Roberto Giusti
Miércoles, 23 de noviembre de 2011
En esta sociedad donde reina un apartheid no declarado, Catia siempre
fue zona chavista y no por los pistoleros a sueldo que pretenden
imponerla a la fuerza, sino por decisión de la mayoría. Por eso el
estruendo metálico con que se recibió y despidió al comandante
presidente, nada menos que en el corazón de su territorio
El sonido inquietante de las cacerolas se hizo sentir, de nuevo, este
domingo, en los afinados oídos del comandante presidente. Ese rumor
metálico, como de abejas mecánicas, que va horadando el conducto
auditivo externo, hasta repicar en el tímpano con resonancia
insoportable, solía provocar estallidos de indignación a principios de
siglo en aquel entonces bisoño y casi enjuto teniente coronel.
Baste sólo recordar aquel largo, estruendoso y subversivo cacerolazo que
le endilgaron los vecinos de Chuao y La Carlota, nada menos que el día
de la Fuerza Aérea, mientras él, en uniforme de gala, observaba, con
impotente furia y un discurso acallado por el estruendo de las ollas,
como aquella clase media levantisca, retrechera y frustrada, le
manifestaba su rechazo y desengaño luego de haberle votado, con los ojos
cerrados, apenas diez y ocho meses antes.
Quizás ese fue el día en el cual descubrió que la pequeña burguesía,
aquella que tanto detestaba Lenin, incluso más que la grande, no sería
nunca una aliada sino un obstáculo que era preciso liquidar, tal y como
lo propuso el padrecito Vladimir Ilich Ulianov, para quien era "mil
veces más fácil vencer a la gran burguesía centralizada que vencer a
millones de pequeños propietarios, los cuales, con su labor corruptora,
invisible e inaprensible, cotidiana, producen los mismos resultados que
necesita la burguesía... .."
Desde entonces fue disipada cualquier duda, ya no hubo conciliación
posible y el proceso de radicalización se decantó por el mensaje de la
lucha de clases. Ricos contra pobres, aun cuando dentro de la categoría
de ricos se incluyera una gran masa de la población que, en el fondo no
lo era y cada día, de acuerdo con sus designios, sería más pobre y
dependiente. Sólo que esa reducción por el expediente del
empobrecimiento funcionó a medias. La clase media es más pobre, pero
sigue igualita en su rechazo.
Lo que sí puede estar cambiando es el talante de las clases populares.
En esta sociedad donde reina un apartheid no declarado, Catia siempre
fue zona chavista y no por los pistoleros a sueldo que pretenden
imponerla a la fuerza, sino por decisión de la mayoría. Por eso el
estruendo metálico con que se recibió y despidió al comandante
presidente, nada menos que en el corazón de su territorio, a donde
acudió a recibir aliento popular, parece anunciar un punto de inflexión,
un cambio de actitud y un desengaño parecido al de clase media hace once
años, en La Carlota, expresado de manera similar: el olvidado pero
insoportable rumor de las cacerolas. Sólo que ahora la respuesta no fue
el discurso amenazante sino el silencio y la huida
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