Vladimir Villegas
Miércoles, 23 de noviembre de 2011
Ya son muchos años de monólogo desde el Gobierno. De un Presidente que
habla, habla, habla y habla mientras un séquito "participa" sólo para
aplaudir o para expresar loas al líder. Nadie se atreve a disentir o a
manifestar siquiera un matiz que le permita hacer gala de un mínimo de
criterio propio
En una sociedad democrática o que aspira a serlo siempre es preferible
el peor de los debates al mejor de los monólogos. Si alguna virtud tuvo
el encuentro de los precandidatos presidenciales opositores en la
Universidad Católica Andrés Bello fue que constituyó la oportunidad de
ver, en medio de las naturales coincidencias políticas, una diversidad
que desde el Gobierno se pretende opacar con argumentos tendientes a
sembrar el miedo, revivir la confrontación irracional y seguir vendiendo
como plato recién hecho el fiambre de una supuesta conspiración para
derrocarlo.
Ya son muchos años de monólogo desde el Gobierno. De un Presidente que
habla, habla, habla y habla mientras un séquito "participa" sólo para
aplaudir o para expresar loas al líder. Nadie se atreve a disentir o a
manifestar siquiera un matiz que le permita hacer gala de un mínimo de
criterio propio. Y cuando esto ha ocurrido vienen entonces las purgas,
las estigmatizaciones individuales o colectivas. No es de extrañar que
en los próximos días el presidente del PCV, Jerónimo Carrera, reciba
otra vez su dosis de "gas del bueno" verbal por haber puesto de
manifiesto nuevamente sus diferencias con el Gobierno y específicamente
con el propio comandante en jefe. Carrera, por cierto, encarna una de
las poquísimas excepciones de la regla en cuanto a llamar al pan, pan y
al vino, vino en las filas del proceso.
El debate, o mejor dicho, el encuentro entre los precandidatos
opositores, no fue, en el fondo, gran cosa en cuanto al contenido, a las
propuestas que se formularon para atacar los principales problemas del
país. Tal vez el tiempo de las intervenciones no permitió una ampliación
más detallada de las ideas de cada aspirante. Pero lo más importante fue
que se le presentó al país un menú de opciones. Cada precandidato fue
evaluado por la audiencia menos por lo que ofrecieron que por su
capacidad o no para comunicar exitosamente sus ideas.
Fue, básicamente, una confrontación de estilos, aunque dos
precandidatos, María Corina Machado y Diego Arria, se esforzaron por
marcar las diferencias. Machado por la vía de ofrecer su "capitalismo
popular", difícil de digerir por los sectores populares, y Arria, por el
camino de traer al tapete temas como el eventual enjuiciamiento del
presidente Chávez por la Corte Penal Internacional, y la convocatoria de
una constituyente para darle un puntillazo a la aporreada Constitución
de 1999. Por cierto, con sus iniciativas, el señor Arria le hace un
tremendo favor al PSUV, porque legitima la tesis de que la oposición
sólo tiene entre ceja y ceja promover una intervención extranjera, meter
preso a Chávez, desconocer la Constitución y dar pie a un masivo pase de
factura.
En medio de tantas alocuciones extensas, tediosas, repetitivas y
cargadas de espíritu sectario y belicoso, el encuentro de los
precandidatos opositores ha mostrado el otro camino por el cual puede
transitar una sociedad: el del respeto a las ideas de los demás, el de
la búsqueda de consenso frente a los graves problemas del país y el de
la diversidad, esencia de la democracia. Estoy seguro de que hasta el
chavismo más radical vio el debate, o como quiera llamarse ese encuentro
entre precandidatos presidenciales. Fue la novedad de la semana pasada.
El monólogo, plato principal del menú que el PSUV ofrece al país, ya no
es novedad.
Huele a pasado, y muy probablemente después del 7 de octubre del 2012
será cosa del pasado. Eso dependerá de la voluntad popular y nunca de
fórmulas cocinadas entre gallos y media noche.
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