Ibsen Martínez
Lunes, 23 de abril de 2012
La proverbial avidez de Fidel Castro por el poder total es proteica:
sabe cambiar de forma y de estrategia. En el Chile de Allende las cosas
no salieron como el secuestrador mayor imaginaba, pero la idea de
colonizar insidiosamente un país se incorporó para siempre a su menú de
estrategias. Hoy Venezuela es, de nuevo, objeto de las ambiciones del ya
senecto pandillero y es el terreno donde se despliega con éxito la
estrategia colonizadora.
Para todo fin práctico, Chávez está secuestrado. Secuestrado por su
enfermedad, de cuya gravedad sólo sabemos lo que Elías Jaua o el
inefable doctor Marquina nos piden que creamos. Y secuestrado, a su vez,
por una peligrosa y desesperada banda de facinerosos cubanovenezolanos.
La banda de secuestradores, comandada por los hermanos Castro, se había
venido doblando, según el problema que afrontase, en estrategas
electorales o en jefes militares de una fuerza de ocupación. Últimamente
prevalece en estos últimos un protervo instinto que aconseja impedir que
en Venezuela se lleven a cabo elecciones presidenciales en octubre de
este año.
La situación se presenta como ideal para realizar un sueño largamente
acariciado por el mayor de los hermanos Castro: ponerle la mano al
petróleo de Venezuela, lo que en el caso de Fidel, significa echarnos la
garra de una dictadura despiadada y hacerlo para siempre jamás.
El anhelo de sojuzgarnos trató de realizarse por primera vez en 1959,
cuando corrimos con la buena suerte de que el único hombre que en toda
Latinoamérica no había caído bajo el hechizo del barbudo que bajó de la
sierra era, justamente, presidente de Venezuela: Rómulo Betancourt.
En aquel entonces salimos bien librados porque Betancourt le dio un
oportuno "parao" al jefe de los secuestradores. Pocos años más tarde,
convertido ya en el máximo líder del primer país comunista del
continente (y satélite de la antigua Unión Soviética), Fidel Castro se
puso al frente de un sistemático asalto a mano armada a escala
continental que cobró la forma de románticas y sangrientas "guerras de
liberación nacional". En esto no hacía más que darle carácter de cruzada
interamericana a lo que en su juventud no había sido más que compulsión
de pandillero gatillo alegre. Todas las guerrillas comunistas que Castro
alentó y financió por aquellos años sesenta fueron también rotunda y
sistemáticamente derrotadas, notablemente la guerrilla venezolana.
La proverbial avidez de Fidel Castro por el poder total es proteica:
sabe cambiar de forma y de estrategia. En el Chile de Allende su
estrategia fue "colonizar", en el sentido en que un virus maligno
coloniza un organismo, el turbulento proceso político de otro país. Las
cosas no salieron como el secuestrador mayor imaginaba, pero la idea de
colonizar insidiosamente un país, en lugar de rendirlo por la vía de las
armas, se incorporó para siempre a su menú de estrategias.
Hoy Venezuela es, de nuevo, objeto de las ambiciones del ya senecto
pandillero y es el terreno donde se despliega, esta vez con mucho mayor
éxito, la estrategia colonizadora. Para ser justos, si Venezuela es un
rehén de los hermanos Castro junto con su Presidente, sus fuerzas
armadas y sus instituciones, ha sido más por obra de un golpe de suerte
que fruto de la ingeniosidad y la diligencia de los hermanos Castro.
Pero ahorrémonos el relato de los errores que nos han traído hasta aquí.
El hecho escueto es que Chávez, el providencial subcomandante Chávez, es
hoy la doble víctima del cáncer y de una de las más desternillantes y
letales surpercherías del siglo XX latinoamericano: el mito de la
medicina cubana. La superstición de que en Cuba puedan tener el Bálsamo
de Fierabrás que todo lo cura, sumada a la paranoia que embarga y
paraliza el juicio de los tiranos, ha puesto a Chávez en manos de sus
secuestradores. Y con él, a todos nosotros. Usted y yo, amigo lector.
La pandilla salvaje preside una mostrenca federación cubano-venezolana
que se ramifica por todas las instituciones de nuestro país. El
revulsivo testimonio de un estulto general, exmagistrado analfabeta,
envilecido cacaseno al servicio de un cartel de generales
narcotraficantes venezolanos, no deja lugar a dudas de cuán lejos están
dispuestos a llegar los secuestradores habaneros y sus cómplices locales.
Es sabido que seres como Fidel Castro se desenvuelven con intuitiva
eficacia al borde de los abismos. Es una virtud que los politólogos
gringos (los gringos tienen un nombre para todo) llaman brinkmanship .
También es archiconocida su aversión a las elecciones de cualquier tipo,
congruente por su mortífero desdén por la democracia y la sociedad abierta.
Como en los dramas de suspenso bien urdidos, el factor tiempo,
representado por la cuenta regresiva de un reloj digital, los
tejemanejes de la pandilla salvaje, la cubana y sus filiales
venezolanas, se tornarán más frenéticos, osados y potencialmente
funestos a medida que nos acerquemos a octubre.
¿Será posible, a estas alturas, derrotar el imperecedero designio
castrista de avasallar a Venezuela? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero
lo que sí está cada día más claro es que el futuro de nuestras
libertades dependerá cada vez menos de los arrebatos y vociferaciones de
un delirante caudillo gravemente enfermo y más de la decisión de todos
los venezolanos agrupados en torno a la idea de unidad, reconciliación y
democracia.
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