Sunday, May 6, 2012

La anunciada muerte del teniente coronel

La anunciada muerte del teniente coronel
Antonio Sánchez García
Domingo, 6 de mayo de 2012

Que las tripas de quien ha hundido a la República en el infortunio, la
ruindad y la estulticia valgan más que las tradiciones del país que
entretiene con sus quejumbres y lloriqueos lo dice todo. Llevamos un año
perdido en la antesala de un hospital habanero. Qué triste sino para un
país que un día fue grande.


1.- Pasaron semanas antes que los poderosos se enteraran de la muerte
del Libertador. Y meses, posiblemente años, para que la noticia llegara
a todos los confines de la desmembrada Venezuela. No sucedió de distinta
manera con los restantes magistrados de la República durante todo el
siglo XIX y gran parte del XX. Sobraban las razones: el universo
comunicacional se había mantenido prácticamente inalterado por los
siglos de los siglos y que la muerte de un prohombre de la Colombia
recién naciente llegara a oídos de sus amigos o enemigos a cientos de
leguas de distancia era tan problemático como lo fuera en tiempos de los
romanos. De modo que el curso de los asuntos públicos apenas se alteraba
por el hecho. Cuando se tomaba noticia habían pasado demasiadas aguas
bajo los puentes.

Tampoco se alteraban mayormente cuando no mediaban
distancias, y el jefe de estado moría a pocas esquinas de distancia del
boticario, el párroco, el cochero o el alguacil de la ciudad. El Poder
se hallaba distante más que en el espacio, en el tiempo. Lo rodeaba una
aureola de hermetismo, de discreción magisterial, de intangibilidad, de
elegancia. Un foso infranqueable sólo abierto a la minúscula oligarquía
directamente vinculada al ejercicio del poder. Era asunto de cultura
política: recordar a los muertos era signo de tradición y buen gusto.
Hacer comidillas de su agonía, asunto de viejas chismosas, de
conspiradores, de buscavidas.

Lo cual no significa que el Poder, estrictamente separado
de los humores vitales del poderoso, no hubiera prevenido las
circunstancias de su fallecimiento tomando las medidas sucesoriales
pertinentes. De Gómez podrá decirse lo que se quiera, incluso acusarlo
de haber ordenado, si es que lo hizo, ocultar su fallecimiento hasta
hacerlo coincidir con una fecha magna. Pero que dejó atadas y bien
atadas las circunstancias de su muerte, sin previos escándalos públicos
ni chamuchinas menores, lo demuestran los diez años de post gomecismo en
manos de sus dos mejores hombres. Proceso dislocado y tirado por la
borda en medio de turbulencias de las que aún no sabemos si fueron
nefastas o favorables al desarrollo de la conciencia nacional. Pero esa
ya es harina de otro costal.

Los muertos de la democracia han sabido hacer mutis sin
ningún escándalo. Betancourt murió en Nueva York, sin ningún aspaviento.
Y bien los merecía: no sólo fue el primer presidente de la democracia.
Fue el estadista de mayor alcurnia que conociera Venezuela en toda su
historia. Leoni desapareció con la proverbial discreción que lo
caracterizara: sin hacerle pasar un mal rato a nadie. Herrera Campins
agonizó y murió rodeado de los suyos, sin alterar agendas ni protocolos.
No mereció ni siquiera una mención del agónico más aspaventoso de la
historia de Occidente. Caldera se fue casi inadvertidamente, a pesar de
la profunda huella que causara en la historia política e intelectual de
la Nación. Y si la muerte de Pérez provocó un discreto y elegante
alboroto, la culpa no fue suya. Fue de aquel que creció e hizo carrera
política a su sombra, como un gusano de su cadáver.

2 - Los años me han permitido asistir a la agonía y muerte de muchos
presidentes. Ya retirados o en ejercicio. Demócratas ejemplares,
autócratas impenitentes y hasta algunos dictadores. De Stalin a Juan
Domingo Perón y de Franco a Augusto Pinochet. Tengo memoria de los
poderosos que han muerto por lo menos desde la mitad del siglo pasado,
entre Papas, Nobeles, artistas del showbiss, pintores, escultores,
compositores célebres, periodistas renombrados y de un cuanto hay de
personajes que destacaron por algún atributo mayor en el gran escenario
del mundo. Pablo Picasso, Pablo Neruda y Pablo Casals, Hemingway,
Chaplin, Humphrey Bogart, James Dean, toreros, comediantes, cantaores
geniales como el Camarón de la Isla. Recuerdo la muerte silenciosa de
Mao, la espiritual evasión de este mundo de Ho Chi Mihn, la súbita y
terrible ejecución de los Rosenberg, del Ché Guevara, de John F Kennedy,
de John Lennon, el bienamado. Y muy de paso, las muertes en tono menor
de los segundos de este régimen, desde Núñez Tenorio a Pedro Duno, hasta
el licenciado Tascón, la revoltosa Lina Ron, el reservado Willian Lara
y el extraño Danilo Anderson. Del que jamás se supo si era un bribón o
un adelantado.

No recuerdo en este medio siglo de muertes famosas, entre
las que debemos destacar a la despampanante Marilyn Monroe, la
misteriosa Greta Garbo, la divina Maria Callas, la luminosa Whitney
Houston y el extravagante Michel Jackson agonía más publicitada y muerte
más anunciada que la de un pobre hombre elevado a las alturas de su país
y del mundo por la arrolladora mediocridad ambiental y la inagotable
riqueza del subsuelo de su patria. Que pudo malgastar, derrochar y
dilapidar a discreción gracias a la mudez, la inopia y la incapacidad de
su oposición.

Sólo el desenfado, la incultura, la carencia de clase y
estilo de nuestras élites han hecho posible esta telenovela barata y
obscena a la que la alharaca, la impertinencia, la majadería, la
vulgaridad y la estupidez de un oficial de rango medio de nuestras no
muy gloriosas fuerzas armadas se ha sentido autorizado. Que las tripas
de quien ha hundido a la República en el infortunio, la ruindad y la
estulticia valgan más que las tradiciones del país que entretiene con
sus quejumbres y lloriqueos lo dice todo.

Llevamos un año perdido en la antesala de un hospital habanero. Qué
triste sino para un país que un día fue grande

sanchezgarciacaracas@gmail.com

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/2116961.asp

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