Thursday, March 27, 2014

Las fosas abiertas de América Latina

Las fosas abiertas de América Latina
NÉSTOR DÍAZ DE VILLEGAS | La Habana | 27 Mar 2014 - 7:00 am.

No ha habido mejor momento para sentir vergüenza de ser latinoamericano.
Cuba ocupa territorios y se los anexa con el beneplácito de los
parlamentos democráticamente elegidos. Las tropas de choque cubanas
infiltran los ejércitos, el senado, las aulas, los palacios de gobierno.

Imagino que si no existieran los Estados Unidos, mi única salida sería
Australia, o el suicidio. América Latina me produce horror. Leo las
noticias que llegan de allá abajo y siento vergüenza, rabia y un gran
desasosiego. De noche tengo pesadillas: me veo en la Venezuela chavista,
en la Argentina de los Kirchner, en la Bolivia de Evo Morales.

Jamás me identifiqué con el colorido, el encanto o la mística, y mucho
menos con la "magia" de esa bruja de la escoba. Soy un espíritu libre
que abjuró de la patria en la cárcel, y de toda una cultura en el
exilio. He vivido en la América de Jefferson y Madison, de Warhol y John
Travolta la mayor parte de mi vida.

Nací en la Cuba socialista, pero pertenezco a Miami, a un viejo
apartamento de Coral Gables, a un trozo de arena en South Beach; estoy
en casa en Los Ángeles, ciudadano de la República de California. Mi
español cayó en desgracia, tuve que inventarme otro idioma. Me gusta
tratar en inglés macarrónico con coreanos, armenios y filipinos. Me
siento cada vez más perdido entre hispanohablantes, esos que todavía
rezan a Maradona y creen en Che Guevara.

No estoy solo; soy parte de uno de los más grandes desplazamientos de
pueblos en la historia del mundo: decenas de millones de seres humanos
que, como yo, decidieron abandonar Latinoamérica y largarse al Norte.
Somos los desamparados, los apabullados, los desafectos, los
desengañados de América Latina. Somos los apátridas, los indeseables,
los trashumantes, los balseros, los "latinos", los parias de sociedades
basura que no ofrecen otra alternativa que el exilio.

Somos refugiados por razones políticas, nunca económicas,
independientemente de si venimos de Colombia, Bolivia o Uruguay. Hay una
Ley de Ajuste Latinoamericana no decretada, una ley de cuotas que evita
el colapso de nuestras naciones fallidas. Huimos del mismo cataclismo:
el derrumbe de la América hispana, la debacle final del Imperio español,
la explosión en cámara lenta de la catedral barroca. El castrismo es la
forma definitiva del desastre hispanoamericano.

La Reconquista

En Latinoamérica, las instituciones democráticas han sido
reacondicionadas, como un carro viejo en un taller ilegal, para servir
los intereses de la Izquierda fascistoide y antidemocrática. El sufragio
es ahora la excusa del reeleccionismo, y equivale a un putsch. Las
alianzas políticas entre canallas del mismo pelambre han creado una
especie de Partido único, un Politburó de gorilas.

No quedan gobiernos libres que saquen la cara por la resistencia, ni
organismos regionales que pongan en su sitio a los tiranos. Hasta México
y Brasil, esos gigantes pusilánimes, se rebajan a ser meros lacayos, y
ceden al chantaje de Cuba. No hay grandes héroes, ni estadistas
originales, ni hombres providenciales en la insufrible América Latina,
solo oportunistas, cobardes y una masa engañada e indecisa de casi 600
millones, descontando honrosas y esporádicas excepciones.

Entretanto, los intelectuales callan, enmarañados en sus viejas teorías,
ajenos al peligro presente e impávidos ante la vulgaridad del futuro.
Los trovadores, las vedettes, los novelistas y los académicos saben que
una opinión errónea podría costarles la carrera. Hay una censura
tácitamente admitida, una inquisición y una hipocresía que son el nuevo
catequismo de Latinoamérica. Por eso los bibliotecarios argentinos se
declaran enemigos de la cultura y los homosexuales puertorriqueños
ensalzan un régimen homofóbico que creó los campos de trabajo para maricas.

