Una corbata para un funeral
Alejandro Marcano
La aparición y desaparición de Hugo Chávez, su gravedad y su
recuperación son temas que ya han agotado a propios y extraños y lo peor
es que cuando el ser humano llega al cansancio parece tirar la toalla y
resignado acepta cualquier cosa. Es como cuando uno recibe un sermón de
la esposa en horas de la noche y uno se muere de sueño. En ese momento
nuestras parejas nos reclaman, nos recriminan y nos repiten una y otra
vez lo que hicimos o dejamos de hacer hasta que la cabeza nos comienza a
dar vueltas, se embota y llega un punto en que a todo decimos que sí,
pedimos perdón y hasta lloramos con tal de que nos dejen cerrar los ojos
y dormir.
Ese es el juego que están jugando Hugo Chávez y sus secuaces con todos
los venezolanos y con el mundo entero. Su enfermedad y sus altibajos son
parte de una campaña que intenta desgastar a los opositores para que no
peleen y acepten mansitos como unos corderitos los resultados de los
próximos comicios del 7 de octubre.
Es mentira, y no ocurrirá pronto como no ha pasado con Fidel Castro,
quien es un maestro en lanzar y propiciar hábilmente la ola de rumores
sobre su propia muerte, que finalmente le sirve a este tipo de
dictadores para ir midiendo y eliminando a los colaboradores más
cercanos en los que ya no confían y sobre todo a aquellos que a las
primeras de cambio afloran sus verdaderos sentimientos frente a la
primera noticia de una posible muerte; y es allí cuando un Chávez o un
Fidel aprovechan su bien montado teatro para sacar del camino por
cualquier vía a los que consideran sus nuevos enemigos.
Esta historia repetida y bien trillada de la gravedad de Hugo Chávez me
remonta a la época en que trabajaba en Globovisión, en Venezuela, y a la
vez, por más de diez años, fui corresponsal para TV y Radio Martí. Mi
supervisor en Miami me pidió un día, ya hace casi 5 años, preparar la
caja negra (un reportaje como si ya fuera un hecho el anuncio de la
muerte de Fidel Castro), que sería usado en cualquier momento por
aquellos días en que se rumoraba insistentemente que el líder de la
revolución cubana estaba por fallecer.
Ese trabajo lo hice y recuerdo bien que me pidieron usar traje negro,
camisa blanca y una corbata de luto. Esa misma camisa y esa corbata, que
era de seda muy fina y de rayas blancas y negras, la guardé en mi locker
hasta el día de mi renuncia a Globovisión, esperando que se produjera el
evento y hacer con ese mismo ajuar una que otra reacción para que
luciera que en TV Martí estábamos preparados al igual que todos los
canales de TV del mundo para el anuncio del fallecimiento de Fidel Castro.
Cada mañana lo primero que hacía al entrar a mi oficina era mirar la
corbata negra a rayas y mi camisa blanca, que sólo volvería a utilizar
tras la muerte del dictador cubano. Desafortunadamente el tiempo
desgastó la esperanza y esa noticia, como ya todos saben, nunca ocurrió.
El día que recogí mis cosas, la última mañana que pisé Globovisión, tras
quince años de trabajo, lo último que saqué de mi oficina fue aquella
gastada corbata, que nunca más por cierto pude usar y que finalmente me
dejó una gran lección sobre la forma en que una y otra vez fuimos
engañados en EEUU, Cuba, Venezuela y el mundo por Fidel Castro, quien le
sacaba mucho provecho político y publicidad a su presunta muerte.
El alumno pródigo de Fidel, el presidente Hugo Chávez, hace hoy lo mismo
y más aún cuando quedan poco más de 6 meses para unas elecciones que lo
catapultarán como el líder de esa revolución por muchos años más y que
sin duda alguna obliga a Hugo Chávez a sacar y utilizar sus ases
guardados bajo la manga. Nada ni nadie me convencerá de lo contrario, ni
las lágrimas ni las súplicas que hace el propio presidente a Jesucristo
para que le dé "vida llameante".
Periodista venezolano, presentador de Mega TV y corresponsal de la Voz
de las Américas.
http://www.elnuevoherald.com/2012/04/21/1183623/alejandro-marcano-una-corbata.html
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