Los Castro le deben a la izquierda (y no al revés)
ROBERTO ÁLVAREZ QUIÑONES | Los Ángeles | 22 Abr 2014 - 10:12 am.
La aceptación castrista de la vía democrática en América Latina no
obedece a razones ideológicas, sino a un pragmatismo forzado por las
circunstancias… y a Hugo Chávez.
La actual oleada de gobiernos de izquierda o populistas en América
Latina no es un efecto tardío de la revolución cubana, tal y como creen
muchos líderes de la región, al punto de sentirse agradecidos y
obligados a rendirles pleitesía a los Castro y darle oxígeno político y
económico a la dictadura que encabezan.
Es al revés: son los Castro y la cúpula comunista cubana quienes deben
agradecer a la izquierda continental no haber hecho caso al insistente
llamado cubano, durante décadas, a incendiar Latinoamérica para lograr
la "liberación nacional", derrotar a la burguesía y el imperialismo
yanqui, e instaurar regímenes totalitarios desde el Río Grande a la
Patagonia.
La revolución castrista no solo no desbrozó el camino para el giro a la
izquierda que dio la región, sino que paradójicamente lo impidió durante
mucho tiempo. Salvo exacerbar el odio de clases y el sentimiento
antiestadounidense, que sí se agudizaron regionalmente a partir del
discurso cubano, muy poco, o nada, debe la Latinoamérica
socialdemócrata, ni incluso la populista, a los hermanos Castro.
Es más, la llegada al poder de la izquierda, o el regreso del viejo
populismo en varias naciones —que entre otras cosas han convertido a la
OEA en un ente regional inservible, incapaz de tomar acción en la crisis
venezolana—, constituyó una derrota ideológica y estratégica para el
castrismo.
Y aunque suene absurdo, fue una derrota de la cual se alegran los
Castro, pues si los partidos políticos de izquierda se hubiesen guiado
por las tácticas y las "orientaciones" de Fidel, y del Che Guevara en su
momento, nunca habrían alcanzado el poder, y hoy no habría en Caracas un
gobierno que con subsidios por más de $10.000 millones anuales mantiene
a flote la economía de la Isla.
Hay que recordar que en 1966 Castro organizó en La Habana la Conferencia
Tricontinental, donde surgió la Organización de Solidaridad de los
Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL), brazo político
castrista para fomentar la revolución mundial, y cuya estrategia quedó
bien definida en 1967 al publicarse en la revista Tricontinental el
llamado del Che Guevara (ya estaba en las selvas bolivianas) a crear
"dos, tres, muchos Vietnam". Castro colocó al frente de la OSPAAL a uno
de sus colaboradores más cercanos, Osmani Cienfuegos.
A partir de entonces se dispararon en Latinoamérica los actos
terrorista, atentados a líderes políticos, y los asaltos a bancos para
obtener fondos para la revolución. Las guerrillas rurales y urbanas se
multiplicaron.
Aunque el proyecto del Che de crear un "foco guerrillero" en el
corazón de Sudamérica que se extendería a toda la región colapsó en
Bolivia, Castro siguió insistiendo en el empeño y entrenó, armó o apoyó
financieramente a las guerrillas latinoamericanas: los Tupamaros en
Uruguay; los Montoneros y el ERP en Argentina; las FARC, el M-19, y el
ELN en Colombia; las FALN y el MIR en Venezuela; Sendero Luminoso y el
MIR en Perú; las FAR y el EGP en Guatemala; el FSLN en Nicaragua; y el
FMLN en EL Salvador, para citar algunas de las más conocidas.
La sangre y el fuego promovidos por Cuba constituyeron un rescate de la
fallida "revolución permanente" de León Trotsky, tan irresponsable como
ilusoria. Esa estrategia castrista chocaba con Moscú, pues negaba la
lucha política y sindical de los trabajadores. En ese batallar se forjó
Inacio Lula de Silva, uno de los actuales paradigmas de la izquierda
continental.
