Gustavo Cisneros: Tolerancia y diálogo sincero, las vías de la
reconstrucción en Venezuela
"Se puede discrepar con el modelo pero no se puede negar que la
situación es insostenible para el país. Con la violencia en ascenso, la
situación en Venezuela ha alcanzado un punto insostenible", afirma el
presidente de la Organización Cisneros en el diario País de Madrid
viernes, marzo 21, 2014 | CubaNet
Con la violencia en ascenso, la situación en Venezuela ha alcanzado un
punto insostenible al cual no podemos ser ajenos. Más allá de cualquier
ideología, el país exige una reconfiguración y toma de decisiones
inmediata, que nos permita definir el rumbo que Venezuela necesita
tomar para encontrar —de mutuo acuerdo—, la senda de la paz, la
reconciliación y el crecimiento.
Desgraciadamente, hoy la intolerancia y la desconfianza, así como el
ánimo de confrontación visto en nuestras calles, parecen reinar en el
país. La reciente advertencia por parte de la Comisión Nacional de
Telecomunicaciones (CONATEL) a proveedores de Internet para bloquear los
sitios web que "agredan al pueblo venezolano" y "causen
desestabilización y zozobra" es una clara muestra de ello, al igual que
la consideración de una posible restricción para el ingreso a redes
sociales como Twitter y YouTube.
Ante este tipo de actitudes, la idea de sentar en la mesa a dos
Venezuelas tan distantes parece lejana. No obstante, resolver los
grandes problemas que hoy nos aquejan —criminalidad y violencia,
desabastecimiento, un alto índice de inflación y una apremiante
situación económica— requiere de la voluntad de todos. Se necesita una
apertura en la que cada una de las partes reconozca los derechos de sus
interlocutores, poniendo por encima de cualquier diferencia, esa gran
coincidencia que nos une a todos los venezolanos: el amor y la lucha por
nuestra patria.
Necesitamos comenzar un diálogo sincero, trabajar juntos en la
construcción del país que todos deseamos: un país en el que todas las
opiniones cuenten; en el que el respeto de los derechos humanos, los
derechos de las minorías y la estabilidad no estén peleados. Un país de
progreso en el que las madres de familia no necesiten hacer una larga
fila para adquirir lo básico.
Un país en el que la gente pueda caminar confiada por la calle. Un país
en el que los jóvenes puedan alcanzar sus sueños. Un país en el que sus
periodistas no tengan que jugarse la vida todos los días para hacer su
trabajo, en el que la libertad de expresión y el oficio de la
comunicación sean respetados. Un país en el que todos los venezolanos
podamos expresarnos y ser escuchados.
Estamos en el momento justo para demostrar la madurez política de
Venezuela y decidir la forma de resolver un conflicto que está afectando
a todo el pueblo venezolano, no sólo al Gobierno o a la oposición. El
nivel de polarización que ha alcanzado Venezuela merece ya la mediación
externa de una figura que goce de credibilidad ante ambas partes: un
árbitro que conozca y quiera a Venezuela y que comprenda la complejidad
de su situación. Alguien con capacidad técnica para llamar a la
reconciliación, con disposición para el diálogo y cuyo fin último sea la
consecución de la paz y la unión entre todos los venezolanos.
En este contexto —tal como diversos personajes han propuesto ya— la
intervención de una figura al margen de cualquier interés político, como
la del Papa Francisco y la ecuánime cancillería del Vaticano, emergen
como la opción más viable. Desde el recrudecimiento de las protestas en
Venezuela, el sumo pontífice se ha mostrado especialmente preocupado por
la violencia desatada y ha sido uno de los primeros en hacer un llamado
"a la paz y la concordia" al pedir que "todo el pueblo venezolano,
comenzando por los responsables políticos e institucionales, se una para
favorecer la reconciliación nacional a través del perdón mutuo y el
diálogo sincero, el respeto por la verdad y la justicia, capaces de
hacer frente a cuestiones concretas para el bien común".
El Vaticano cuenta además con figuras como el cardenal Pietro Parolin,
hoy secretario de Estado, que en su calidad de nuncio apostólico de
Venezuela, tuvo la oportunidad de conocer de cerca nuestra situación y
cuenta también con gran experiencia en materia de negociación
internacional. La Conferencia Episcopal Venezolana tiene la confianza
del país y podría tomar parte de este arbitraje y del establecimiento de
un ambiente propicio para un diálogo sin exclusiones.
Se puede o no estar de acuerdo con lo propuesto hoy en Venezuela, es
justo ese debate el que da fuerza a toda democracia. Lo que no podemos
negar es lo insostenible de la situación que atraviesa hoy nuestro país,
donde la protesta es un derecho como lo es en cualquier sociedad
democrática; no obstante, debe poder hacerse sin violencia.
Si queremos encontrar la reconciliación, resulta indispensable el cese a
la persecución; así como la investigación independiente y transparente
de los fallecimientos ocurridos y las denuncias existentes sobre
violaciones a los derechos humanos durante las protestas. La violencia
—provenga de donde provenga— es totalmente reprobable.
Tal como ha sido la constante en las grandes transformaciones de América
Latina, los jóvenes venezolanos han sido los primeros en alzar la mano,
mostrando al mundo el espíritu de nuestra patria: echado pa'lante,
decidido, valiente, que no se doblega. Se trata de jóvenes que entienden
que el progreso también está ligado con el bienestar de los menos
favorecidos; que son capaces de visualizar las consecuencias, a mediano
y largo plazo, que trae consigo la carencia de certeza; y que pugnan por
la reconstrucción del país.
Venezuela requiere de la unión de Gobierno, instituciones, partidos
políticos y ciudadanos, de un debate constructivo que nos permita
recuperar esa Venezuela de oportunidades, de progreso y de bienestar.
Hoy me duele mi Venezuela tan dividida, me duele el grado que han
alcanzado nuestros desacuerdos. Me duele una Venezuela que sufre; pero
confío en que el amor que los venezolanos sentimos por nuestra patria
nos permitirá superar la intolerancia que ha dominado el escenario
político en los últimos años, para dar paso al debate democrático y a la
recuperación de la confianza en las instituciones. No podemos darnos el
lujo de continuar divididos.
Si bien este pronunciamiento recibirá, estoy seguro, críticas de muchos;
también estoy convencido de que si las partes se sientan a la mesa del
diálogo —contando con una mediación externa como la del Vaticano—, mi
país encontrará de mutuo acuerdo, la paz y la reconciliación que todos
aspiramos.
Gustavo Cisneros es presidente de la Junta Directiva de la Organización
Cisneros
Publicado en El País, de España
http://www.cubanet.org/blogs/gustavo-cisneros-tolerancia-y-dialogo-sincero-las-vias-de-la-reconstruccion-en-venezuela/
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