Mario y Diosdado: hijos de la misma sordidez
Argelia Ríos
Domingo, 26 de mayo de 2013
La revolución devino en lo que es porque Chávez nunca se ocupó de que
fuera algo distinto. Los autócratas suelen permitir que prospere la
corrupción y la intriga a su alrededor.
No es una novedad. Lo sabemos desde hace mucho rato: la revolución es un
nido de alacranes, como lo admitió una vez el general Alberto Müller
Rojas, alarmado por la descomposición que progresaba en los entresijos
del poder. Desde el ascenso de Chávez no pasó demasiado tiempo para que
fermentaran las peores desviaciones. Nadie puede decir hoy que el
comandante estuvo al margen de ese proceso de putrefacción: él mismo
solía ufanarse de saberlo todo y fue él quien inauguró un modo de
conducirse que no tardó en ser reproducido por sus adláteres. Su estilo
pendenciero, un sello personalísimo, fue adoptado por la vocería
bolivariana y sus aplaudidores que, durante años, han exhibido sin pudor
la vulgaridad y la arrogancia calcada del gran hegemón... El dato nunca
pasó desapercibido: el propio José Vicente Rangel habló del cese de la
"hipocresía del poder", para encomiar las formas perdularias adquiridas
por "el proceso"... El Mario Silva que los venezolanos han conocido fue
y seguirá siendo un símbolo de los modales del proyecto bolivariano,
cuyo jefe lo tuvo -hay que recordarlo- como el ejemplo del "periodismo
necesario" del que tantas veces habló en plan de aleccionamiento.
La revolución devino en lo que es porque Chávez nunca se ocupó de que
fuera algo distinto. Los autócratas suelen permitir que prospere la
corrupción y la intriga a su alrededor, porque éstas son el cemento con
el cual se construyen las lealtades más sólidas e inmorales. No sería
extraño que Chávez acumulara cartapacios de pruebas contra sus
colaboradores: alguien debió heredarlos, tal vez María Gabriela, o
cualquier otro miembro de la familia, cuya protección dependerá de esos
archivos puestos a buen resguardo, si acaso existieran... La devastación
de los mecanismos de control del Estado no podía sino generar las
condiciones para que "el proyecto" terminara siendo un intento fallido.
En la búsqueda de la fidelidad absoluta se desintegraron las buenas
intenciones que mucha gente le adjudicaba al comandante. La podredumbre
es la consecuencia inevitable de aquello a lo que Chávez le asignó la
principal importancia: la obediencia absoluta, de la que fue ejemplo
Mario Silva, junto al propio Diosdado Cabello, aunque ambos la
ejercieran según sus propios protocolos. El conductor de La Hojilla no
lo entiende y se siente superior, pero es obvio que tanto él como el
presidente de la AN son hijos de la misma sordidez. Ninguno es mejor que
el otro, porque los dos son expresiones de la obscenidad y la degradación.
La corrupción y el latrocinio fueron los ejes capitales a partir de los
cuales se conformó la nueva élite del poder: la nueva cúpula podrida, en
cuyas manos la revolución dejó de ser un esperanzador proyecto de
redención social.
Argelia.rios@gmail.com T: @Argeliarios
http://www.analitica.com/va/politica/opinion/4754229.asp
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