Thursday, April 3, 2014

El castrismo mata y no miente

ORLANDO LUIS PARDO LAZO
El castrismo mata y no miente

1 DE ABRIL 2014 - 00:01

El castrismo es, ante todo, biopolítica. Poder sobre la vida y la muerte
de cada uno de los individuos, dentro y fuera de las fronteras
nacionales de la islita inicua del mar Caribe. El castrismo es
necropolítica o no es nada: muerte o perdón de vida, a veces con viso
legal y a veces en un suculento secreto.

La pena de muerte fue restituida en Cuba tan pronto como se instauró la
guerrilla de Fidel Castro en la Sierra Maestra. A Ernesto Ché Guevara y
Raúl Castro, dos "líderes" que no causaron ni una sola baja en combate
al ejército constitucional de Fulgencio Batista, les encantaba matar
hombres maniatados, especialmente cuando el acusado provenía de las
filas del propio Ejército Rebelde. Así ganaron sus grados, sus
charreteras relucientes de cadáveres condenados por "convicción".

En el llamado "llano", en el clandestinaje violento urbano de 1957 y
1958, la pena de muerte revolucionaria era aplicada alegremente en plena
calle cubana por los tiratiros —no confundir con los terroristas— del
Movimiento 26 de Julio (M-26-7).

Luego del apoteósico triunfo del 1° de enero de 1959, el gobierno hizo
de la muerte su primera ley, y fusiló en masa a varias generaciones de
exbatistianos y neocastristas. Hay documentadas miles de "penas
máximas", pero la cifra real seguirá siendo un misterio hasta después
del fin de los tiempos. No hay actas. No porque un orwelliano aparato de
inteligencia los destruyera, no. No hay actas porque en la mayoría de
los casos nunca las hubo. Se fusilaba mediante designaciones a dedo.
Antes del juicio incluso. Por decreto. Como castigo ejemplarizante. Por
prevención. Por odio al pueblo cubano y su anticomunismo natural. Una y
otra vez, por "convicción": es decir, por los cojones del comandante.

En esta lista hay muchos crímenes, con bombas verdaderas y con infartos
inverosímiles, cometidos en el exilio. Algunos de mano de los propios
diplomáticos cubanos, que portan armas y las disparan en paz, incluso en
la más conservadora capital de la civilizada Europa, como hizo Carlos
Medina Pérez en el Londres de 1988.

En esa Lista de Castro cayó, en octubre de 2011, en el hospital habanero
Calixto García, la líder fundadora del movimiento pacífico
pro-democracia Damas de Blanco, la entrañable Laura Pollán, traicionada
acaso hasta por los más cercanos a ella. En esa Lista de Castro también
cayó, en julio de 2012, en una carretera cerrada al tráfico de las
provincias de Camagüey o Las Tunas o Granma —eso nunca lo sabremos, pues
nadie tiene el derecho de creer en el reporte forense estatal—, el líder
fundador del pacífico Movimiento Cristiano Liberación, el intelectual
Oswaldo Payá, junto a su joven colaborador Harold Cepero. Tanto Oswaldo
como Laura habían ganado para Cuba el Premio Andrei Sajarov para la
Libertad de Conciencia del Parlamento Europeo, en 2002 y 2005
respectivamente.

Eso Fidel no lo perdona. Como no perdona la esperanza de una liberación.
Como no perdona que exista un futuro después de él.

Ahora contamos con un testimonio vivo de aquel doble atentado en el
oriente cubano, el domingo 22 de julio de 2012. Ese testimonio lo acaba
de publicar la editorial madrileña Anaya
[http://www.anayamultimedia.es/libro.php?id=3273521].

El libro se llama Muerte bajo sospecha (2014), y es la crónica del
crimen en voz del joven político español Ángel Carromero (de las Nuevas
Generaciones del Partido Popular), testigo directo de la tragedia, que
iba manejando el Hyundai de turismo cuando sobrevino la ejecución
extrajudicial, junto a las víctimas mortales Harold Cepero y Oswaldo
Payá, y junto al político sueco Jens Aron Modig: otro sobreviviente,
pero éste aún negado a decirlo todo, tras declararse "amnésico" de este
"accidente" causado, según el Estado cubano, por la "imprudencia" de un
chofer "sin licencia de conducir".

Los hechos. Poco después del mediodía del 22-7-2012, el Hyundai fue
sacado de la carretera por otro auto, tal vez en una clásica maniobra
PIT. Nadie resultó herido. Enseguida se les encimó un grupo de hombres
no identificados y en ropa civil. Los extranjeros fueron reducidos con
golpes técnicos y llevados en furgonetas independientes al hospital de
Bayamo, ya para entonces tomado por oficiales del ejército y la policía
nacional. De los cubanos, poco más se supo. Pero unas horas después, sin
atención médica, Harold Cepero y Oswaldo Payá eran los últimos cadáveres
del castrismo.

Nada se supo, ni se sabrá nunca, de la identidad de esos "anónimos
héroes" que transportaron a los dos sobrevivientes extranjeros. Ni
siquiera se indagó por ellos en el juicio que se hizo en Bayamo, acaso
pactado entre la Plaza de la Revolución y el Palacio de la Moncloa,
donde, meses después, se condenó a cuatro años de cárcel a Ángel
Carromero por "homicidio imprudente". El sueco para entonces ya se
paseaba por Suecia, renunciando a su carrera política, mientras que su
testimonio era desestimado como "no relevante" por una corte cubana para
este "caso común". De manera que nunca lo llamaron a declarar.

Todo esto se supo desde el inicio, pues Carromero y Modig transmitieron
varios sms justo después del crimen, incluso lograron llamar a sus
respectivos jefes en Suecia y España —hoy en sospechoso silencio—, antes
de que les quitaran los teléfonos extranjeros en el hospital y los
mantuvieran incomunicados, a pesar de los reclamos de la familias Payá y
Cepero de entrevistarse con ambos.

Lo más siniestro de Muerte bajo sospecha es que se trata del testimonio
de un condenado a muerte, pues Ángel Carromero cuenta que, antes de ser
finalmente deportado a su patria para expirar su condena en España (en
diciembre 2012), un oficial de la Seguridad del Estado cubana le
advirtió que si alguna vez contaba la verdad, él también sería ejecutado
extrajudicialmente, como Harold Cepero y Oswaldo Payá.

Pueden creerle o no ahora a Ángel Carromero. No importa. Pero hay miles
de muertos para sí creerle a ese oficial cubano del horror.

El castrismo únicamente miente en público. En privado, jamás.

http://www.el-nacional.com/opinion/castrismo-mata-miente_0_382761939.html

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