La "partera de la historia"
Convencido de que la violencia es la "partera de la historia", como
proclamaba Carlos Marx, Castro siguió acusando de "traidores" a los
partidos y líderes de izquierda que participaban en los procesos
electorales. "Le hacen el juego a la burguesía y al imperialismo", decía
el comandante.
En 1970, cuando el socialista Salvador Allende fue electo presidente de
Chile, Castro intervino directamente y arrastró a Allende a iniciar la
"cubanización" de Chile para alejarlo de la democracia representativa e
instalar allí un régimen marxista-leninista.
El derrocamiento de Allende, tres años después, sirvió al Comandante
para reafirmar que la vía electoral no era viable para establecer el
"poder revolucionario". El triunfo militar de los sandinistas en
Nicaragua, en 1979, reforzó su tesis de la lucha armada como única vía
para lograrlo, y aumentó su apoyo a las guerrillas de El Salvador y
Guatemala. La guerra fratricida se intensificó y finalmente dejó un
saldo de casi 400.000 muertos.
Castro se disgustó con Daniel Ortega cuando éste decidió realizar
elecciones democráticas en Nicaragua en 1990. Hay muchos testigos en
Cuba que saben que Ortega fue a La Habana a explicarle al comandante que
era imposible ganarle militarmente a los "contras" antisandinistas, que
la guerra ya había costado 30.000 vidas, y que su gobierno estaba bajo
una insoportable presión interna y externa para celebrar dichos comicios
y poner fin al conflicto armado.
El dictador cubano le dijo que no cometiera ese error, y Ortega lo
tranquilizó asegurándole que todas las encuestas mostraban que él iba a
ganar las elecciones. No contó con que la gente mentía a los
encuestadores y la candidata opositora Violeta Barrios obtuvo la
victoria. Para Fidel el fracaso electoral sandinista fue una prueba más
de que él tenía razón y que en una "revolución" no puede haber
pluralismo político, ni comicios libres.
Mientras tanto, hasta la izquierda más iconoclasta y radical adoptó las
reglas democráticas calificadas de "pluriporquería" por Castro. Incluso
así lo hicieron también algunos remanentes de las guerrillas. Por
ejemplo, el actual presidente de Uruguay, José Mujica, era un Tupamaro;
y Salvador Sánchez Cerén, electo presidente de El Salvador en marzo
pasado, era guerrillero del FMLN.
Alimentando el nacionalismo, o el discurso populista de hace 60 años que
tanto daño hizo a Latinoamérica, la izquierda fue accediendo al poder en
elecciones democráticas en muchos países.
Un nuevo tío rico
La clave de todo esto es que los Castro no abandonaron la estrategia de
la violencia revolucionaria porque al fin "maduraron" y se convencieron
de que esa no era la vía para hacer las transformaciones sociales. La
razón fue el triunfo electoral de Hugo Chávez en Venezuela en 1998,
combinado con la imperiosa necesidad de que otro tío dadivoso mantuviese
económicamente a Cuba como lo había hecho la extinta Unión Soviética.
En resumen, que la aceptación castrista de la vía democrática no
obedeció a razones ideológicas, sino a un pragmatismo forzado por las
circunstancias y gracias a que Chávez era un iluso apasionado del
castrismo, con una fabulosa chequera de petrodólares, y en pleno control
militar de su país.
Lo que no pudieron los Castro en Chile, en Venezuela sí lo lograron:
intervinieron masivamente en todas las ramas del Estado venezolano,
incluidas la militar y la de inteligencia. Hoy Caracas sostiene
económicamente a Cuba, a cambio de un liderazgo político y militar
funesto que ha llevado a esa nación sudamericana a su peor crisis
política, social y económica en casi un siglo.
El colmo de las ironías es que Cuba, un país de 11 millones de
habitantes totalmente arruinado por el socialismo, es la metrópolis que
conduce hacia el socialismo a Venezuela, un gran productor de petróleo
con 30 millones de habitantes.
http://www.diariodecuba.com/internacional/1398099620_8237.html
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