Friday, August 24, 2012

Fascista

Fascista
Humberto García Larralde
Jueves, 23 de agosto de 2012

Entre los elementos que caracterizarían al fascismo genérico está su
inspiración épica, sustentada en una mitificación de un pasado heroico
en el que se forjó la nación o la etnia. La invocación de ese pasado
como síntesis de la grandeza a la cual debe aspirar el pueblo, alimenta
un nacionalismo visceral que sirve de aliciente a gestas revolucionarias.

La utilidad y pertinencia del calificativo "fascista" para el análisis
político enfrenta hoy dos formidables obstáculos. El primero tiene que
ver con la banalización del término por parte de cierta izquierda, luego
de la Segunda Guerra Mundial. El hecho un tanto azaroso de que la Unión
Soviética emergiera de esta horrible conflagración en el bando defensor
de los derechos humanos –no olvidemos que había pactado con Hitler en
1939- le permitió proyectarse como el campeón del anti fascismo,
obviando las grandes similitudes entre ambas manifestaciones de
totalitarismo.

La propaganda estalinista logró que esta apreciación tuviese como
corolario que todo crítico del comunismo fuese "fascista". Ello cobró
sentido durante la Guerra Fría, cuando los EE.UU. aupaban dictaduras
anticomunistas altamente represivas. No obstante, estos regímenes
militares oprobiosos, conservadores, tenían poca afinidad con el vigor
revolucionario del fascismo clásico. De ahí se extendió progresivamente
la aplicación del término a todo aquel ubicado a la "derecha" del
espectro político, hasta hacer de ambos vocablos prácticamente
sinónimos, muy conveniente para descalificar al adversario desde la
izquierda.

No obstante, el fascismo existió como fenómeno y a pesar de la
banalización en el uso del término, es menester un esfuerzo por precisar
su correcto significado si ha de tener provecho para el debate político.
Y aquí se asoma la segunda gran dificultad: ¿Se puede usar el término
para señalar experiencias diversas, pero con importantes rasgos comunes,
o sólo la Italia de Mussolini fue fascista?

Para Umberto Eco, por ejemplo, la experiencia italiana no debe
entenderse como padre" doctrinario de otros movimientos similares,
fundamentalmente porque la gesta fascista de Mussolini nunca se sujetó a
una doctrina. A pesar de su retórica grandilocuente, fue un líder
oportunista, pragmático, que adaptaba su ejercicio de poder a las
exigencias del momento. Por su parte, las otras experiencias europeas
que suelen calificarse de fascistas –nacionalsocialismo alemán,
falangismo español, Ustazi Croata, Guardia de Hierro rumana, el
movimiento húngaro de Szalasi- se inspiraban en raíces nacionalistas
particulares, refractarias a su uniformación bajo una sola ideología,
como sí ocurrió con el comunismo. Eco prefiere denominar esto
Ur-fascismo. Otros, como Stanley Payne, argumentan a favor de un
"fascismo genérico", es decir, de la existencia de características
comunes en movimientos distintos que justifican su agrupación bajo el
término fascista. Es la línea que se sigue a continuación.

Entre los elementos que caracterizarían al fascismo genérico está su
inspiración épica, sustentada en una mitificación de un pasado heroico
en el que se forjó la nación o la etnia. La invocación de ese pasado
como síntesis de la grandeza a la cual debe aspirar el pueblo, alimenta
un nacionalismo visceral que sirve de aliciente a gestas
revolucionarias. Debe pulverizarse todo aquello que se interponga al
rescate de esa "esencia heroica", en particular la influencia corruptora
del capitalismo internacional –la plutocracia financiera mundial judía,
a que se refería Hitler- y las "blandenguerías liberales" del Estado
burgués, que impiden el alcance de la verdadera justicia. Esta amenaza
es encarnada por un peligroso enemigo externo y sus agentes internos,
que deben ser desenmascarados y aniquilados.

