Trino Márquez Cegarra
Viernes, 25 de noviembre de 2011
Los rasgos comunes que se aprecian en esta crisis son: desorden en las
finanzas públicas, con déficits fiscales que superan el cien por ciento
del PIB; existencia de un Estado Benefactor incapaz de autosustentarse a
través de los ingresos ordinarios
Por la milésima parte de los desmanes cometidos en Venezuela por el
teniente coronel Chávez Frías, Grecia anda sumida en una grave crisis
financiera que le costó la salida al ex primer ministro Papandreu;
Italia tuvo que despedir a ese Mussolini aristocrático llamado
Berlusconi, y España y Portugal se tambalean. En la Madre Patria, la
erosión económica le tiene garantizada al PSOE la salida del Gobierno, y
la derrota humillante de José Luis Zapatero y su compañero de partido A.
Pérez Rubalcaba.
Los rasgos comunes que se aprecian en esta crisis son: desorden en las
finanzas públicas, con déficits fiscales que superan el cien por ciento
del PIB; existencia de un Estado Benefactor incapaz de autosustentarse a
través de los ingresos ordinarios, lo cual quiere decir, pago de
tributos como el impuesto al valor agregado, el impuesto sobre la renta
y las cancelaciones que se derivan de las transacciones aduanales,
importaciones y exportaciones. En esos países el Estado no cuenta con un
sector de empresas públicas importante, que demande transferencias o
subsidios del Gobierno central, ni se incurre en gastos militares
desmesurados. Después de la caída del Muro de Berlín, ya atenuadas las
tensiones con Rusia, Europa redujo los gastos en armamentos a su mínina
expresión. Antes, durante el período de la Guerra Fría, quien se ocupaba
realmente de la seguridad del viejo continente eran los Estados Unidos.
Los aportes de los europeos eran menguados, lo que les permitió
dedicarse a reconstruir su economía, diezmada por la II Guerra Mundial.
Esta verdad les cuesta mucho aceptarla a los franceses.
Las sociedades europeas confrontan dos serios problemas: el crecimiento
desmesurado del Estado de Bienestar y la incapacidad de sus élites de
ponerse de acuerdo sobre planes de mediano y largo plazo que permitan
introducir las correcciones necesarias. El cálculo político bastardo
provoca maniobras de baja estofa que impiden acuerdos duraderos. En
Grecia existía el temor a encarar un electorado que pretende jubilarse a
los 57 años, cuando la esperanza de vida supera las 80 primaveras. En
España no se quiere confrontar a unos votantes que se niegan a que se
les retarden dos años el retiro, a pesar de que la esperanza de vida
sigue aumentando y que el crecimiento vegetativo no logra reponer la
población envejecida. El encarecimiento de la fuerza de trabajo por
contratos colectivos que no toman en cuenta la productividad y el
rendimiento de las empresas, y la estabilidad granítica en el trabajo,
que ha eliminado en la práctica el mercado laboral, han reducido la
competencia de Europa, frente a monstruos como China y la India, donde
la remuneración y la protección al trabajador son mucho menores. La
inmensa complejidad de la globalización ha sido ignorada por la élite
europea, que trata de seguir operando como si los gigantes asiáticos no
existieran.
Las enseñanzas que se derivan de las traumáticas tensiones en Europa,
provocadas no por el capitalismo, sino por su acérrimo enemigo, el
populismo, no han sido comprendidas por el régimen venezolano. Mientras
más en peligro está el viejo continente debido a la erosión causada por
la demagogia, más insiste el Gobierno nacional en cometer los mismos y
aún peores errores. El Estado continúa adquiriendo compromisos
impagables. Sin ningún tipo de cálculos previos, promete retornar al
esquema de las prestaciones retroactivas. Crea un fondo para financiar
las viviendas de quienes hoy son inquilinos y no poseen techo propio.
Promete equipar las casas de millones de familias humildes. Continúa la
vorágine expropiadora. Confisca empresas que cancelan tributos. Sigue
regalándoles dinero a Cuba, Bolivia y Nicaragua. Mantiene el cerco sobre
el sector privado. Persiste con el control de precios y de cambio, y las
regulaciones que alejan las inversiones y contraen el empleo. No hay
exabrupto que no cometa.
La causa de todo este desbarajuste se encuentra en el precio del barril
de petróleo. Los 100 dólares a los cuales se cotiza el crudo en los
mercados internacionales, ha permitido al Presidente desatar esta orgía
populista, a la que llama inclusión y redistribución socialista del
ingreso. Lo secunda un gabinete irresponsable que le aplaude las
insensateces que están conduciendo a Venezuela a un despeñadero.
Pensemos nada más que los precios del crudo se desplomen porque la tasa
de crecimiento de China e India retrocede. Se habrá acabado la ilusión
creada por el populismo petrolero, y con ella se habrá hundido el país.
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