Cuba ocupa territorios y se los anexa con el beneplácito de los
parlamentos democráticamente elegidos. La mancomunidad castrista es otro
Anschluss, como el de los Sudetes o Crimea. En los territorios anexados
cualquier forma de disidencia u oposición es erradicada. Las tropas de
choque cubanas infiltran los ejércitos, el senado, las aulas, los
palacios de gobierno: estarán allí para poner una bala en el cerebro del
presidente títere, si llegara el momento. Cuba campea por su respeto,
invade, saquea y viola. Es una hazaña comparable a las proezas de Cortés
y de Pizarro que un puñado de gallegos haya reconquistado el Imperio
aborigen en tan corto tiempo.

¿Revolución o exilio?

No ha habido mejor momento para sentir vergüenza de ser latinoamericano.
Sin embargo, los que llegan aquí olvidan enseguida por qué eligieron
vivir en Connecticut y no en Tijuana. Prefieren creer —y hacernos creer—
que la sociedad que los acoge es la culpable de los males de "Nuestra
América".

La verdad es que somos entes anexados, no en la dirección del
intervencionismo castrista, sino en el sentido contrario: injertados en
el cuerpo social de una nación poderosa y libre. Conseguimos, a título
personal y de forma individualista, lo que pretende la mayoría de
nuestros congéneres. A los que quedaron detrás les recomendamos la
revolución y el caos, mientras nosotros gozamos de las bondades del
orden, la integración y la paz. La impracticabilidad de un Estado de
derecho en América Latina nos obligó a buscar refugio allende las
fronteras, no solo geográficas, sino morales y cívicas.

Sería el colmo de la hipocresía creer que el emigrante latinoamericano
viene al Norte en busca de "mejores condiciones de vida", y reducir esas
condiciones a un fajo de dólares y un plato de lentejas. Sería ridículo
pensar que el país donde el latinoamericano experimenta la más profunda
evolución social, es su peor enemigo. Desde el siglo XIX, los
perseguidos cubanos encontraron, no solo un santuario, sino una segunda
patria en Nueva York. Esa ciudad fue el laboratorio de la cubanidad: ahí
están el Padre Varela y José Martí para recordárnoslo.

La revolución martiana no prosperó, abortó antes de zarpar, pero los
castristas favorecieron exclusivamente la parte fallida del ideario
decimonónico, el aspecto fatal del revolucionarismo, la variante
trasnochada del independentismo. Al mismo tiempo, el castrismo condenó
el único aspecto del programa martiano que permanecería vigente, el
modus vivendi que llegó a tener repercusión continental, el derrotero
que tomarían millones de seguidores: el recurso del éxodo.

El Martí exiliado, y no el revolucionario, es el paradigma de las
multitudes que se lanzan al Norte en busca de la misma experiencia
postnacional. El desarraigo es el elemento positivo, en estado latente,
del weltanschauung martiano: su "salida por España", su paso por
Latinoamérica y su aplatanamiento newyorkino.

A pesar de haber sido un romántico y un modernista, la instrospección le
fue ajena: se vio como un cubano cuando ya era otro "americano". La
bandera que defendió había sido creada en Manhattan antes que él
naciera, y llevaba en el triángulo la estrella de Texas. Así llegó Martí
a Caracas, "sin sacudirse el polvo del camino", olvidando continuar
viaje hacia Valencia; un olvido imperdonable si tenemos en cuenta la
actual situación venezolana. Porque hoy Narciso López, y no Simón
Bolívar, debería ser el gran Libertador de América.

http://www.diariodecuba.com/cuba/1395873412_7831.html

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