles de vida.
Uno no deja de asombrarse ante lo que ocurre. Es obvio que la izquierda
europea, para regocijo de quienes criticamos sus banalidades, sufre la
más grave de las enfermedades: la que extravía los espíritus y les
pierde sin remedio. Esa izquierda, que debería ser la primera en
entender la naturaleza ultra-capitalista del llamado proyecto europeo,
es sin embargo su principal defensora, enredándose en consideraciones
idealistas acerca de la "identidad cultural" y otras abstracciones por
el estilo, que habrían hecho llorar, o quizás arrastrarse de risa, a
sujetos como Lenin y Trotsky.
En efecto, la Unión Europea es en su esencia el vehículo a través del
cual las corporaciones del viejo continente intentan competir en un
mercado global capitalista, acosado por tiburones gigantescos como EEUU,
China e India. Frente a semejante realidad la izquierda europea se
dedica mansamente a defender el Estado de Bienestar socialdemócrata,
cuyos precarios cimientos se agrietan de manera patente y cruel, dejando
a la deriva las quimeras seculares de una prosperidad siempre creciente,
ilusión óptica bajo la que ha vivido Europa estas pasadas décadas.
El espectáculo hipnotizante, por su palpable inexorabilidad, de la
decadencia del Euro, en lugar de alegrar los corazones de los
socialistas europeos les pone a temblar. Y es que esa izquierda europea
se ha integrado tanto al sistema imperante que ya ni se atreve a
organizar protestas o liderar a los sindicatos. Su propuesta es
puramente administrativa y no política. Lo que ofrecen es gerenciar más
eficazmente el Estado de Bienestar, concepto tan en quiebra como los
bancos franceses. Ni siquiera osan asumir el poder cuando las cosas se
ponen difíciles, y cual corderitos se suman al coro de los "técnicos",
en empeño inútil para reemplazar la política con espejismos burocráticos.
Desde luego, siendo la vida un proceso dinámico, hasta en la esclerótica
Europa de hoy el colapso de la izquierda tradicional abrirá las puertas
a la radicalización de algunas de sus partes, y quizás el viejo Marx
reciba un poco de oxígeno en medio de los vapores sulfurosos, una vez
que los sectores extremistas se organicen y comiencen, en clave
leninista, a lanzar consignas que respondan a las "ineludibles
exigencias del momento histórico". Europa apenas inicia un camino que la
conduce directamente a la radicalización de la política, de izquierda y
derecha. El terremoto económico que la estremece a raíz del derrumbe del
sueño, más grave de lo que se admite, tiene un potente impacto social.
¿Qué respuestas articulan las fatigadas élites europeas, ahora que sus
utopías se desvanecen? ¿Tienen aún interés y fuerza para dar a la
libertad del ser humano una oportunidad, en vez de asfixiarla más y más?
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