Alberto Barrera Tyszka
Martes, 24 de abril de 2012
En ese espacio donde el periodista Nelson Bocaranda Sardi suele mezclar
voces, dimes y diretes, informaciones y suspicacias del acontecer
nacional, es donde han aparecido las informaciones que a la postre han
resultado más cercanas a la realidad. El Diccionario de la Real Academia
de la Lengua Española ofrece, entre otras, esta definición de la palabra
"runrún": "ruido confuso de voces.
Comencemos por una constatación: ni un órgano. Ni el nombre de un
órgano. Ni eso tenemos. No sabemos si es el páncreas, si es la próstata;
si es la pelvis, el duodeno, la vejiga.
Solo contamos con una vaguedad a la altura de la cadera, una sombra, un
"por allá abajo" de tía curandera, tan poco clínico, tan escasamente
siglo XXI. Desde junio del 2011, hasta ahora, seguimos más o menos
igual. No deja de ser paradójico que en plena democracia participativa,
en la nueva sociedad transparente, con comunicaciones comunitarias,
horizontales y alternativas, con información oportuna y veraz, los
venezolanos todavía no sepamos qué le pasa exactamente al Presidente,
qué le duele, dónde le duele, cuál es su lesión.
Por eso, supongo, aparece de pronto alguien como el Doctor Marquina.
Nadie sabe muy bien de dónde viene. Es una suerte de éxito del verano,
un baile de bata blanca y estetoscopio, una sensación del Twitter cuya
veracidad y legitimidad se basan solo en un adverbio: supuestamente. Ese
es su título, su posgrado, su residencia. Un adverbio enmarcado y
colgado en una pared. Supuestamente sabe. Supuestamente, está cerca.
Supuestamente conoce.
Supuestamente le dijeron. O tiene alguien de confianza que ve, que
escucha, que le cuenta.
Supuestamente, por supuesto. Todo es así. Y, entonces, de repente, una
especulación se presenta como contundente tratado clínico ¿Qué
diagnóstico complejo cabe en ciento cuarenta caracteres? Pareciera un
chiste del destino: la fuente más confiable y atinada, durante todos
estos meses, es una columna que se llama precisamente runrunes.
En ese espacio donde el periodista Nelson Bocaranda Sardi suele mezclar
voces, dimes y diretes, informaciones y suspicacias del acontecer
nacional, es donde han aparecido las informaciones que a la postre han
resultado más cercanas a la realidad. El Diccionario de la Real Academia
de la Lengua Española ofrece, entre otras, esta definición de la palabra
"runrún": "ruido confuso de voces".
Esa ha sido nuestra mayor claridad. Casi, más bien, que la única
claridad que hemos tenido.
Solo se nos permite acceder a la verdad a través del murmullo.
Porque la información oficial no existe. Es una sola voz, hablando
cuando quiere y como quiere. Es el Presidente diciendo cómo se siente,
viviremos, aquí vamos, en la lucha, pa´lante, comandante. La información
oficial es un ánimo.
Se resiste a ejercer el lenguaje clínico. Se niega a entrar en otra
retórica que no sea la suya ¿Qué nos ofrece a cambio? Emoción. Mucha
emoción.
Emoción a toda hora. En vivo y directo. También en diferido. Al mayor y
al detal. En paquete y en cadena. Emoción en todas las formas y tamaños
posibles.
Basta ver la cantidad de piezas publicitarias que transmite
continuamente la televisión pública, algunas de las cuales también
aparecen, según manda la ley, en los canales privados. Desde el
Gobierno, se está desarrollando un culto a la personalidad jamás visto
en nuestra historia. El Estado se ha convertido en una industria y
Chávez se ha convertido en su mejor mercancía.
No es algo nuevo, lo sabemos. Pero nunca había alcanzado estas dimensiones.
Tuvimos un clímax importante el año pasado, cuando el Presidente regresó
"curado". Tuvimos misas de todos los colores. Misas, remisas y
requetemisas. Ni uno solo de los dioses conocidos se perdió la fiesta.
No se trataba de un asunto de quimioterapias y jeringas. Era algo más
allá. Más que una cura habíamos asistido a una salvación. El dios
pueblo, a nombre de todas las cortes celestiales, lo había ungido. El
milagro estaba hecho.
Los hijos de Bolívar por fin teníamos ante nuestros ojos un espectáculo
de resurrección.
El regreso de la lesión fue también el regreso del silencio. De eso no
se habla. El país otra vez se ha contagiado de una forma de vivir la
enfermedad. Todo vuelve a trastocarse. Tanto que, incluso, lo natural es
visto como morboso.
El cuerpo nuevamente es un misterio impúdico. Que nadie pregunte. Que
nadie sospeche. Que nadie diga nada. La necesidad de saber puede ser un
pecado, una traición, un delito, una vergüenza...cualquier cosa menos la
simple y honesta necesidad de saber.
El poder olvida que la verdad siempre es terapéutica.
Seguimos sin saber qué pasa. A cambio, la fábrica de afectos no se
detiene. La televisión no descansa ni un segundo. El Presidente llora en
la misa. El Presidente le pide a Jesús su corona de espinas, su cruz. El
Presidente quiere ser un sacramento. La emoción debe ser cada vez más
grande. Hasta que lo real solo sea una ilusión. Hasta que ya no haga
falta el contenido.
Hasta que ya a nadie le importe la información.
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