Lejos de ser conservadores, los regímenes fascistas buscaban radicalizar
continuamente el proceso, proponiendo siempre nuevos objetivos en aras
de mantener en tensión a sus seguidores y evitar que cayera su
entusiasmo para con el glorioso destino prometido. La argamasa entre el
líder y sus seguidores era de naturaleza emotiva, visceral, no el
producto de una reflexión racional. La invocación guerrera de batallas y
enemigos desplazó a la política como forma de dirimir diferencias. Para
garantizar el triunfo, era menester cerrar filas en torno al Gran Líder
carismático, quien comandaba la "revolución": el individuo debió
someterse al Estado, expresión del Bien Común que él encarnaba. Se
instaló un régimen de obediencia, basada en el culto a la personalidad,
en el que las aspiraciones individuales debían dar paso al interés
colectivo -la nación- como bien superior, de cuyos secretos,
especificidades y prioridades, sólo el Gran Líder sabía descifrar. En
este orden, fueron eliminadas organizaciones sociales autónomas
–sindicatos, ligas campesinas, asociaciones profesionales, culturales-
para remplazarlas por "frentes nacionales" que agrupaban a estos
sectores sociales bajo la égida del partido de la revolución. Estas
organizaciones sociales fascistas eran "cooptadas" conformando un Estado
Corporativo en el que los intereses sectoriales debían confluir con el
interés superior de la nación. En vez de representar a sus asociados
frente al Estado, representaban los designios de éste –el "Bien Común"-
ante sus asociados.

Todo lo anterior se nutrió con una representación maniquea, ficticia, de
la realidad a través de una maquinaria propagandística que martillaba
constantemente falsedades, para forjar un deslinde insalvable entre un
nosotros, los buenos que siguen al caudillo, y los otros quienes, al no
comulgar con su gesta redentora, simbolizan el mal. Éstos, por tanto,
son enemigos, apátridas, que abdicaron a su condición nacional y no
merecen tener los derechos de los verdaderos patriotas. Como la
institucionalidad del Estado de Derecho ampara a estos seres, debe ser
barrida para que reinen los intereses supremos de la nación, como son
definidos por el excelso e indisputado líder. Asoma su feo rostro las
pretensiones de reingeniería social a gran escala para eliminar a los
indeseados y forjar el Hombre Nuevo, sostén del glorioso orden a
instaurar. Para ello se legitima el uso de la fuerza para reducir a los
sectores disidentes y se regimienta a la sociedad con base en cánones
militares. Consustancial a lo anterior era el ejercicio extendido de la
violencia callejera por parte de organizaciones partidistas uniformadas
de naturaleza para-militar. Los movimientos de "camisas" –camisas pardas
de la S.A. Nacionalsocialista; negras de los squadristi italianos;
azules de la falange española; naranjas en Bulgaria; verdes en Rumanía-
que arremetían contra los "enemigos", fueron elementos distintivos del
accionar fascista. Se invocaba un "culto a la muerte" con dos
vertientes: en primer lugar, como instrumento de "limpieza" que barrería
con la podredumbre y con los seres detestables de la vieja sociedad para
dar paso al Nuevo Orden; en segundo lugar, la muerte representaba el
máximo sacrificio exigible a un ser humano en defensa de los supremos
intereses colectivos, la expresión más pura del "Hombre Nuevo" que debía
emerger de la lucha. De manera insólita, ello alimentaba posturas de
supremacía moral, en tanto exaltaba la disposición a incurrir en las
privaciones necesarias para el triunfo del orden colectivo por encima de
los intereses particulares.

No es necesario ser Sherlock Holmes para saber a quién se retrata como
fascista en la Venezuela de hoy. Pero no hay –y no habrá, mientras las
fuerzas democráticas logren impedirlo- campos de concentración, un
fascismo "light" si se quiere. Además, se trata de un fascismo de nuevo
cuño, de un neofascismo, acotado por la cultura democrática del país que
busca cobijarse en una retórica comunistoide para transmitir la idea de
compromiso con los oprimidos. Ello no desdice esta calificación pues
-como fue señalado-, el fascismo no obedeció a una doctrina
predeterminada y, además, tanto en Alemania como en Italia, se erigió
como campeón del pueblo. Tampoco lo salva el estar acusando a los demás
de "fascistas". Los sicólogos llaman a esto proyección: imputarle a
otros los defectos propios con miras a hacerlos desaparecer a los ojos
de los demás y lavar las culpas. A confesión de parte….

humgarl@gmail.com

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/1033985.asp

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