Manuel Gil Palenzuela
Jueves, 1 de diciembre de 2011
Lo que sí considero serio, y muy grave, es el deslizamiento rápido del
llamado chavismo duro hacia el terreno destructor del fanatismo. Cuando
escribo el término destructor es porque, peligrosamente, se está
coqueteando con el terrorismo.
Es acercarse a los extremos. Lo que quiere decir que quien se acerca o
desliza hacia los extremos, se desvía y aleja del centro. Entendiendo
centro en el sentido de ponderación, discreción, reconocimiento y
respeto del otro. Extremismo deriva de extra, es decir, lo que está
fuera de. En el caso Venezuela, lo que está fuera de es la aceptación
del otro tanto. Y al no aceptarlo y repudiarlo, lo siente como
contrario, enemigo, capaz en consecuencia de hacerle mal, causarle daño.
Y antes de que el otro pueda hacerle daño, se adelanta él mismo a
causárselo. Es la perversión que se está viviendo actualmente en nuestro
país. De ambas partes: la posición y la oposición. En todo momento hay
continúa no-aceptación del otro, denigración –por supuesto a diferentes
niveles bien diferenciados, entre el ataque normal y lógico entre
diversas tendencias políticas y el insulto obsceno, vulgar,
escatológico, tan a la moda, y sin que la justicia intervenga para la
debida aplicación de la ley y la amonestación o castigo de los
infractores-, menosprecio, intervenciones telefónicas y grabaciones
ilegales, filmaciones igualmente ilegales… Esta situación es extremismo.
Se está fuera del centro ponderado debido y, obligatoriamente, se
deslizan hacia la extrema derecha o conservadurismo extremo o hacia la
extrema izquierda o izquierdismo infantil. En realidad no existe una
verdadera izquierda en Venezuela –no voy a insistir porque ya Rigoberto
Lanz, Javier Biardeau, y otros intelectuales han intentado profundizar
este tema en "A tres manos" de El Nacional-. A esos análisis me remito
en este caso.
Pero lo que sí considero serio, y muy grave, es el deslizamiento rápido
del llamado chavismo duro hacia el terreno destructor del fanatismo.
Cuando escribo el término destructor es porque, peligrosamente, se está
coqueteando con el terrorismo. Los ataques a las sedes universitarias
–no solamente a la UCV-, los ataques a reporteros gráficos y
periodistas, los ataques a los pre-candidatos presidenciales y a sus
mítines, el maltrato a los prisioneros políticos y la falta de la más
mínima bondad jurídica…Y esto a un año de las elecciones presidenciales.
El año 2012 será difícil, muy duro y se nos atragantará. No olvidemos
que fanatismo es un término de origen religioso. Era el "servidor del
templo" –Fanum-; pero que, en el caso de los sacerdotes de algunos
dioses en particular, los fanáticos derivó en violentas manifestaciones
religiosas. En este sentido ha continuado aplicándose desde hace algunos
años. Pero con un matiz que no puede pasar desapercibido. Los servidores
de ideologías extremistas –de derechas o de izquierdas- se han
transformado en sacerdotes fanáticos de esas ideologías, consideradas
doctrinas cuasi-religiosas, hasta llegar –y muchas veces justificar- el
terrorismo. Si el Estado se transforma en defensor de Carlos El Chacal,
y publica que le dará todo el apoyo posible, está apoyando
indirectamente la ideología y la praxis terrorista. Y, por supuesto,
favoreciendo el nacimiento y crianza de Chacalitos furibundos, para
quienes "matar unos 180 o 200 civiles, como daño colateral a los
objetivos centrales" (Carlos Illich) no supone problema de conciencia
–ni legal-.
La reconciliación nacional no está por encima del respeto
imprescriptible de los Derechos Humanos. Así, contrariamente a lo que se
dice, lo han reconocido Argentina, Uruguay, Chile y Brasil, entre otros.
El Juez Garzón pagará los platos rotos por seguir esta vía de justicia
imprescriptible. Una cosa es que neguemos la posibilidad del extremismo,
del fanatismo, del terrorismo y otra que neguemos el castigo legal del
que se ha salido del orden, del que ha delinquido. Lo que queremos en
Venezuela es no tener que llegar ahí. Tomar conciencia ahora, alejarnos
y denunciar todo tipo de extremismo o fanatismo, para no llorar después
los daños colaterales.
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