La agonía de Chávez
[28-04-2012]
Carlos Alberto Montaner
Político, periodista y escritor
(www.miscelaneasdecuba.net).- Sus médicos cubanos ya le comunicaron al
presidente Hugo Chávez que muy probablemente no llegará vivo a las
elecciones de octubre. No se trata de certezas, sino de una aproximación
estadística. Las personas de su edad afectadas por el cáncer agresivo
que padece, complicado por la metástasis generalizada que se ha
desatado, suelen sobrevivir equis meses. A veces exceden el periodo o a
veces no llegan. Sólo se trata de un macabro promedio.
Una de las primeras reacciones de Chávez fue llamar a un jefe de estado
amigo para contárselo. A partir de ahora hará cosas cada vez más
extrañas. Necesita, como cualquier persona moribunda, ánimo, compasión,
palmadas cariñosas.
Una vieja amiga tanatóloga, especialista en ayudar a morir a los
enfermos terminales, que ejerce su triste y necesaria profesión en un
gran hospital, siempre insistía en que las gentes necesitan, por encima
de todo, más que palabras de consuelo, que le aprieten la mano cuando se
despiden de este mundo. Ese contacto final de piel a piel es
misteriosamente reconfortante. Quita un poco el miedo que provoca
asomarse a ese abismo insondable.
En efecto, las personas moribundas sufren de varios miedos diferentes.
Le temen a la destrucción acelerada del cuerpo. Han vivido pendientes de
él. Lo han cuidado, lavado, protegido, lo han enseñado con orgullo, y,
de pronto, el deterioro, en lugar de ser paulatinamente perceptible, se
presenta de sopetón como una pesadilla.
Las personas, especialmente las poderosas, además, le temen a la pérdida
de autoridad sobre el propio yo. El enfermo terminal está a merced de
los médicos, de los enfermeros, de los parientes. De una manera cruel,
se invierten las relaciones de poder y el enfermo terminal sufre la
indignidad de ser sometido por cualquiera con una bata blanca o por el
familiar o amigo que le hace compañía. Vuelven a ser tratados como niños.
Y está el miedo al dolor. Ése es terrible y acarrea una consecuencia
nefasta: el enfermo terminal subordina toda su existencia, la poca que
le queda, a tratar de evitar esa experiencia. Se obsesiona con el dolor.
Habla y piensa constantemente en eso. El resto de los temas dejan de ser
importantes. Ante un dolor agudo, ¿quién piensa en el amor, en la
responsabilidad o en lo que sea? ¿Qué hay más absorbente que el temor a
un dolor penetrante?
Chávez advierte que tiene poco tiempo para la inmensa cantidad de
asuntos que deja pendientes, pero súbitamente han cambiado sus
prioridades. ¿Le importa mucho el destino de su revolución bolivariana a
estas alturas de la vida o de la muerte? Tal vez no. Se sabe rodeado de
bandidos dedicados al desfalco de los fondos públicos y de narcos
generales que han echado las bases de un narcoestado. Con esa
impresentable tropa no puede comparecer ante la posteridad. La
revolución bolivariana fue un sueño trunco.
¿Le importa hoy, a las puertas de la muerte, aquel loco proyecto del
socialismo del siglo XXI que nunca llegó a definir del todo, o que
definió de tantas maneras que nadie tiene la menor idea de lo que está
hablando? ¿Quién va a derrotar ahora al imperialismo yanqui y enterrar
al capitalismo? ¿El limitado señor Nicolás Maduro? ¿El viejo pillín José
Vicente Rangel? ¿Se cree alguien que Diosdado Cabello es un
revolucionario idealista consagrado a la redención de la especie?
¿Puede Chávez dejarle a un albacea el encargo post mortem de que
continúe ejerciendo la filantropía revolucionaria con Cuba, Nicaragua,
Bolivia y otros estados pedigüeños? Chávez es pródigo como nadie con el
dinero de los venezolanos. Se ha comprado la fama a punta de bolívares.
Le regala plata a candidatos extranjeros, a amigos, a cualquiera que
pasa por Caracas y le hace un cuento. ¿Quién va a reproducir ese
comportamiento dadivoso para cultivar su gloria tras su muerte?
¿Qué es, en suma, la revolución bolivariana? Chávez lo sabe y se lo
lleva a la tumba con pesar: es sólo una nueva oligarquía política que
saquea al país impunemente. Nada más. Si en algo Chávez recuerda a
Bolívar, es en que también ha arado en el mar. Todo ha sido inútil. Su
experimento revolucionario no será estudiado en las clases de Ciencias
Políticas, sino en las de Criminología. Se morirá con esa pena. Es muy
triste.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=35864
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