Publicado el lunes, 03.17.14
El enemigo externo
ALEJANDRO ARMENGOL
El canciller venezolano Elías Jaua acusó al secretario de Estado
norteamericano, John Kerry, de alentar la ola de protestas en Venezuela
y lo calificó de "asesino". La táctica no es nueva. Lo asombroso es que,
pese a estar tan gastada, todavía se utilice.
Por supuesto que si algo caracteriza al gobierno de Nicolás Maduro es la
falta de originalidad. A la hora de nombrar a un canciller, eligió a un
equivalente en versión venezolana de Roberto Robaina y Felipe Pérez
Roque: pacotilla en la arena internacional.
Pero aquí el mensajero no es lo importante, sino el mensaje. Como
tampoco importan los criterios de certeza, verdad y credibilidad.
Tanto para La Habana como para Caracas, lo que hay que cumplir es con un
patrón que permita ajustar cualquier discurso a un mecanismo de
repeticiones en que las respuestas no se ajustan a una situación dada,
sino las situaciones en su conjunto se adaptan a las respuestas.
Esto permite luego a los repetidores –esos que tanto en el país como en
el exterior hacen el juego comparten los intereses del opresor– ejercer
con facilidad el arte de la manipulación. Tales mecanismos ofrecen,
además, la ventaja adicional de que no se requieren operadores hábiles
para llevar a cabo la tarea.
Así las cosas, denunciar la distorsión o la falta de justicia se
convierte, casi paradójicamente, en un ejercicio necesario pero
incierto: decir que inútil sería llevar el pesimismo al extremo. Hay
siempre una tabla de salvación en mirar hacia atrás: la caída del
nazismo, el fin del comunismo.
Sin embargo, la tentación de la respuesta rápida siempre termina dejando
un sabor agridulce. Para acortarla lo más posible baste decir que si de
algo se puede acusar a Washington en el caso venezolano es de pasividad:
la injerencia norteamericana aquí se da no por la intromisión en los
asuntos de ese país sino por la falta de una participación más dinámica:
las causas de este fenómeno son históricas y limitarlas a una crítica a
la administración actual no supera el marco de la agenda partidista. A
partir de la Segunda Guerra Mundial, Washington mira hacia todos lados,
con preferencia Europa, Asia y el Oriente Medio, menos al traspatio
sudamericano.
En el caso de Venezuela, lo más lejos que ha ido el secretario de Estado
norteamericano es decir que Washington estaría "preparado" para imponer
sanciones económicas contra el gobierno de Maduro, para a continuación
agregar que en la situación actual estas resultarían perjudiciales al
pueblo venezolano. Algo así como amenazar y justificarse de no cumplir
con las amenazas al mismo tiempo. Una respuesta que, en el mejor de los
casos, no solo aparenta ser simplemente una salida de momento sino que
sirve poco como excusa y nada como advertencia.
Preocupación por el pueblo venezolano, de parte del Departamento de
Estado, que vale la pena poner en entredicho cuando el mismo día en que
se producían las declaraciones tres nuevas muertes se agregaban a la
lista de fallecidos de ambos bandos.
Así que de momento las palabras de Kerry solo han servido para ser
tomadas como pretexto, y sacar a relucir, una vez más, al fantasma del
enemigo externo. En este sentido, Jaua –ese pequeño fantoche de rostro
de osito de peluche y cacofonía anunciada– aprovecha su tronar breve de
canciller enfurecido en una denuncia torpe fabricada sobre la mentira.
Venezuela vive desde el 4 de febrero sacudida por una ola de protestas
de estudiantes y opositores contra la inseguridad, la inflación y la
escasez de productos básicos. Son problemas reales, que forman parte de
la situación que padece el país. En algunos casos, como los señalados,
tienen su origen en la llegada al poder de Hugo Chávez y han sido
magnificados por la impericia de Maduro. Nunca un conductor tan incapaz
le ha costado tanto a un país. Si siempre debe de haber sido un peligro
detrás del timón de un autobús, ahora se ha convertido en una amenaza
nacional y para la región.
Al igual que en Cuba, la exageración como instrumento para encubrir lo
que ocurre. Llamar "asesino" a Kerry es más que una ofensa un
improperio. Culpar a Estados Unidos de lo que ocurre en Venezuela es
similar al marido cornudo que se queja del fabricante de la cama donde
se produce el adulterio.
La obsesión con el enemigo externo, en especial si considera que la
amenaza proviene de Estados Unidos, siempre ha recorrido los escritos y
discursos de Fidel Castro, y aparece como renglón oportunista en los que
su hermano menor se ve obligado a realizar. En los temas más diversos,
desde el deporte hasta la destitución de funcionarios, siempre el
culpable, la amenaza o incluso el responsable fortuito viene de afuera.
Decir que Maduro y quienes lo rodean carecen de imaginación es, también,
poco imaginativo. La pregunta es por cuánto tiempo, la torpeza puede
sobrevivir solo al amparo de la represión e inventando pretextos.
http://www.elnuevoherald.com/2014/03/17/1702131/alejandro-armengol-el-enemigo.html
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